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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

lunes, 28 de febrero de 2011

No es lo que parece


Todavía no ha asomado el sol y ya me he lavado, afeitado, preparado zumos para las liliputienses, hecho la cama, engullido el desayuno, arreado al personal menudo y dado un par de voces mientras busco dónde fueron a parar la pasada noche las zapatillas de la más pequeña. ¡Voy a llegar tarde al trabajo! Da igual que adelante el despertador diez minutos, quince, veinte, siempre hay algún factor que devora el tiempo para conducirme al minuto crítico.

Me despido de las niñas, doy dos besos a mi mujer y salgo por la puerta como si escapara de un incendio. Llamo el ascensor. La corbata colgando y sin anudar, los cordones de los zapatos desatados y el corazón corriendo más rápido que mi tía Julia en día de rebajas. Se abre la puerta. ¡Sorpresa! Dentro está mi vecina del piso de arriba. Tiene una niña pequeña que se ha quedado en casa con su marido y por lo que veo sus arranques matinales no andan muy lejos de los míos. Lleva la americana colgando del brazo, la blusa salida fuera del pantalón y dos botas de caña en las manos. Sin poder disimular la congoja, emite una risita nerviosa. Se limita a saludar con un tímido “hola”. Para quitarle hierro al asunto, comento:
- Buenos días. Tranquila, a mí me pasa lo mismo, ya ves cómo salgo.

Convertido el ascensor en un ropero comunitario, comienza el descenso que pronto es interrumpido por el vecino del primero. Se abre la puerta. Yo agachado atándome los cordones y con la corbata colgada de la nuca, mi vecina sujetando una bota con el codo mientras trata de calzarse la otra. Se ha puesto roja como un tomate. Situación comprometedora. El del primero permanece boquiabierto. La partida se juega en 0,7 segundos, después será demasiado tarde. Sonrío y me dirijo a él con jovialidad:
- Como se dice en estos casos: no es lo que parece.

Reímos todos mientras nuestra vecina se apresura todavía más en su acicalamiento.

Se abre la puerta del ropero andante y nos despedimos, marchándonos cada uno por un lado. De camino al trabajo me acuerdo de Parménides, primer filósofo que afirmó aquello de “no es lo que parece”. En esa época no había ascensores, pero sí malos entendidos. Por algo distinguió la doxa o “vía de la opinión”, que se quedaba en lo aparente, y la “vía de la verdad”, que buscaba ir más allá de lo puramente fenoménico. Me pregunto si mi vecino del primero será de los de la doxa o la episteme, y no puedo evitar volver a sonreírme.

jueves, 24 de febrero de 2011

Quién fuera un "inculto"


En La princesa prometida hay un diálogo que me parece particularmente simpático. Discurre así:
- ¿Tan sabio sois?
- ¿Habéis oído hablar de Platón, de Aristóteles, de Sócrates?
- Sí.
- Unos incultos.

Está claro que el personaje debía ser de Bilbao. Bromas aparte, esta actitud tan desmedidamente pretenciosa se da con más frecuencia de lo que parece. Así, no es extraño que algunas personas que se tienen por inteligentes muestren desdén por aquellos que profesan creencias religiosas. ¿Creer en Dios? ¡Por favor, seamos serios!

En su caso el diálogo podría discurrir de este modo:
- ¿Tan sabio sois?
- ¿Habéis oído hablar de San Agustín, de Tomás de Aquino, de Kant, de Leibniz, de Hegel?
- Sí.
- Unos incultos.

Un amigo mío, pintor para más señas, iba a exponer en una sala propiedad del ayuntamiento de mi ciudad. Para el folleto de presentación de la muestra le pidieron que escribiera un texto, pero mi amigo cometió la incorrección de emplear palabras prohibidas tales como “Dios” o “alma”. ¡Apaga y vámonos! A poco se queda sin exposición. Le pusieron como condición modificar el escrito y suprimir aquellas expresiones ajenas a la neolengua.

