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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 30 de abril de 2013

La Joyosa y Marlofa, dos universos en colisión





Mi amigo Paco se fue a vivir con su mujer e hijos a La Joyosa, a veinte kilómetros de Zaragoza. Con el boom de la vivienda el pueblo ha experimentado un crecimiento enorme; así, mientras en 1991 lo habitaban 345 almas, en 2009 alcanzaba la astronómica cifra de 908.

El caso es que La Joyosa está literalmente pegado a otro pueblo, Marlofa, que no alcanza los doscientos habitantes. Cuando digo pegado es pegado, adyacente, limítrofe, prácticamente “confundido con”. Hasta tal punto, que si no fuera por el cartel que los distingue en la rotonda de acceso, parecerían dos calles de un mismo término.

Un día mi amigo Paco comentaba con un autóctono de La Joyosa su incomprensión de que en el año de Gracia en que nos encontramos y con la que está cayendo todavía hubiera dos pueblos distintos con sus respectivas municipalidades, iglesias y festividades, etcétera. Entonces, el joyosino, sintiendo que aquella observación atravesaba lo más profundo de sus entrañas, exclamó:

-        ¡Pero no te has dado cuenta de lo diferentes que somos!

Paco quedó perplejo por un momento, pero rápidamente su vecino vino a aclararle las cosas. Aquel enclave siglos ha había pertenecido a un señor que lo dividió entre sus dos hijos. Según él, los de Marlofa eran descendientes de los moros que trabajaban aquellas tierras. “¿No ves que son más bajitos y morenos?”; mientras que, por lo visto, la fiera sangre de Recesvinto había quedado del lado de La Joyosa.

Oyendo aquello mi amigo no sabía si asistía a una película berlanguiana o a un delirino aranista.

 “Sabes qué –me comentaba Paco con su sana ironía-, desde aquel día ya empiezo a ver a los de Marlofa más torrados y chaparrudos”.

miércoles, 24 de abril de 2013

¿Da igual?



A la amiga de mi madre no le va la cocina, pero aquel día había decidido hacer un esfuerzo y preparar una comida sorpresa a su marido. Compró los mejores ingredientes y se pasó la mañana encerrada en la cocina. Cuando llegó la hora del almuerzo su esposo se sentó a la mesa y comenzó a comer con la misma indiferencia que de costumbre.

-        ¿Te ha gustado la comida? –preguntó ella, inquieta, cuando concluyeron.
-        Sí.
-        Pero, ¿has notado algo especial?
-        ¿Especial? Pues no.

Aquella mujer explicó a mi madre que se habían terminado las comidas suculentas y elaboradas. En adelante, vuelta al menú de primeros auxilios.
-        Total, igual da que prepare una cosa que otra. No distingue nada ni le da ningún valor.

Traigo este ejemplo a colación porque si algo caracteriza nuestro tiempo es el igualitarismo. Todo es lo mismo. “Todas las religiones son iguales”, dicen; tanto da que afirmen el amor a los enemigos que la muerte del infiel. Debe tener el mismo reconocimiento el buen estudiante que el que no da un palo al agua. Es lo mismo tener un papá y una mamá, que dos papás, dos mamás o una coral de selenitas. Tan lícito es dejar nacer a un niño con síndrome de Down y llenarlo de ternura, que descuartizarlo en el útero materno pues, a fin de cuentas, “es una opción”. Y así, suma y sigue.

Si todo vale lo mismo, es que nada vale nada. Como le sucedía al marido de la amiga de mi madre, incapaz de distinguir un bistec de una zapatilla.

 

domingo, 21 de abril de 2013

Y el mundo habló



Transcribo el siguiente artículo que me publicó en su momento (mayo de 2009) la revista "Cuenta y Razón". Versa, precisamente, sobre la existencia del "sentido" y su vinculación con un Dios trascendente.

Advertencia: apto sólo para personas con algún gusto por la Filosofía. 


Y EL MUNDO HABLÓ
Rafael Hidalgo Navarro


Camino por la calle con mi hija de tres años. Inesperadamente tira de mi mano y se detiene ante un escaparate. Es una juguetería. Nos quedamos mirando el mosaico de tesoros que,
seductores, reclaman nuestro interés. Sus grandes ojos los recorren uno tras otro devorándolos con fruición. Un artilugio acaba por monopolizar su atención. Nunca antes había visto nada parecido.

-Papá, ¿qué es eso?

Ambos contemplamos un mismo objeto. Está ahí, delante de nuestras narices. Pero para la pequeña Belén carece de significado. “¿Qué es eso que hay allí?” Hay una realidad que le desafía, que visible se oculta a su comprensión. ¿Cómo ubicar en su vida un elemento extraño?

Decía Ortega que “la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto de cada hombre1”. Sin ser consciente de ello, es lo que mi hija está tratando de hacer. Finalmente salgo en su ayuda.

