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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO
martes, 31 de mayo de 2011
La sangre del Pelícano
Me ha decepcionado. Lo siento, pero es así. Pese a que un amigo mío me lo desaconsejó, la lectura del estupendo La hija del ministro del propio Miguel Aranguren me animó a leer La sangre del Pelícano.
El libro cuenta las andanzas de un sacerdote llamado Albertino Guiotta y del comisario Luigi Monticone. Una serie de misteriosos asesinatos pondrá en peligro la Iglesia. En la historia se entrecruzan sucesos que acontecen en China, Francia o Estados Unidos.
La trama está montada a partir de un popurrí de ingredientes recurrentes en cierto tipo de bestseller: algo de nazismo redivivo, conspiraciones de grandes poderes, fanáticos sectarios, profecías, cultos diabólicos, crímenes brutales… No es que descarte a priori el empleo de estos recursos, siempre y cuando el resultado final tenga enjundia.
Aquí los malos tienen mucho poder e influencia, pero luego son de una simpleza y sanguinolencia que ni Charles Mason. Pese a su secretismo, en cuanto se los descubre, confiesan sus crímenes y empiezan a babear. Eso sin contar con que se dedican a dejar estatuillas de demonios en todas sus víctimas. Vamos, que ni Fumanchú. La seducción del mal, de la que tanto se habla, no se traslada al lector, porque el mal se presenta tal cual es, letal.
Los personajes carecen de relieve. Salvando al comisario Monticone, que sí tiene chispa, el resto no despierta ninguna empatía, por mucho pasado trágico que carguen a sus espaldas.
Dado el argumento, es inevitable compararlo con El padre Elías, y desde luego, me quedo con el de O´Brien. El canadiense construye una ficción mucho más profunda, atractiva y sólida (aunque al final la trama pierda fuelle). Además, el lector se siente interpelado con los acontecimientos narrados, por esa lucha colosal entre el bien y el mal. La sangre del Pelícano esto no lo consigue. ¿Quién seguiría a un diablo-cabra que anima a sus seguidores a comer vísceras de niño? ¡Menuda tentación gastronómica!
En cierta medida me deja la misma sensación que El club Dumas, de Pérez Reverte, que tampoco me convenció.
Aranguren tiene cualidades literarias evidentes, y lo ha sabido demostrar en muchas ocasiones, pero a mi modesto entender, en La sangre del Pelícano le ha fallado el planteamiento de la historia, debilitando, con ello, la solidez de los personajes.
domingo, 29 de mayo de 2011
En un minuto
Un relato, una novela, un ensayo, un poema... en un minuto.
Noventa años, cien libros, mil sueños, cuatro mil millones de latidos... en un minuto.
Una sinfonía, una batalla, una idea, un te quiero... en un minuto.
Doscientas treinta páginas, una vida, una promesa... en un minuto.
Noventa años, cien libros, mil sueños, cuatro mil millones de latidos... en un minuto.
Una sinfonía, una batalla, una idea, un te quiero... en un minuto.
Doscientas treinta páginas, una vida, una promesa... en un minuto.
- Pinchar sobre la imagen para ver... "en un minuto"-
(Gracias a Kiko por su impagable ayuda, y a Teresa por haberme “dejado” a su marido toda la tarde del sábado)
miércoles, 25 de mayo de 2011
Momentos estelares de la humanidad
De Zweig me leí hace años Fouché, el genio tenebroso. Biografía de uno de los hombres más camaleónicos y temibles de la revolución francesa. Aquel libro me ayudó a entender mejor los trepidantes sucesos que en pocos años volvieron del revés la historia de la humanidad.
Ahora le ha tocado el turno a Momentos estelares de la humanidad. Catorce crónicas de algunos de los hitos que han tenido alguna significación en eso que llamamos Historia de Occidente: el descubrimiento del Pacífico, la conquista del Polo Sur, el final de la Primera Guerra Mundial…
No son necesariamente los más relevantes, sino que el autor ha escogido aquellos que más interés habían despertado en él. Por poner un ejemplo, no figura el descubrimiento de América y sí la composición de La Resurrección de Haendel. Quizá lo más llamativo sea la destreza de Stefan Zweig a la hora de dramatizar los hechos. Hasta tal punto es así, que acontecimientos cuyo desenlace el lector ya conoce se convierten en auténticas mini-novelas de suspense, manteniendo el alma en vilo hasta que la narración concluye.