Lo curioso es que Platón, Aristóteles y Sócrates, por no irme de los filósofos que se citan en La princesa prometida, hablan continuamente del “alma” y de “Dios”. Si les hubieran censurado los escritos en los que emplean las mencionadas palabras, su obra no existiría -en el caso de Sócrates, la recogida por sus discípulos-. En fin, “unos incultos”.

Tengo amigos muy inteligentes que son ateos, agnósticos, o creyentes; de todo hay en la viña del Señor. Al final sólo unos pueden tener razón; lo cual no significa que la respuesta sea tan “obvia” como cuando decimos que hace sol o es de noche. Por su propia naturaleza el problema de Dios se adentra en el terreno de lo absoluto, y nosotros habitamos en un mundo contingente; nuestras categorías son demasiado pobres. Intelectualmente hablando no es que nos enfrentemos a un problema, sino a un problemón. A lo mejor por eso hay cosas que se han ocultado a los sabios y entendidos y se han revelado a la gente sencilla...

martes, 22 de febrero de 2011

Sportacus vence a Platón


Pues sí, en casa nos gusta ver Lazzy Town. Televisión, poca; ¡pero Sportacus y Stephanie...! Eso es otro cantar.

El caso es que durante la cena hice una pose en plan musculitos delante de mi hija de cinco años y le pregunté: "De las personas que conoces, ¿cuál es la que más se parece a Sportacus?" Así, como quien no quiere la cosa.

Ella, sin el menor titubeo, respondió:
- Sportacus.

Incontestable. Sportacus es quien más se parece a Sportacus.

Decía Platón que lo igual sólo se dice de lo distinto. Según parece, con Sportacus no sucede lo mismo. Lo igual se dice de sí mismo. ¿No era esto el principio de identidad?

Me estoy armando un lío y lo único que hasta el momento me ha quedado claro es que tengo que hacer más deporte, de lo contrario lo más parecido a un servidor será el cachalote marino, y no es plan.

viernes, 18 de febrero de 2011

De mapas, clases y muros


Paco siempre ha sido un tanto peculiar. Expansivo, inteligente y sociable como pocos, cuando vino nuevo a clase no le costó nada integrarse. Recuerdo que el atlas que traía al colegio era de 1939. Eso no hubiera sido especialmente significativo de no ser porque estábamos en torno al año 1982 y desde los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial la geografía política había cambiado a base de bien. Para empezar, Europa había quedado dividida en dos bloques; la propia Alemania, tan oronda y glotona en el 39, se había fragmentado en una República Federal y otra llamada Democrática cuya peculiaridad era que no tenía nada de democrática.

El atlas no dejaba de ser una antigualla pintoresca (muy propia de Paco, todo hay que decirlo).

Hace poco, cuando le recordé esta originalidad suya, me respondió:
- Pues mira por dónde, aquel atlas era más fiel a la geografía actual que el vuestro.
Me dejó parado. ¡Era cierto! Lituania, Letonia, Estonia, Alemania unida (aunque con las fronteras desplazadas), estaban allí. Otras cosas habían cambiado, como es natural, pero en líneas generales estaba más ajustado al presente que el nuestro. Ironías de la historia.


Otro compañero, Oriol, también tuvo una salida en clase que en ese momento me pareció cargada de ingenuidad, pero que ahora...

Gobernaba la URSS (y también sus satélites) Brézhnev, con mano de hierro, siguiendo la tradición implacable iniciada por Lenin. Curiosamente gozaba de las simpatías de amplios sectores intelectuales, artísticos y mediáticos del llamado mundo libre. Las noticias hablaban de guerras frías que se saldaban en escenarios bélicos calientes, y “los rusos” parecían llevar la voz cantante en este terreno.

No recuerdo qué estaba explicando el profesor, cuando Oriol levantó la mano y comentó:
- A fin de cuentas la URSS tampoco es tan antigua. Otros imperios han caído y la Unión Soviética no tiene porqué ser una excepción.

