Hace un tiempo que la dirección de mi empresa asumió los postulados del feminismo sectario (valga el pleonasmo) que nos custodia. Por supuesto, en esto la dirección no está sola; cuenta con su camarilla de entusiastas de la virtud.
Así, disponemos de "catequesis" (voluntarias, a Dios gracias) de empoderamiento femenino. En horario laboral, eso sí; de modo que los que no nos sumerjamos en esos caminos de plenitud (y deconstrucción) seamos productivos y podamos coadyuvar a sufragar todas estas veleidades.
A día de hoy tenemos el catálogo completo: feminismo, agenda 2030, inmersión lingüística y suma y sigue... y los miércoles 3x2.
Todavía recuerdo a uno de los viejos fundadores, ya todos muertos, hablando en un homenaje que les dio la Universidad de Zaragoza. Contaba cómo siendo jóvenes el sacerdote que les dirigía en la Acción Católica, pues todos ellos pertenecían a este grupo, les alentó a levantar una serie de empresas que se han convertido en referentes de eso que se ha dado en llamar economía social. Aquellos muchachos no estudiaban a los teóricos alemanes sino la doctrina social de la Iglesia. "Nos proponíamos nada más y nada menos que cambiar el mundo". ¿Dónde ha quedado ese sueño? El mundo nos ha cambiado a nosotros. Nuestra voz suena tan parecida al discurso dominante que cuesta diferenciarlo cada vez más.
¿Se puede no ser feminista hoy? Pienso que sí. Si feminismo es que la mujer imite o rehúya al hombre, mejor no serlo. Si feminismo es ventajismo, mejor no. Si feminismo es discriminación legal, mejor no. Si feminismo es victimismo grupal, mejor no. Que todo eso se haga en nombre de la igualdad me parece una burda manipulación.
Acabo con una confesión personal. Sin duda alguna, de las cosas que me gustan la que más es hacer reír a mi mujer; me produce una felicidad difícil de explicar. Por otro lado, las cinco personas a las que más quiero en este mundo son mujeres.
No necesito ni rivales ni imitadoras, lo que tengo me plenifica.
Prescindo del cursillo, gracias.