De entre todos, hay dos relatos que consiguen de un modo particularmente brillante esta tensión literaria: el que refiere la caída de Constantinopla y el que expone la batalla de Waterloo. En ambos casos sabemos perfectamente quién triunfa y quién fracasa, pero Zweig, magistralmente, consigue sumergirnos en la expectativa del instante, trasladarnos al momento incierto en que la victoria no se había decidido y en el que la actuación de un solo hombre podía cambiar el curso de la historia.
Se trata de una lectura amena y constructiva. Y para los profesores, puede resultar de gran utilidad que propongan a sus alumnos aquellos relatos que tengan relación con el tema que estén estudiando, de modo que vivifiquen el acontecer histórico, pasando del ladrillo académico al apasionante mundo del obrar humano. Un libro que no defrauda.
lunes, 23 de mayo de 2011
Votos, huevos Kinder y pollas de agua (Crónica particular de una jornada electoral)
“¡Papa, mamá, ya nos queremos levantar!” Todavía no son las siete de la mañana y nuestras “despertadoras” particulares ignoran, una vez más, que es domingo (o tal vez, precisamente porque es domingo, tocan diana antes que ningún día). ¡Ala, todos arriba!
Desayuno familiar. La más pequeña se echa diez toneladas de cereales en un dedo de leche. “Pero, ¿por qué te pones tanto?” “Tengo mucha hambre”... “Papá, ya no quiero más”. “Si ya lo sabía yo”. Repetimos el mantra del fin de semana. ¿Tendré que ejercer mi función de pez escoba también en el desayuno? De momento ya he tenido que desplazar la hebilla del cinturón un agujero más. Agacharme para atarme los cordones empieza a ser incómodo.
Después de arreglarnos, vamos a misa. A la hora de la comunión, me quedo sentado en el banco. “Papá, ¿por qué no pasas?” Las caritas de las peques me observan inquisitivas. “Es que primero tengo que ir a confesarme”. “¿Has hecho algo malo?” “¿Qué has hecho, papá?” El interrogatorio se intensifica, mientras sus miradas hacen patente el asombro que sienten. No se me ocurre qué decir. Me conmueve y avergüenza que les resulte inverosímil que su padre haya podido hacer algo malo. Está claro que las costras del alma son invisibles a los ojos de los hijos pequeños.
Acabada la celebración, todos al coche para ir a votar. No puedo aparcar, así que dejo al “mujerío” a la puerta del colegio electoral y vuelvo a casa solo. Luego, acudo andando a su encuentro. Doy con ellas a mitad de camino. “¿Alguna quiere volver conmigo para ayudarme a votar?” Se apunta la más pequeña.
Al llegar, busco entre el montón de papeletas hasta dar con las de mi elección. Mi ayudante particular las pliega y entre los dos las metemos en el sobre. En la mesa electoral, dos chicos jóvenes y una mujer. “¿Os importa si las mete ella?”, pregunto refiriéndome a mi hija. “No, claro que no. Adelante.” Así que con cuatro años mi angelito con gafas mete por primera vez un voto en una urna. A la salida del colegio un cartel anuncia un espectáculo de Mickey Mouse y Minnie. “Mira, les hemos votado a ellos”, le digo señalando el letrero. No hace demasiado caso porque, aunque pequeña, no es tonta, y sabe que su padre es algo vacilón. Lo que ignora es que a quienes he elegido tienen tan pocas posibilidades como los ratones de Disney. ¡Así es la vida! (o su defensa).
Vamos por el pan. Como recompensa a su ayuda, le ofrezco comprar unas monedas de chocolate. “Mejor, un huevo Kinder”. ¡Caray, cómo sube la apuesta! Cedo, encantado de la vida, y compramos un huevo de Hello Kitty para cada una. Y luego dirán que ir a votar sale gratis.
Por la tarde acudimos al Parque del Agua. Vamos a echar pan a los patos. Habitualmente, además de los anades acuden las carpas. Pero esta vez hemos tenido más suerte. Una polla de agua se arriesga a salir del carrizo y captura algunas de las migas que arrojamos. Luego, las transporta en el pico hasta tres polluelos que la reclaman desde la maleza. Suelen ser muy huidizas, así que es todo un lujo poder verla desde tan cerca yendo y viniendo.