Confieso que a mí me sonó a disparate pueril. El bloque soviético sólo se expandía. La impresión reinante era que tras él sólo existiría el ocaso nuclear.

Bueno, pues esa misma década el muro de Berlín iba a desplomarse, la Unión Soviética a fragmentarse, y los medios de comunicación comenzarían a llamar “conservadores” a los comunistas que dos días antes habían sido considerados los abanderados del progreso y la justicia.

Oriol tenía razón, el ingenuo era yo.


La historia es una gran maestra, qué duda cabe. Ninguna conquista es permanente, ninguna derrota es irreversible. Yo, por mi parte, como profeta lo tengo más bien crudo; aunque visto el panorama político, parece que no soy el único que ha equivocado las previsiones.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Todavía no lo saben


Ellas no lo saben, pero sus vidas están a punto de cambiar. Ya nada volverá a ser como antes, ni siquiera el sentido de las palabras. Expresiones tan familiares como “mi casa”, “mis papás” o “el fin de semana” adquirirán resonancias distintas, fragmentadas, como las imágenes confusas de un espejo roto.

Juegan ignorantes de lo que va a suceder, de lo que en rigor ya ha comenzado a suceder. Como hace siempre que me ve, la más pequeña me pide que le haga magia y le saque un caramelo de la oreja. Esta vez no llevo ninguno encima, así que le respondo que se me han olvidado los polvos mágicos, pero que otro día sin falta me los echaré al bolsillo antes de salir de casa. La mayor sonríe, es muy formal, aunque tampoco hace ascos a las golosinas. Enseguida las reclaman mis hijas y los otros niños con sus juegos y se van.

Sus padres ya han iniciado los trámites de divorcio. Nos lo contaron el otro día. Ellas no lo saben, pero sus vidas están a punto de cambiar.

lunes, 14 de febrero de 2011

La Real Academia Española se vuelve minúscula


Limpia, fija y da esplendor. Ese es el lema que ha venido acompañando a la Real Academia Española de la Lengua desde su fundación en 1713. Según sus estatutos, tiene como misión “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”.

En sintonía con su cometido, la Real Academia Española (junto al resto de Academias hispánicas) ha alumbrado una nueva Ortografía. Llamativa Ortografía, hay que añadir, pues a juzgar por lo que en ella se establece, la mentada institución debería pasar a escribirse “real academia española”. No es broma. La Academia (ahora menguada “academia”) ha establecido que todos los nombres que sean comunes (como Rey, Isla, Papa) se escriban obligatoriamente en minúscula (rey, isla, papa) al margen del contexto en que se empleen. Así, las "Islas Canarias" pasan a ser "islas Canarias"; y “el Papa” es “el papa”, a lo calé: "¡Ay, papa!" En fin, que es su propio caso: real, academia y española.

La nueva ortografía (en minúscula en adelante, faltaría más) ofrece alguna otra perla. Por ejemplo, “truhán” pierde el acento y mantiene enhiesto el mastil de la hache intercalada; ¿pa´qué?, que decía aquel. También "guión” es objeto del entusiasmo monosílabico de los académicos y queda convertido en “guion”. Y lo mismo sucede a unos cuantos términos más.

Sobre este particular, Javier Marías ha escrito con un especial conocimiento y mesura un par de artículos que me parecen la mar de clarificadores, de modo que me remito a ellos:

- Discusiones Ortográficas I (Javier Marías)
- Discusiones Ortográficas II (Javier Marías)

No me cabe duda de que la Academia (con permiso de la “academia”) vela por la buena salud de nuestra lengua, y que la nueva Ortografía (perdón, "ortografía") aclarará muchas cuestiones de forma acertada (la inmensa mayoría, que tampoco vamos a sacar punta a una bola). Con todo, no estaría de más que rectificaran unas cuantas cosas que más que chirriar, aúllan. Hasta el punto de que uno de sus miembros más leales ha hecho públicos los referidos artículos, advirtiendo que no piensa aplicar los cambios que considera incorrectos, pues ni limplian, ni fijan, ni dan esplendor (esto último lo añado yo).

