La revista "Cuenta y Razón" en su número de Otoño 2013 ha tenido a bien publicar el siguiente artículo escrito por un servidor:
La firma de Julián Marías
El pensamiento que quiera hacerse
merecedor de tal nombre debe estar presidido por la claridad. A este respecto el
caso de Julián Marías resulta paradigmático. En una entrevista afirmaba lo
siguiente:
«Una
estudiante americana le preguntó al gran filósofo Whitehead: “profesor, ¿usted
por qué no escribe más claro?”. Y él contestó: “porque no pienso más claro”.
Cuando las
cosas no se ven muy claras es difícil explicarlas claramente. Y hay también una
tentación, y eso me preocupa mucho, que es la de oscurecer las cosas para que
parezcan más importantes. A mí eso me repugna. (…) me produce malestar y
procuro ser claro».
La verdad es aletheia, desvelamiento de lo que estaba oculto, emergencia de la
realidad. Pero para poder llevarla a cabo es preciso un determinado estado del
espíritu, un temple que en el caso de Marías se definía por su veracidad y
efusividad. Sus escritos se desenvuelven en una búsqueda constante de
inteligibilidad.
Esa ligazón entre estilo y
personalidad la supo plasmar certeramente el director de cine José Luis Garci en
un artículo que publicó días después de la muerte del filósofo:
«...
ha escrito páginas memorables (...), están repletas, y trato de elegir muy bien
cada palabra, de inspiración, de valentía, de alegría, de perspectiva, de
mesura, de conocimiento; y vacías de pedantería y fanatismo. Están redactadas
con soltura, con una curiosidad que adivinas inacabable, son libres, nada
envaradas. Julián Marías jamás ha pertenecido a ningún ghetto excluyente ni al
cinturón de capillitas (...). En aquellos años en que los textos de los
críticos febriles y, supuestamente, entendidos, salían oscuros y arrugados, a
Julián Marías los párrafos le brotaban de su máquina de escribir lisos y
luminosos». (ABC de las artes y las letras, 24-12-2005)
Manifestamos nuestro modo de
ser en cada uno de nuestros actos. Desde la inflexión de la voz hasta la forma
de sentarnos expresan ese quién que
somos. Como decían los clásicos, el obrar
sigue al ser. Por eso me resulta interesante la firma de Marías, clara, sencilla,
perfectamente legible, con el nombre completo sin abreviaturas ni extensiones
innecesarias, huérfana de florituras, las tildes categóricas, los trazos diestros
y levemente inclinados hacia la derecha, como orientados hacia lo por venir con
entusiasmo y curiosidad.
Pero lo más llamativo es la estabilidad
que mantuvo esa rúbrica desde su juventud hasta el fin de sus días. Pese a la
inevitable variación que acompaña al paso de las edades, se adivina la misma
fidelidad a la verdad y a sí mismo que poseen todos sus escritos. Si tuviéramos
que sintetizarlo en una palabra esta sería “coherencia”.
En su ficha universitaria vemos
ya esa luminosidad. A sus diecisiete años el subrayado es más prolongado, con
esa necesidad de reafirmación que se tiene en la juventud. No obstante ya está
ahí Marías, mostrando, sin saberlo, lo que va a ser el resto de su vida.
Con seis años se comprometió
con su hermano a decir siempre la verdad. Cumplirá la palabra dada hasta el
último aliento. Por eso su letra no puede mentir.
Cuando rellena la ficha
universitaria se acaba de matricular en Químicas. A fin de cuentas ha obtenido
el premio extraordinario de bachillerato en la rama de Ciencias. En la de Letras
había ido a parar a Dolores Franco, quien con el correr de los años acabaría
por ser su esposa. No obstante, en 1931 Marías todavía no tiene decidido su
futuro, así que ha optado por matricularse también en Filosofía. En esta última
Facultad conocerá a Ortega y Gasset, a quien había leído con fruición. También
recibirá el magisterio de Zubiri, Gaos, García Morente... y ya nada será igual.
La letra del formulario y la que figura en la rúbrica es idéntica, con una
nitidez sincera carente de pretensiones. No, no miente, se presenta tal cual
es.
Casi sesenta años después su
firma permanece esencialmente la misma. La de la imagen corresponde a una carta
que tuvo la gentileza de enviarme en julio de 1990. El subrayado se ha acortado,
mientras las letras finales se han despojado del leve rabito que poseían en su
juventud. Hay una mayor madurez, aplomo y sobriedad. Con todo, persiste inalterable
el ilusionado despegue hacia la derecha que se apuntaba en su juventud. El
hombre es futurizo, le gustaba decir. Somos una realidad proyectiva, disparada
hacia el futuro. Y el filósofo a sus setenta y seis años mantiene intacta la
ilusión por una realidad que ve valiosa y repleta de posibilidades.
La última de las rúbricas data
de abril de 2005, año de su muerte. Su estado de salud se ha deteriorado significativamente. Ya ni siquiera usa las
gafas al haberse convertido en un objeto inútil. Tal es así, que no puede leer
y ha de dictar sus artículos. La fatiga le obliga a emplear frases breves
cuando habla. Siente que ha perdido gran parte de su providencial memoria, lo
cual le pesa, aunque mantiene una perfecta lucidez.
Ahora el trazo es más picudo.
Carece de destreza. La más pequeña acción le supone un esfuerzo. Se ve obligado
más a adivinar más que a ver. Y pese a todo conserva la claridad. Los acentos
irrenunciables. El nombre perfectamente legible: “Julián Marías”. Ahí está,
fiel a sí mismo.
En un mundo poblado de máscaras
e imposturas, Marías pudo afirmar sin rubor lo que su querido Don Quijote: “yo
sé quién soy”.
Rafael Hidalgo Navarro
Revista "Cuenta y Razón", página 43 y siguientes.