S. era delineante, al menos eso respondía cuando le
preguntaban por su profesión, pero su alma estaba entregada a las artes
marciales: clases, libros, investigaciones. Se jubiló de la empresa, donde era
un buen trabajador, uno más, al fin y al cabo, y ahora continúa impartiendo
artes marciales con un prestigio y buen hacer impresionantes.
J. trabaja en una entidad financiera. Por la tarde va a
ensayar con su grupo de rock. Es un guitarrista diez. Han hecho alguna
mini-gira, llegando a viajar a Marruecos para tocar, aunque eso no lo saben sus
“clientes”.
N. vende maquinaria. Tiene medio cuerpo tatuado y unos
agujeros en las orejas por los que cabe un boli. Pero debajo de ese aspecto pintoresco
hay un hombre entusiasmado con los camaleones. Mantiene una especie de granja de
reptiles en un enorme trastero gracias a un sistema de luces y riego por
aspersión bastante sofisticado. Es su afición secreta.
Hoy todas las enciclopedias reconocen a Kafka como uno de los
escritores más importantes del siglo XX. Sin embargo en vida no se lo veía
así. Estaba empleado en una compañía de seguros. En su diario se hace palpable
el desgarro que siente por las limitaciones que le impone su profesión a la
hora de cumplir su auténtica vocación. Anotación del 19 de febrero de 1911: “Hoy,
cuando quise levantarme de la cama, me caí simplemente al suelo. Esto tiene una
explicación muy sencilla: estoy totalmente exhausto por el trabajo. No por el
trabajo de la oficina, sino por mis otras ocupaciones. La oficina sólo tiene esta
parte inocente de culpa: que si no tuviera que ir, podría vivir tranquilamente
para mi trabajo y no perdería esas seis horas diarias, que me han hecho sufrir
hasta un punto que usted no puede imaginarse, sobre todo el viernes y el sábado,
cuando estaba tan absorto en mis propias cosas”. Cuando habla de “trabajo” no
se refiere al retribuido, al de la aseguradora, sino a su callada labor de
escritor, que es la que verdaderamente le interesa.
A veces, me fijo en la cajera de un supermercado, o en un
barrendero que amontona hojas secas con su escoba, o en un taxista que fuma un
cigarrillo con la ventanilla baja mientras espera en la parada a que aparezca
algún cliente, y me pregunto, ¿quién se esconderá detrás? ¿Y si hubiera una
bailarina, una cantante, un pintor, un mago, un escultor, un filósofo, un
acróbata…?
Un mundo oculto a nuestros ojos nos rodea. Es mucho más
auténtico y fecundo que ese “evidente” y rutinario que llamamos “real”. Es un
mundo que sólo aflora cuando nos acercamos a él con una mirada personal.