viernes, 11 de febrero de 2011

Cuentos de soldados y civiles


Lo elegí al azar. Ni me sonaba el título ni conocía al autor –es lo que tiene la ignorancia-. En la biblioteca había miles de libros, así que podría haber sido cualquier otro. De hecho la portada no me parecía especialmente atractiva. Tenía prisa, no podía entretenerme rebuscando. Pasé por el mostrador de préstamos y salí.

Por la noche comencé a leerlo. A partir de ese instante ya no quería detenerme. Un relato tras otro. Todos cargados de dramatismo, de vidas al límite, de incertidumbres, donde la muerte no es sino parte de la tragedia de la vida. En Cuentos de soldados y civiles degustaba los sabores de Jack London o Emilio Salgari, pero en la pluma de un veterano de la guerra de secesión: Ambrose Bierce.


La propia vida del autor ya de por sí es novelesca. Nacido en los Estados Unidos en 1842, combatió en diversos frentes durante la guerra civil, consiguiendo diversos ascensos por méritos de guerra. Más tarde participó en una expedición por los territorios indios, para acabar convertido en un brillante periodista y escritor.

En 1914, septuagenario, retomó su vida aventurera. Pasó a México y se unió en plena revolución al ejército de Pancho Villa. Con su llegada a Chihuahua desaparece todo rastro. Posiblemente murió ejecutado. Antes de su partida había escrito una carta a un amigo en la que con su negro sentido del humor le decía: «Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!».

Cuentos de soldados y civiles recoge una serie de historias breves que implican al lector desde la emoción y la intriga. En cada relato uno se sumerge en una situación que gana en tensión hasta alcanzar su cenit en un desenlace a menudo inesperado e impactante. Las narraciones son de dos tipos: bélicas y fantásticas. Sin duda me quedo con las primeras. Las otras tienen un estilo Allan Poe que me va menos.

Lo mejor de todo, leerlo. Altamente recomendable para aquellos a quienes gusta la buena literatura, las aventuras y están inmunizados frente a la frase: “cariño, ¿y si apagas la luz que ya es muy tarde?”

jueves, 10 de febrero de 2011

Un sembrador llamado José Ramón Ayllón


Los medios de comunicación nos han acostumbrado a la verborrea de gente demoledora y faltona que despacha cualquier tema con un par de simplezas. A veces, uno llega a sufrir el espejismo (o más bien la pesadilla) de creer que el mundo ha sido invadido por una plaga de majaderos, y que los hombres sensatos han enmudecido.

Afortunadamente las cosas no están tan mal, y ello gracias a que algunas personas han decidido empeñar su vida en mejorarlo.

Una de esas personas feraces se llama José Ramón Ayllón, y dedica sus días a escribir sobre las cuestiones más importantes de un modo hondo y divulgativo. Que a qué cuestiones me refiero, pues por ejemplo: qué pinto yo en este mundo, para qué sirven las riquezas, qué cosas merecen la pena y cuáles no, qué es enamorarse, por qué si Dios existe es tan silencioso, qué es la amistad, para qué me levanto cada mañana, por qué algunas cosas no tendría que hacerlas mientras que otras no debería dejar de realizarlas.

El primer libro de Ayllón que cayó en mis manos se titula Filosofía mínima (digo se titula porque confío en que no esté descatalogado). Si tuviera que definirlo en tres palabras, serían estas: “es una maravilla”. Aborda con inusitada profundidad, elegancia y brevedad los principales argumentos de la filosofía.


Después de dicho libro, tuve la oportunidad de hacerme con otros. El último se titula Tal vez soñar. La filosofía en la gran literatura. Es breve, 131 páginas, y se puede leer tranquilamente en un par de tardes. En él vuelve a adentrarse en los temas que le interesan, pero desembarcando en ellos desde algunas obras clásicas, como la Ilíada, Robinson Crusoe, La Granja de Orwell, las historias de Jack London, o El Señor de los Anillos, por citar algunas.

