Duermo mal y sueño mucho. Eso
hace que en mis despertares, a menudo, me acuerde de lo último que he soñado. A
menudo, a poco de abrir los ojos se desvanece. Pero hay ocasiones en que sí
perdura en mi recuerdo, como hoy. Soñaba que se cumplía un aniversario redondo
de mi servicio militar. Google había cambiado mi foto de perfil por otra en la
que aparecía yo sonriente con uniforme militar. Me daba cuenta de que no era
original pues la gorra que lucía no era la que empleé para mi servicio patrio.
Luego me veía cerca del canal de Aragón, creo. Había tanques aparcados y
puestos callejeros por medio.
Cuando he despertado he
tenido la curiosidad de calcular el tiempo que ha pasado desde que me incorporé
al servicio militar, y son justo ¡treinta años! Qué barbaridad. Y eso que a
base de prórrogas la hice talludito. Fueron “sólo” nueves meses que a mí, en
aquel entonces, se me hicieron larguísimos. Siempre he tenido un especial
apetito de libertad, y verme sujeto a las “Reales Ordenanzas” y, sobre todo, al
“cautiverio” del cuartel se me hacía penoso.
Alguien me dijo cuando me iba
a incorporar a filas: “lo mejor que se saca de la mili son los amigos”; y a
ello me puse, a tratar de pasar ese periodo de la forma más amistosa que supe.
Ahora la mayoría son rostros de otro tiempo congelados en una fotografía.
Treinta años... y parece un sueño.