“- ¿Pesimista? En absoluto, querida mía. ¿Pero qué ha de hacer un centinela sino dar aviso de lo que observa? No hay centinelas pesimistas u optimistas, Prudencia. Hay centinelas despiertos y centinelas dormidos”.
El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín
Durante estos días el gobierno de Cataluña, secundado por
parte del parlamento y por una enorme masa de ciudadanos, se ha declarado en
rebeldía, primero promoviendo un referéndum ilegal y, finalmente, proclamando
la independencia, aunque posponiendo confusamente su puesta en marcha. Se trata
de la casi culminación de un plan que
venían desarrollando desde hacía tiempo. En todo este proceso la actuación del
gobierno de España ha ido siempre a la zaga de los acontecimientos, temeroso de
que cualquier gesto pudiera ser interpretado como autoritario y fuera aprovechado
por sus rivales políticos para atacarlo. Cuando finalmente se decidió a actuar
la bola se había hecho demasiado grande y llegó el choque. Superado por los
acontecimientos, tuvo que ser el pueblo (o una nutrida porción de él) el que dio
un paso adelante para alzar la voz en las calles frente a aquella deriva. “Aquí
lo ha hecho todo el «pueblo» -decía Ortega en La Rebelión de las Masas-, y lo que el «pueblo» no ha podido hacer
se ha quedado sin hacer”. Siendo honestos hay que señalar el papel determinante
del rey, la autoritas, que con su discurso televisado marcó un punto de
inflexión a la situación.
El 11 de octubre el gobierno español, con el respaldo del
Partido Socialista y Ciudadanos, ha anunciado ante el parlamento que si no se
rectifica aplicará el artículo 155 de la constitución que le faculta para
intervenir en las competencias de una comunidad. Toda la atención mediática se
ha centrado en esta advertencia –a plazos- que se presenta como mágica.
Sin embargo los medios (que son la guía de nuestra atención)
sólo tangencialmente se han fijado en el precio a pagar por ese respaldo
político; a saber, la reforma de la constitución. ¿Precisamente ahora, en plena
crisis rupturista? Sí, precisamente ahora, y tiene su porqué.
Echemos la vista atrás. En la estrategia diseñada por los
separatistas, conseguido el sí del referéndum se establecían diversas vías para
alcanzar la independencia (el referéndum siempre fue un instrumento para la secesión,
que es su fin último, no nos engañemos). ¿Y cuál era la primera de esas vías? La
reforma constitucional. ¡Qué sorprendente coincidencia! ¿Pero cómo lograrla? Establecían
dos posibilidades, la que ofrece la propia constitución (artículo 168), o negociar
directamente con el Estado (“Puigdemont quiere tratar de tú a tú con el
gobierno de Rajoy” ABC digital 12/10/2017).
Es decir, la solución que se ha acabado por adoptar para
escapar al apuro inmediato del pulso separatista es ¡seguir su hoja de ruta embarcándonos
en un periodo constituyente!
¿Y para qué esa reforma? No es difícil de imaginar. Si no
me equivoco –quiera Dios que sí- se pretende levantar el dique que impide
cualquier secesión. Artículo 2: «La constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación
española, patria común e indivisible de
todos los españoles…»
Dentro de nuestra constitución no cabe la escisión de
ninguno de los territorios, prima la unidad. Por eso no sólo no es planteable
un referéndum regional, sino tampoco general ni cósmico que permita disgregar
la nación. ¿Qué hacer pues con la constitución delante si uno se quiere separar?
Quebrantarla o alterarla.
Echo mano de La
Vanguardia (digital) del 11 de octubre. Cito textualmente:
«“Tenemos que ver las virtudes y los fallos del sistema autonómico y lo haremos en un plazo de seis meses”, ha comentado [Pedro] Sánchez, quien también ha dejado claro que, para aquellos que defienden un referéndum pactado también tienen que llevar a cabo una reforma constitucional para acoger esa vía. Pero “estamos abiertos a reformar la Constitución y a hablar de cómo se quiere quedar Catalunya en España”, ha advertido. En todo caso, el plan de Sánchez también incluye la oportunidad de que el president Puigdemont pueda comparecer en el Congreso y que todos los dirigentes políticos puedan hacer lo mismo».
Pedro Sánchez, que es quien ha puesto como condición de
su apoyo al gobierno esta reforma constitucional, manifestaba el pasado verano
que España es una «nación de naciones» (?!) Y en esa dialéctica de confusión añadía
que, además de España, también serían naciones “al menos” Cataluña, el País
Vasco y Galicia.
Se ahonda en el pecado original de la Transición que
consistió en introducir el término “nacionalidades”, insinuando que algunas
regiones en realidad eran algo más que regiones: nacioncitas.
La verdad es que en España no hubo nación alguna hasta
los Reyes Católicos (unidad política y monetaria, política internacional con
sistema de embajadores, etc.), pero el discurso nacionalista se ha ido
imponiendo y con él la mentira histórica.
Ya advirtió el filósofo don Julián Marías sobre el serio peligro
que conllevaba incorporar el concepto de “nacionalidad” a nuestra carta magna.
Siendo senador por designación real en el proceso constituyente afirmaba: «Anuncio
desde este momento que se crearán graves problemas si se acepta el término
“nacionalidades”, con ventaja para nadie (…). Debo decir que mi preocupación
principal no afecta a las consecuencias que se van a derivar de esto para la
nación española en su conjunto, sino muy particularmente para aquellas de sus
partes que hagan uso político de este ambiguo, vago y desorientador término de
nacionalidad» (Diario de Sesiones, 25 de septiembre de 1978).