No es mi intención hacer aquí un resumen del escrito. Sí comentaré que me ha resultado especialmente enriquecedora la parte dedicada a El Principito, libro que leí de adulto y que entonces me dejó bastante frío pese a su notable fama. Ayllón desentraña la historia personal de su autor que clarifica el porqué de los sucesos del pequeño príncipe; lo cual me ha ayudarlo a valorarlo en su verdadera medida.

No por conocida, ha dejado de emocionarme la parte dedicada al Diario de Ana Frank, especialmente cuando se apunta al final de sus días en un campo de concentración. O el capítulo final referido a Dostoievski, con sus profundas indagaciones en el problema de Dios.

En definitiva, el libro es recomendable para personas con hambre de realidad, a quienes les guste plantearse el porqué de las cosas, pero huyendo de academicismos.

martes, 8 de febrero de 2011

El mejor periodista de 2011 se quedará sin premio


Con toda probabilidad, el mejor periodista de 2011 no ganará el Pulitzer. Es más, pese a su indudable mérito, su identidad ha pasado totalmente desapercibida a los propios medios de comunicación.

Pero antes de proseguir con él, me gustaría prestar atención a uno de los que obtuvieron el preciado galardón en 1993. Me refiero a Kevin Carter, autor de una fotografía que reflejaba de manera atroz y sobria el drama del hambre. Una niña escuálida, con la inflamación del vientre propia de la desnutrición, está inmóvil, de cuclillas, replegada sobre sí misma, sin fuerzas para erguirse, mientras a su espalda un buitre aguarda paciente el momento para devorarla.

Cuando se le hizo entrega del preciado galardón, los compañeros de profesión le preguntaron qué había sido de esa niña, qué había hecho por ella, a lo que el fotógrafo no supo qué responder, puesto que en realidad la había dejado allí abandonada a su suerte. Es decir, que el periodista había decidido no formar parte de la “suerte” de aquella criatura. Si Nietzsche afirmaba no ser un hombre, sino dinamita; con su actitud el periodista venía a decir que él tampoco era un hombre, sino un testigo gráfico. Hombres que se ven a sí mismos como los no-hombres. Cuerpos sin alma.

Unos meses después de recibir el premio, Carter se suicidó. No pudo resistir el despertar de su conciencia. La misma fotografía que le había llevado a la gloria, acabó por convertirse en su acusadora.

Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.

Y ahora volvamos sobre quien en mi opinión podría considerarse el mejor periodista de 2011. He de comenzar por reconocer que desconozco su nombre, como he apuntado al principio, pero no su acción. Ha sido en Argel, país que ha vivido los ecos de los movimientos populares iniciados poco antes en Túnez. Un hombre, padre de tres hijos, se roció de gasolina y trató de prenderse fuego para quemarse a lo bonzo, como antes hicieran otras personas en distintos lugares del Magreb. Un policía y el mentado periodista acudieron rápidamente en su ayuda, consiguiendo salvar la vida del suicida. El periodista se olvidó de fotos e imágenes impactactes. Perdió su instantánea única, pero evitó una muerte horrible. (Noticia)

No fue el “testigo mudo” de la noticia, sino el salvador de un semejante. Carecemos de una imagen, pero ganamos un testimonio. Y viene a resultar que el concepto de “periodista” lejos de perder fuerza, se vigoriza al convertirse en lo que es: un adjetivo; hombre periodista. Hay una mirada tras la noticia, y manos, y corazón. No vivimos en un mundo maquinal, sino humano. Esto es lo que nos reconcilia con tan digna profesión.

