La novela Sumisión de Michel Houellebecq levantó polvareda antes de reposar en el estante de las librerías.
A día de hoy su argumento es sobradamente conocido incluso para quienes no la han leído. En la Francia actual surge un partido islamista al que acaban plegándose los socialistas y la derecha sistémica, consiguiendo ganar las elecciones y llevando a cabo una reforma a fondo de las instituciones y usos del país.
El protagonista es un profesor universitario gris, poco social y muy concupiscente, con una existencia vacía y desnortada que vive de espaldas a la realidad pública, hasta que ésta se le impone de forma incontestable.
Lo paradójico del caso es que la implantación del islam en la novela se lleva a cabo de forma bastante benévola, más a través de incentivos (sobre todo de tipo económico, amatorio y de promoción social) que mediante cualquier tipo de coacción. De hecho, al nuevo presidente de la república se le presenta como moderado, culto e, incluso, más inspirado en la tradición romana que en la árabe; aunque la financiación de los saudíes brilla por su presencia.
Y digo lo paradójico porque su autor, Houllebecq, ha tenido que contar con protección policial para no ser objeto de ataques o atentados islamistas, lo que lleva a pensar que caso de llevarse a cabo una transformación de Europa como la que él plantea, ésta no discurriría con la apacibilidad de Sumisión, sino, por el contrario, de forma bastante más convulsa.
Pese a su ruido mediático, sospecho que Sumisión no va a quedar como una obra maestra de la literatura (pues no lo es), si acaso como el reflejo de los temores de un tiempo en que decir ciertas cosas pueden acarrearte la popularidad mediática y la muerte física.