Y ahora miren en qué comunidades es más difícil ejercer
la libertad individual, que a la postre es la única real. Dónde es más difícil hacer
valer una opinión política no alineada con el nacionalismo, expresarse en
español sin ser considerado ciudadano de segunda, escolarizar a un hijo en
español, competir en pie de igualdad para acceder a un cargo público o a un
concurso público siendo de otra comunidad o de la propia sin dominar la lengua
vernácula.
¿Se ha cumplido la profecía? Entiendo que sí. Basta con
ver lo que está pasando en Cataluña, supuesta nacionalidad dispuesta a llevar a las últimas consecuencias su
condición de tal. El camino recorrido nos ha traído hasta aquí. En cuestión de días
han perdido la sede social (y tributaria) de las empresas del IBEX (no digamos la
espantada inacabable de otras no tan visibles, pero de todo tamaño y condición).
Centenares de personas sacan sus ahorros de la región. La exportación al resto
de España ha caído en picado. Con ser todo esto gravísimo, lo es todavía más el
quebranto dentro de la sociedad, el enfrentamiento de tantas familias, amigos,
socios. La pérdida de la confianza de la sociedad en sus propias instituciones.
Décadas de adoctrinamiento escolar, mediático, discursivo
ha dado sus frutos.
El manido artículo 155 todavía no se ha aplicado, sino
que se ha dado un plazo a los sediciosos para que “entren en razón”. En dicho
plazo se les está ofreciendo un escenario completamente nuevo, el mismo que proponían
como prioritario en su estrategia rupturista. Además, cuentan con el apoyo
inestimable de las fuerzas llamadas populistas
entregadas a la faena de acabar con todo lo que huela a España para imponer su
oxímoron: el igualitarismo discriminatorio.
Se da por amortizada la Transición, pero no para enmendar
sus errores, lo cual sería saludable, sino, me temo, para llevarlos ahondar en
ellos.
Se abrirá la puerta a la ruptura, maquillada de los más
estupendos eufemismos y cobijándola bajo el amparo de la ley, ley que ya no
contemplará la unidad como un bien en sí mismo que hay que salvaguardar. Ley que
de facto acabará con la igualdad de los ciudadanos españoles.
Sólo me cabe una esperanza, los cientos de miles de
ciudadanos que sin conocer filosofía política, ni derecho, ni ostentar cargo
político alguno salieron a la calle en masa para gritar “¡no estáis solos!” (el
reverso luminoso del Nosaltres sols).
Queremos seguir juntos. Queremos seguir siendo españoles y estar en casa yendo
a Cádiz, Lanzarote, Tarragona o Palencia.
Espero que esa mayoría casi siempre silenciosa no se deje
arrastrar por banderías, complejos y egoísmos y haga valer su voz. De qué hagamos nosotros depende nuestro mañana.
Coincido con el análisis y con la previsión. Esta es una jugada engañosa y muy fea que viene de tapadillo. Por lo demás, enhorabuena por el escrito.
ResponderEliminarEstanislao, puedes jurar, y no te equivocarás, que deseo con toda mi alma estar equivocado. Pero vistos los precedentes y los actores que hay lid temo que no va a ser así.
EliminarUn abrazo grande
Muy buena reflexión y muy acertada en lo que está sucediendo y en su por qué. Hay que hacerse a la idea de que tendremos que convivir con el problema del nacionalismo pero, eso sí, teniéndolo controlado, no rebelado contra el Estado al que pertenece. Igual peco de ilusa pero creo que si la Constitución se reforma quitando algunas competencias a las Autonomías (no necesarias para que estas funcionen y que suponen al Estado un dineral) se puede volver a una organización más "centralista" y con una visión de mayor unidad como país. Hemos soltado mucha cuerda y ahora va a ser difícil recogerla aunque sea en parte. ¡Es emocionante ver la fuerza y la valentía que tiene el pueblo! En realidad es quien quiere lo mejor para su país. ¡No así tanto político partidista! Qué acertado estaba Julián Marías... Cuanto más le leo más me pone en la realidad.
ResponderEliminarJulián Marías decía que tres cuartas partes de una verdadera filosofía se hacen mirando la realidad. Por eso era un sabio.
EliminarEn cuanto al proceso constituyente, todavía está por venir, así que todas las posibilidades están abiertas. No obstante vistos sus promotores, el estado del país y los hechos que lo han desencadenado más que corregir errores me parece que se van a buscar otros objetivos. El tiempo dirá.
¡Un saludo!
Te felicito. Una gran reflexión.
ResponderEliminarEsperemos entren en razón. Creo que se deberían haber tomado medidas mucho antes.
Un fuerte abrazo,
Esperemos que corrijan los errores y tomen la senda correcta.
EliminarUn abrazo grande para ti, Amalia
Estoy de acuerdo con su análisis, Don Rafael, aunque también quisiera estar equivocado. Pero es, casi, el desarrollo perfecto de una de las fases de la ventana de Overton: que se proponga la amenaza de algo tan atroz para la comunidad que, al final, lo que se persigue (de tapadillo) como verdadera finalidad sea aceptado por la masa como un mal menor.
ResponderEliminarAdemás, a pesar del aparente discurso frontal, en contra, de los dirigentes supranacionales... la disgregación de los estados-nación seculares en pequeños estaditos recién creados, viene de perlas para quienes pretenden algo así como un gobierno transnacional que sea real y efectivo. Los miniestados creados estarían dispuestos a plegarse a todas y cada una de las demandas de estos dirigentes, y lo estarían por miedo y por debilidad. Ojalá esté equivocado.
Saludos
Ojalá estemos ambos equivocados, pero conforme discurren los acontecimientos parece que el margen de error se estrecha.
EliminarUn saludo