Seguramente su nombre permanecerá en el anonimato para nosotros. Yo, por mi parte, le brindo el humilde reconocimiento de estas líneas. Enhorabuena y gracias.

lunes, 7 de febrero de 2011

Amigo, levántate y pasa


E. empezó a sumergirse en el fango de la droga a los catorce años. Huérfano de padre, aquel juego de adolescencia arrastró a su familia a una prolongada pesadilla en la que todo fue puesto a prueba.

Pasó el tiempo y las tinieblas mostraron su verdadero rostro. Algunos colegas morían, mientras otros se habían convertido en avejentados esqueletos errabundos de veintitantos años. E. se hundió en las profundidades del abismo, pero no perdió completamente la razón, y con apoyos, afecto y las últimas dosis de voluntad que aún le restaban, llegó a librarse de aquella servidumbre.

Yo sabía su historia, y él sabía que yo la sabía, pero nunca hablábamos de ello. No hacía falta. Éramos buenos amigos, y los amigos no sólo se escuchan, sino que también respetan los silencios.

Lo cierto es que cuando cogía confianza le gustaba mucho charlar, sobre todo de cine. Le habría encantado dirigir una película. En más de una ocasión comentamos que tendríamos que hacer una, en plan amateur.

Con las chicas era tímido. El descaro de sus años salvajes se había nutrido del veneno de la droga, y sin él no había aprendido a desenvolverse.

A menudo la vida lo sobrepasaba. Sus alas atrofiadas y desplumadas por tantos excesos no le permitían volar. Y quien soñaba ser águila, se veía torpe gallina descabezada golpeándose contra los más pequeños obstáculos.

Se agarró al alcohol para superar el vértigo. ¡La vida a veces pesa tanto!

Con todo, procuraba no herir a nadie. No molestar. Despertar afectos, aunque sus debilidades pudieran hacer vano el intento.

Finalmente el hígado no pudo resistir más, y con treinta y tres años falleció.

En su funeral, sólo la familia. Me acerqué a su hermana para darle el pésame y decirle la verdad: “De E. no he hecho más que recibir cosas buenas”. Así fue. Un amigo locuaz y pausado, con pudor para mostrar el mal que lo amarraba.

En Los hermanos Karamazov, Dostoievski nos muestra a un personaje llamado Marmeladov, padre de Sonia. Se trata de un alcohólico desgraciado que padece mil infortunios. En un momento dado, refiriéndose a Dios, dice:

“Y cuando haya acabado de juzgar a los demás nos tocará a nosotros. «Entrad también vosotros, borrachos», dirá. «Entrad los de carácter débil, los disolutos.» Y nosotros nos acercaremos a Él sin temblar. «Sois unos brutos; lleváis impresa en la frente la marca de la Bestia, pero venid a Mí.» Entonces los sabios y prudentes preguntarán: «Señor, ¿por qué acogéis a éstos?». Y Él responderá: «los admito porque ninguno se creía digno de este honor». Entonces abrirá sus brazos para acogernos y nosotros nos arrojaremos en ellos y lloraremos. Y en aquel momento lo comprenderemos todo.”


Amigo E., Él ya te ha acogido, lo sé. Pide por mí, porque no soy sabio ni prudente, ni tan siquiera alguien atrapado en la telaraña de un mal casi insuperable. Sino alguien tristemente mísero en su mediocridad.

A nadie te oí criticar jamás, ni culpar de tus males. Y por eso de la basura has sido alzado y ahora ríes con esa voz ronca y calma que te es tan propia. “Porque el que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia se ríe del juicio.”

jueves, 3 de febrero de 2011

Reflexiones nocturnas, o la queja y el consuelo


En memoria de César Tejedor Campomanes, a quien no tuve la fortuna de conocer.



Conservamos en casa el libro de filosofía de COU de mi mujer. Se titula “Historia de la Filosofía en su marco cultural” y está editado por SM. Año de impresión: 1984.