-Es un aparato parecido a una lámpara que, en vez de iluminar todo el cuarto, alumbra sólo unos puntitos sobre el techo imitando a las estrellas del cielo.

-¿Entonces la habitación se ve como si fuera de noche? –pregunta para confirmar que lo ha entendido bien.

-Exactamente. Eso es lo que hace.

Ahora ya no sólo hay “algo” ante ella, sino que además eso que hay es un objeto determinado, un aparato para producir estrellas. Ha entrado a formar parte de su mundo.

Marías, en sus comentarios a las Meditaciones del Quijote orteguianas, lo expresaba así: “La reabsorción de la circunstancia consiste en su humanización... El destino del hombre, cuando es fiel a su situación, es decir, su destino concreto, es imponer a lo real su proyecto personal, dar sentido a lo que no lo tiene, extraer el logos a lo inerte, brutal e «i-lógico», convertir eso que simplemente «hay ahí en torno mío» (circunstancia) en verdadero mundo, en vida humana personal2”.

De lo dicho se deduce el carácter interpretativo de mi vida. Y bajo esa interpretación late un finalismo, un para qué. Ortega dirá que este papel antes que el objeto papel es algo para escribir. Lo cual implica que el  ser de la realidad es netamente circunstancial, vinculado inextricablemente a mi situación concreta. El sentido de cada una de las cosas que me circundan dependerá del emplazamiento que tengan en mi vida.


El fantasma del absurdo

Lo aquí planteado, ¿no me puede conducir a pensar que soy una criatura necesitada de sentido precipitada en un mundo absurdo? ¿Y si cualquier sentido que encuentro en la realidad no es más que una fantasmagoría carente de fundamento, una muleta que no se apoya en ningún suelo? ¿Y si lisa y llanamente el sentido no existe?
ENSAYOSCuenta y Razón | mayo 2009
Hacia el final de El nombre de la rosa Eco nos presenta este dilema. El monje Guillermo de Baskerville se lamenta ante su discípulo Adso de Melk del fracaso de su empresa y le dice:

“ ... He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo.
—Pero, sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo...
—Gracias, Adso, has dicho algo muy bello. El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido3.”

En definitiva, el sentido sería una ficción que necesitamos crear para mantenernos a flote en medio del caos.

Mas si prestamos atención, podremos encontrar en el propio dilema la respuesta a nuestra inquietud. A semejanza de lo que hiciera Descartes, nuestro razonamiento reza así: si dudamos de si el sentido existe, el hecho mismo de cuestionárnoslo ya tiene sentido para nosotros, luego el sentido sí existe. El absurdo es como el silencio, que con nombrarlo se desvanece.

Además, la propia inteligibilidad manifiesta en este escrito y la misma duda sobre si el sentido existe, lo demuestra de forma manifiesta.

Marías decía: “...el absurdo depende del sentido, se mueve, como diría Hegel, en el «elemento» del sentido. Como cuando decimos que algo es falso, nos movemos en el elemento de la verdad. El sentido es previo al absurdo. La vida humana es ya sentido, es el elemento del sentido. Y dentro de ella, dentro de ese sentido radical y originario, decimos que hay cosas que tienen sentido y otras que no, porque son absurdas. El absurdo es derivado, como un quiste o infarto de ese gran orden del sentido4.”

Ahora bien, podemos pensar que el sentido está prisionero en los muros de nuestra mente la cual, vanamente, trata de encontrarlo más allá de sus propias lindes. ¿No es ese el fondo de lo que manifiesta Guillermo de Barkerville? Analicemos esta cuestión.


El camaleón despistado y la araña catatónica

Por un momento volvamos nuestra atención hacia un singular saurio, el camaleón. Este simpático reptil de ojos saltones tiene entre sus muchas peculiaridades la de adaptar el color de su piel a las condiciones ambientales. Cuando valoramos esa capacidad decimos que cambia de color para confundirse con el entorno y pasar desapercibido ante sus predadores.

Asimismo hay algunos tipos de araña que si se sienten atacadas adoptan una pose estática, rígida, diríamos que “simulan” su muerte ante su atacante para evitar que les hostigue.

Ni el camaleón ni la araña son conscientes de este hecho. Ignoran la consistencia de sus cualidades. Ahora bien, previamente a mi contacto con ellos ya son capaces de desarrollar esas acciones todo lo brutas e «i-lógicas» que se quiera (usando la terminología de Marías), pero provistas de un componente funcional claro.

Fácilmente intuimos un «propósito» intrínseco a esas dotes camaleónicas y arácnidas; propósito ajeno a las posibilidades animales, los cuales, según hemos señalado, carecen de la capacidad interpretativa.