Un chico que de veintitantos años está pintando con acuarelas. Lo saludamos y nos quedamos un rato viendo cómo mezcla los colores e imprime sus trazos en un grueso cuaderno. Las peques no se despegan de él. Después de un rato, acaba por invitarnos a una exposición que se inaugurará el próximo viernes. Allí estaremos.
Ya por la noche, con las niñas acostadas, mi mujer y yo vemos en la televisión un programa sobre cine. Cuando acaba, pasamos a la primera cadena donde dos presentadoras dan cuenta del escrutinio electoral. Una de ellas tiene cara de habérsele muerto el canario. Está claro que el resultado no la emociona. El Partido Popular arrasa en casi toda España, el PSOE sufre un descalabro enorme y Bildu se hace presente con una fuerza arrolladora en el País Vasco. La opción que yo elegí sin demasiada convicción, sencillamente no existe. Una vez más, me queda un regusto amargo. Quizá debí acampar con los “Indignados” y no moverme de allí (salvo para ir a cenar a casa, que la ensaladilla me salió muy rica).
Algo más tarde, el presidente da una rueda de prensa acompañado de algunos miembros de su gobierno. Reconoce que la Tierra es redonda y que la línea recta es recta. Sí, han perdido. A continuación explica que la culpa de todo la tiene una crisis que antes negó, y que él hace lo que tiene que hacer. Dice que aguantará la legislatura hasta el final. Dados sus problemas de convivencia con la verdad, en su caso es como no decir nada.
Me acuesto. He bebido demasiada coca-cola y hace calor. Doy doscientas vueltas y, como no puedo dormir, empiezo a pensar en mis hijas. Aunque apueste a perdedor y en el súpermercado acabe indefectiblemente en la fila que se atasca, ¡soy un insomne afortunado!
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lunes, 16 de mayo de 2011
Ya está en las librerías "Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado"
Creía que me invadiría una gran alegría, que sentiría que la meta estaba cumplida. Sin embargo, al encontrarme con mi libro en una librería, la impresión dominante ha sido otra, la de responsabilidad.
Para escribirlo he dado lo mejor de mí, pero ahora, ¿tendrá eco su publicación? ¿Se verá confirmada la confianza que ha depositado la editorial RIALP en mí?
Sé que ofrezco algo valioso; que su protagonista merece la pena. Así que a quienes se decidan a leerlo sólo les deseo una cosa: que lo disfruten tanto como yo cuando lo escribí.
Alea jacta est.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Carta a Beatrix Potter
Querida Beatrix:
Muchas gracias por tus cuentos ilustrados. A mis hijas les encantan. Y a mí también, para qué engañarnos. Ojalá supiera realizar dibujos la mitad de hermosos que los tuyos.
Como tú, de niño también traía a escondidas animales a casa. Mis padres ofrecían alguna resistencia, pero al final, siempre que no superase un determinado tamaño y nivel de peligrosidad, el huésped acababa por quedarse.
Asimismo compartimos el gusto por la investigación biológica. En tu caso se vio frustrada por tu condición de mujer, lo cual no deja de ser una muestra de la estupidez humana. Cuántos genios han quedado ocultos y desaprovechados por esa sola razón.
En mi caso no sabría muy bien a qué achacar el abandono de la etología; imagino que obraron diversas causas, pero casi todas imputables a mis propias insuficiencias. En fin, que no tengo excusa.
Me encantaría que mis hijas fueran capaces de saborear y plasmar la belleza con tu misma gracia. Particularmente una tiene buenas dotes, aunque todavía es pronto para saber en qué parará. No hay que perder nunca la mirada de niño, ¿no te parece?
Me despido, Beatrix, diciéndote que si mucho admiro tu obra, todavía más, te admiro a ti.
martes, 10 de mayo de 2011
El Tribunal Constitucional abandona la ONCE
Las categorías adecuadas para valorar si un juez cumple su cometido no son si es “progresista” o “conservador”, de “izquierdas” o de “derechas”, “agnóstico” o “adventista del Séptimo Día”, sino si obra de forma “justa e imparcial” o no, y, por tanto, si es independiente. Quien quiera legislar, tiene la puerta abierta para abandonar la judicatura y presentarse a las elecciones.
