Ante un bien degradado caben dos opciones, tirarlo o mejorarlo. Si realmente consideramos que alberga algún valor, trataremos de arreglarlo y mejorarlo. Si por el contrario consideramos que es sólo un trasto, lo arrojaremos al cubo de la basura.
En España tenemos un régimen político (económico, social, jurídico...) que ha mostrado no pocas fallas. Parece haber un sentir general de que las cosas no pueden seguir así. Se abren en el horizonte varios caminos.
Unos querrían dejarlo todo igual. Pensar que aquí no ha pasado nada. Es cosa de unos cuantos que han venido a montar follón; ya escampará. Pero es que sí que han pasado cosas y más vale asumirlas y sacar lección de ellas o de lo contrario la enfermedad se agravará.
Otros están por la labor de hacer cambios, mejorar lo que hay, pero salvando y potenciando bienes tan preciados como la concordia, la herencia histórica, o el proyecto de vida colectiva.
Por último están quienes abogan por desprenderse de todo. Todo está contaminado. Nada vale: ni siquiera la existencia misma de la nación que nos convierte en comunidad (común unidad). Claman por la nueva utopía, tan vieja como los comisarios políticos y el Estado de partido. Nos ofrecen una sociedad más justa, pero hay un precio a pagar, el de nuestra libertad. Escuchadles: “La guerra es paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”. El que no está conmigo es mi enemigo.
Los hombres aprendemos de nuestra experiencia, los pueblos no tanto. Esa es nuestra desgracia y nuestra exigencia. No podemos callar. Debemos alertar. Así que aquí va una señal de aviso: ved de quién se proclama cada cual heredero y encontraréis el futuro que proponen.