Las personas cambian, y la que no lo hace es porque está más cerca de los fósiles que de los seres vivos. El cambio por el cambio no es bueno ni malo, lo que es inevitable. Obviamente, se puede cambiar a mejor o a peor.
O subir o bajar, que escribía Saavedra Fajardo.
Quien ha profesado determinadas ideas u obediencias y las cambia, fácilmente tiende a exhibir su nueva militancia extremando el gesto. De algún modo desea ser aceptado en su nueva identidad desvinculándose de su pasado.
El ayer ha muerto, hoy soy otro.
Estos cambios ostentosos son relativamente frecuentes en política, pero no es el único campo en que se producen. Hay un ámbito que, en ocasiones, me provoca un poso de tristeza, me refiero al mundo del espectáculo infantil.
Un actor, una cantante, un bailarín se dirige a un público infantil hasta convertirse en estrella. Los niños lo admiran, lo imitan, desean parecerse a él o a ella. Pero llega un momento en que empieza a no encontrar su sitio. Quizá se ha hecho mayor y quiere dar un giro a su vida, demostrar que es capaz de hacer otras cosas y dirigirse a otro público. A mí los niños me parecen el mejor público del mundo, pero cada uno es muy dueño y hay sitio para todos, retos nuevos que afrontar.
Lo penoso llega cuando para ser
perdonado por su pasado decente decide hacer algo que le dará la ansiada notoriedad. Ese algo consiste en
escandalizar. Camino fácil de inmediatos resultados. ¿Creíais que era un chico bueno o una buena chica?, pues ahora vais a ver de lo que soy capaz.
Corruptio optimi pessima.
Llegará más lejos que nadie. Acaparará titulares. Las redes sociales arderan. Degradarse despierta el entusiasmo de los medios. Incluso la prensa teóricamente más
puritana mostrará la foto provocativa que excita el morbo del lector, poniendo de paso en evidencia su propia hipocresía periodística.
“Miradme, ya no soy un niño, ahora soy carne. Escupo a mi pasado. Estoy en venta”. Pero en tu pasado había niños y padres a los que les importaban aquellos niños; sobre ellos cae el salivazo.
Yo, que no soy precisamente un dechado de bondad y probablemente escandalice más a menudo de lo debido, si algo tengo claro es que hacerlo como propósito es sencillamente abominable. Aplaudirlo, para qué contar...
“Si no
volvéis a ser como niños no entraréis en el reino de los cielos…” Para llegar, hay que hacer el camino de vuelta.