El señor Potter ha vencido. Él, la encarnación de la
ambición, se ha salido con la suya. La compañía de empréstitos, conocida
también como caja de ahorros, es ya
historia. Aquella empresa que se basaba en la utopía de facilitar dinero a
aquellos que no podían obtenerlo de los bancos, estorbaba. Ahora la compañía de
empréstitos es otro banco, uno más, solo que arruinado y sometido al capricho de los especuladores.
El señor Potter ha vencido. George Bailey, su padre, tío
Billy y todos los de su ralea no tienen sitio en este mundo. Las finanzas son
algo muy serio como para dejarlas en manos de ilusos. El dinero es sólo
para los que se postran ante él, no para los idealistas y soñadores. Esos, que
sigan en sus mundos quiméricos, pero que no toquen el sacrosanto metal.
El señor Potter ha vencido. En vez de dedicar los ahorros de
los trabajadores a ayudar al pueblo, se hizo con el control de la compañía de
empréstitos y, como primera medida, se puso un sueldo astronómico. Una cosa era
presidir una organización social y otra ser tonto. ¿Y la obra social? ¡Bobadas!
Había que jugar en la primera división; codearse con los políticos; tratar de
tú a tú a los banqueros, y eso comienza por alcanzar el estatus de los
privilegiados, ser uno más entre ellos, no estar entre el montón de gentes
intrascendentes y desagradecidas.
El señor Potter ha vencido. El pánico se apoderó de los
ahorradores que se precipitaron a sacar su dinero. Nadie estaba dispuesto a
perder sus ahorros. Claro que, cuando sucedió, Bailey hacía tiempo que no
estaba en la empresa, ni podía, con la fuerza de su ejemplo, convencer a sus
conciudadanos de que aquello era un suicidio. Los tontos como George Bailey,
dispuestos a poner todo el dinero de su viaje de novios para que aquello
saliera adelante, yacían en las catacumbas, enterrados bajo toneladas de olvido
y escarnio. Ahora habían puesto a cargo del tinglado a un millonario con los
riñones bien cubiertos. Eso sí, ¡muy profesional! ¿Qué iba a responder cuando le preguntaran “dónde está
mi dinero”? ¿En productos especulativos de vértigo? ¿En aeropuertos sin aviones
y obras faraónicas pensadas para que los intermediarios se llevaran sus
mordidas? ¿En prebendas a partidos políticos, sindicatos y arribistas? ¿Que dónde
está su dinero? Ha volado; así de simple.
El señor Potter ha vencido. Después de que la orgía de
avaricia y egoísmo acabara con todo lo que había, en la nueva Pottersville impera el sálvese
quien pueda. El futuro ya no está en las fábricas, en los comercios, o en el
trabajo del campo, sino en el juego y los casinos, y cuanto más grandes mejor.
Dicen que el dinero no duerme, y ese el dios de Pottersville, el dinero. No hay horarios comerciales, ni domingos, ni festivos, el dinero no tiene horarios, las personas sí, y las familias, pero esas son secundarias. Lo primero es lo primero, y lo primero es el dinero al que todo se ha de someter. El puritanismo de los Bailey ha quedado superado, por ñoño y por talibán. La economía lo es TODO.
Lo que el señor Potter no sabe es que el mundo que ha creado
no tiene futuro, que los cascotes no son habitables, y que los desiertos no producen
nada. Él ríe satisfecho de su éxito, pero no es una risa de felicidad, sino de infamia.
Sí, ha vencido, pero jamás conseguirá lo que George Bailey tenía, porque es
incapaz de comprender que hay cosas que no se compran ni se venden. Por eso su
victoria no deja de ser sino la propagación de su fracaso.