El Tribunal Constitucional (TC) de España ha fallado una sentencia sobre la legalidad de la candidatura de Bildu para las próximas elecciones locales. Se trata de una agrupación política respaldada, entre otros, por dirigentes de la antigua Batasuna. Lo grave del caso es que cuando se planteó el caso al Tribunal Constitucional ya se sabía qué jueces iban a fallar en favor de la legalidad de Bildu y quienes en contra (para sonrojo de unos y otros). Su distinción dependía de qué partidos los había respaldado al ser elegidos como miembros del alto Tribunal. No es la primera vez que acaece esta “premonición” de pareceres.
Ahora nuestros políticos se ponen solemnes y piden respeto para las sentencias del órgano ¿judicial? Dicen acatar las sentencias y no criticar a los tribunales que ellos mismos han corrompido. Sí, corrompido (echado a perder, depravado, dañado, podrido), pues un tribunal parcial y sumiso es un tribunal corrompido, y este lo es en origen. Si no, ¿a santo de qué los políticos se dejan la piel en colocar a sus afines en el TC? ¿Por qué cambiaron la anterior ley para ser ellos, los dirigentes políticos, quienes decidieran quien formaba parte del TC? ¿Por qué acuerdan cuotas de reparto entre los partidos políticos para elegir a los jueces del TC?
Un Tribunal no puede ser una tercera cámara, el reflejo proporcional del poder político que impera en el Parlamento. Debe ser una institución IN-DE-PEN-DIEN-TE, al servicio de la Justicia y la Verdad.
¡Montesquieu, resucita, España te necesita!
viernes, 6 de mayo de 2011
Carta a León Tolstoi
Querido León:
Tú lo sabías: la verdadera revolución no comienza por arrebatar, sino por despojarse. No se encumbra, sino que se pone por pedestal. Pero a esto se oponían todos los intereses, y los primeros, los de las personas más próximas, con sus temores y su afán de seguridad. No, no eran los misteriosos hilos del “sistema” quienes te ataban, sino aquellos que más decían quererte, que obraban “por tu bien” aun sin acabar de conocerte. Les daba miedo.
Sofía, enmarañada en la locura de los cuerdos, ¡cuánto dolor causaste con tus injerencias y desvelos! León quería desplegar las alas, alzarse al viento como un pájaro, y tú le ofrecías jaulas doradas. ¡Qué ciega estabas!
Y es que tus palabras les herían, León, por eso cerraban los oídos con sus gritos. La vida que querías era un reproche viviente para sus egoísmos. Pero al fin diste el paso y tu valor se encarnó en huida. Y abandonaste este mundo como un vagabundo, con lo puesto, tirado en una fría estación de tren, despojado de ti mismo. “Hay sobre la tierra miles de hombres que sufren: ¿por qué estáis cuidando de mí sólo?” Ya no contabas ni para ti mismo, y por eso comenzaste a existir.
Querido León, donde quiera que estés, ruega por nosotros, pobres ciegos abrazados a su bastón de arena.
jueves, 5 de mayo de 2011
Para reflexionar (más allá de los titulares)
Aparecieron en todos los medios de comunicación. Los alumnos de un pueblo turolense, Ariño, sustituían en 2003 los libros de texto y los cuadernos por pizarras digitales y ordenadores portátiles. Cinco años más tarde, algunos de ellos viajaban a Berlín para presentar ante Bill Gates y el Foro de Líderes Europeos su destreza en el empleo de los novedosos soportes. Fotos, fotos, y más fotos.
Aquella experiencia innovadora se ha ido extendiendo a los centros de media España, y ahora los políticos de todos los colores se afanan en figurar como adalides de la tecnologización de la enseñanza. Fotos, fotos y más fotos.
Lo que no es noticia me lo contó ayer un profesor de instituto al que conozco (con cuarenta y cuatro años de docencia a sus espaldas). Ninguno de los alumnos de Ariño ha conseguido sacar el Bachillerato. Cuando les hicieron las pruebas, se encontraban con serias dificultades para escribir con papel y bolígrafo. Pero lo que se puso más en evidencia fue su bajo nivel académico. ¡Nada de prensa, por favor!
Primeros principios. Recordar lo evidente: las tecnologías son algo bueno, pero tienen un carácter meramente instrumental. Si nos limitamos a difundir su manejo y dejamos de lado el verdadero saber, en vez de avanzar, retrocedemos. Volvemos del homo sapiens al homo habilis, aunque en vez de una flecha de sílex sostengamos una pantallita multicolor en las manos.
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