En la portada aparece una ilustración de William Blake: “Night Thoughts, or the Complaint and the Consolation” (Reflexiones Nocturnas, o la Queja y el Consuelo). Un hombre, con los ojos cerrados, yace sobre un gran libro abierto. No se sabe si duerme o está muerto. En su mano derecha todavía sostiene la pluma con la que ha estado escribiendo.

Pese a que esta Historia de la Filosofía es a priori un libro de texto para estudiantes, hay que decir que se trata de una auténtica joyita, hasta el punto de que de vez en cuando todavía lo consulto con agrado.

La obra está muy bien estructurada, con clarificadoras exposiciones, acertadas citas de los más destacados filósofos, y en el inicio de cada capítulo, la presentación del marco histórico en que se desarrolló cada una de las corrientes de pensamiento: política, arte, economía, religión, ciencia, literatura, etcétera.

Dado lo atinado de esta obra y los buenos momentos que me ha deparado, pensé que sería una buena idea agradecérselo a su autor, un tal César Tejedor Campomanes (según reza en el interior del volumen, doctor en Filosofía y catedrático de Instituto). Habían pasado veinte años desde que la publicara, pero tan excelente trabajo no merecía quedar enterrado bajo la infinita sucesión de libros de texto de contenido menguante y volumen creciente que las editoriales lanzan curso tras curso.

Busqué en Internet qué era del citado César Tejedor, y descubrí, con un íntimo estremecimiento, que no hacía mucho había fallecido junto con su esposa y su única hija de siete años. La causa: un escape de gas. (Ver noticia).

Qué final para aquel hombre; alguien particularmente culto, excelente pedagogo (escribiendo certifico que lo fue, lo que me hace sospechar que en clase también debió serlo), un formador riguroso, buen comunicador, ponderado. ¿Cómo pudo suceder aquel fatal accidente? ¿Cómo pudo permanecer muerto junto a su mujer y su hija sin que nadie los echara de menos? Sólo el olor a gas delató su existencia al cabo de varios días.

Su muerte lo convirtió en una noticia de página interior; una instantánea pasajera que, sin embargo, parece ser la metáfora de algunos aspectos de nuestra sociedad; esa que encumbra al mediocre y relega al excelente, que escucha embelesada a quien la halaga mientras ignora al que le exige que mejore. Aquí radica nuestra culpa, a nadie podemos imputar los males que nos aquejan.

La portada de aquel libro de COU no era sino la anticipación profética del final de su autor. El hombre que escribía para adentrar a sus alumnos en el auténtico conocimiento, para acercarlos a la verdad por él entrevista, nos dejaba su obra, siempre inacabada, quedando sumido en un sueño del que no volvería a despertar.

Blake lo vio: Reflexiones nocturnas, o la queja y el consuelo. Después, silencio.

martes, 1 de febrero de 2011

Sol y sombra


Íbamos a casarnos. Al menos eso me había dicho ella. Tendríamos un perro (o varios), loros y muchos otros animales, y viviríamos en una casa muy grande con el resto de la familia. J, de tres años, compañero de clase, se ha interpuesto. Parece ser que le ha pedido en matrimonio.

Finalmente mi hija ha elegido a su padre y nuestros planes futuros siguen adelante. El pretérito imperfecto retorna a futuro imperfecto. La previsible fauna doméstica puede estar tranquila... de momento.


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A la pequeña últimamente parece inquietarle el tema de la muerte. Bastante entrada la noche no es extraño que nos llame para que la tapemos. El otro día, durante la cena, lanzó la siguiente pregunta en un tono no exento de congoja:

- Papá, como soy la más pequeña me moriré la última. Cuando esté solita, ¿quién me tapará?

Se me puso un nudo en la garganta; literalmente. Me pareció una imagen atroz: sola, indefensa, tan pequeña, sin ninguna de las personas que tanto la queremos. Sé que no será así, que conocerá a gente especial y que la querrán. ¡Qué aterradora la soledad de quien no se siente amado!

En su sencillez, me pareció una de las más acabadas descripciones del infierno que he escuchado.