Cuando doy con el sentido de ese cambio de color incorporándolo a mi vida, descubro que ya estaba allí, que me precedía, que ese “para qué” funcionaba antes de mi hallazgo. Sólo he quitado el velo (Aletheia) a lo que ya era. Si esto es así, en cierto modo el sentido preexistiría. ¿Es esto posible? ¿Cabe una suerte de sentido independiente del conocimiento humano? ¿No decíamos que lo real carecía de sentido previamente a mi interpretación?


¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?

“¡Quién sabe, quién sabe si en el porqué y el para qué del hacer humano se esconde la clave de un problema acaso el más fundamental de todos, tanto que no sólo no ha sido nunca esclarecido pero que ni siquiera se había atrevido a plantear la filosofía: el problema de la inteligibilidad misma, es decir, cómo se explica, o por lo menos, se esclarece un poco el hecho absoluto y misterioso de que en el universo exista eso que llamamos sentido, nous –lo inteligible como tal, lo que da ocasión a que entendamos o no entendamos- y, por tanto, a que pensemos5...”.
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Estas palabras, pronunciadas por Ortega en Lisboa en 1944, plantean el fondo de la cuestión que estamos tratando de dilucidar.

Aparentemente nos hallamos en un mundo que camina hacia ninguna parte, carente de finalidad o sentido, i-lógico. Y frente al cual, no obstante, tenemos que desplegar nuestras dotes interpretativas, para poder vivir, para poder relacionarnos con nuestra circunstancia.

Es entonces cuando nos sale al paso un problema. Si el mundo carece de sentido propio y es el hombre quien para poder vivir se lo otorga, ¿cómo es posible que dicho hombre haya sido engendrado dentro de la matriz de ese mismo universo? Nadie da lo que no tiene; ¿cómo un mundo «hueco», insustancial, ha podido parir una realidad como la humana, necesitada de contenido, de significaciones? Y, dando un paso más, ¿cómo es posible que esa anomalía que mira con asombro cuanto le rodea, sea capaz de desenvolverse en su vida gracias a una capacidad consistente en dotar de porqués y para qués a un mundo anodino?

Imaginemos un orbe carente de luz, sumido en una eterna oscuridad. ¿Sería concebible que en dicho firmamento surgiese una criatura vidente cuya función vital nuclear consistiese en ver? Incluso si se tratase de un puro accidente cósmico, ¿es verosímil que este ser se desenvolviese con éxito precisamente gracias a sus dotes visuales? Yo puedo crear una ilusión óptica porque existe la luz, ¿pero cómo hacerlo si carezco de ella?


¡Dios a la vista!

Así titulaba Ortega un escrito suyo de 1926. En él explicaba cómo hay épocas en que predomina una actitud agnóstica, caracterizada por negar la posibilidad de conocer aquellas realidades que no son inmediatas. Son tiempos en los que el pensamiento se aleja del problema de Dios y sólo la religión se ocupa de él. Sin embargo, reclamaba Ortega la existencia de un Dios laico al que se vinculan todos aquellos aspectos trascendentales no necesariamente religiosos. Y es este Dios al que ve aproximarse por el horizonte.

Retomando nuestro análisis. Nos encontramos con que el mundo carece de un sentido inmanente. Precisamente nuestra labor consiste en dar significación a lo que supuestamente no la tenía, a lo que a priori se limita a estar, todo lo dinámicamente que se quiera, pero de manera muda. Y viene a resultar que esa realidad es capaz de amoldarse al sentido.

Los rayos de la razón desvelan que bajo la negra capa de la noche se ocultaban vívidos colores
Si el hombre, arrojado a la existencia, no ha podido recibir el nous del mundo, significa que Otro que el mundo se lo ha tenido que otorgar. Y a ese Otro, padre y señor del sentido ¿no le llamamos Dios? Aquí no se trata de echar sobre los hombros de la divinidad todo aquello que nos resulta incomprensible. Es que la facultad misma de la comprensibilidad apunta a Él como su origen.

Julián Marías señala en esta misma dirección cuando plantea que “si el mundo ha sido creado por Dios, es inteligible que sea inteligible, pues es el resultado de una donación de una Divinidad que lo ha «imaginado» -si vale la expresión evidentemente antropomórfica- en sus menores detalles o, si se prefiere, en la clave de su desarrollo. En la mente divina estaría todo lo real y todo lo posible, y por tanto le pertenecería al mundo una inteligibilidad que el hombre puede rastrear y parcialmente descubrir6.”

Precisamente en el prólogo de su último libro, despidiéndose de sus lectores, escribía: “La razón es divina, como nos recuerda Lope de Vega. Dios es Logos, es Razón. Y la ha depositado en nosotros, aunque a veces se debilite debido a nuestra fragilidad7”. Él es el principio y el final; en él vivimos, nos movemos y somos. Es el hontanar de la razón, porque Él es Logos. En un mundo menesteroso de sentido, Dios es el único que ha podido depositarlo en nosotros.
ENSAYOS
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Cuenta y Razón | mayo 2009
NOTAS
1. Ortega y Gasset, José. Obras Completas I. Alianza Edito- rial y Revista de Occidente. Madrid. 1997, p. 322
2. Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote. Comentario por Julián Marías. Ed. Cátedra. Fuenlabrada (Madrid) 1984, p. 75 y 76
3. Eco, Umberto. El nombre de la rosa. RBA. Barcelona. 1992, p. 464
4. Marías, Julián. Sobre el cristianismo. Ed. Planeta, Barce- lona. 1998, p. 156
5. O.C. XII, p. 281
6. Marías, Julián. Razón de la filosofía. Alianza Editorial. Madrid. 1993, p. 287 y 288
7. Marías, Julián. La fuerza de la razón. Alianza Editorial. Madrid. 2005, p. 12 

sábado, 20 de abril de 2013

¿Hay un fin?


O todo tiene sentido,
o nada lo tiene.

viernes, 19 de abril de 2013

Golondrina, Golondrina, Gonlondrinita...



"Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas".

El Príncipe feliz. Oscar Wilde.

martes, 16 de abril de 2013

¿Puede ser clara la filosofía? No, ¡debe!



Decía Julián Marías en una entrevista:

"Una estudiante americana le preguntó al gran filósofo Whitehead: "profesor, ¿usted por qué no escribe más claro". Y él contestó: "porque no pienso más claro". 
Cuando las cosas no se ven muy claras es difícil explicarlas claramente. Y hay también una tentación, y eso me preocupa mucho, que es la de oscurecer las cosas para que parezcan más importantes. A mí eso me repugna. (...) me produce malestar y procuro ser claro".
Tenemos un tesoro accesible en el pensamiento de Ortega y Marías y en gran medida parece que todavía no nos hemos enterado. Es más, lejos de verla con gratitud, da la sensación de que para algunos esa cercanía y transparencia suponen una pérdida de valor .

Recientemente, el eminente filósofo e hispanista Harold Raley ha tenido a bien responder a un escrito que le dirigí. Me tomo la licencia de transcribir uno de sus párrafos:

"Para mí, Marías y Ortega son un orgullo de España y del Occidente -más inteligentes que Heidegger, más acertados que Wittgenstein y los filósofos de la lengua, me cuesta trabajo leer a estos y a otros tras la experiencia de una filosofía al nivel de los tiempos" según Ortega, a la vez que "a la hondura de nuestro tiempo", de acuerdo con Marías."


jueves, 11 de abril de 2013

Una "María" entre cafés




La tertulia se animó en el momento del café. La conversación había derivado hacia el papel de los medios de comunicación en la modificación de la conducta social. En la era de Internet y la televisión los medios son un ente insaciable que precisa propagar contenidos novedosos e impactantes de forma ininterrumpida. De ahí que lo trivial se convierta en sensacional y lo relevante quede enterrado en el panteón de la cotidianeidad. Aquel día la bolsa española había bajado porque el gobierno de un país "periférico" de poco más de un millón de habitantes como Chipre aplicaba drásticas medidas intervencionistas.

Javier, agente de banca, comentó que él prohibía a sus clientes leer Expansión. (Insisto en el contexto “cafeteril”  para comprender una expresión que en otra situación resultaría cuando menos osada). Javier se lamentaba del disparatado comportamiento de unos mercados que obran a golpe de titular.

Entonces me acordé de que cuando estudiaba empresariales la sociología era considerada por el común de los mortales como asignatura “María”. Y ahora viene a resultar que para entender la economía es más importante conocer los comportamientos sociológicos que destripar un balance.

Humanidades, tanto tiempo vilipendiadas, ¡venid en nuestro auxilio!

lunes, 8 de abril de 2013

Una ventana al cielo


 
Abriste una ventana para asomarte a nuestra familia. De eso hace ya cinco años. Cuando nos anunciaron lo que venía nos asustamos. Tú eres un Señor que inspira temor y temblor. De hecho,  los médicos no entendían por qué mi hermana no seguía “el procedimiento” para cerrar esa ventana de una vez para siempre, para ellos sólo era un "fatal diagnóstico": síndrome de Down. Pero cuando al fin se abrió y tus rayos penetraron por ella, todo cambió. Nos mostraste una vez más Tu gran verdad: “Dios es amor”.

Ahora, en la tribulación Carmen lleva la alegría a su padre que no sabe despegarse de ella. En el final de su vida terrena, permites a su abuelo, mi padre, ver en ella un pedacito de la gloria celestial que nos cubre, arrancándole una sonrisa franca y apartándolo de sus pesares. Y a todos nosotros nos haces un poco mejores. Hemos hallado un tesoro, el tesoro de la inocencia y la felicidad, y no permitiremos que nos lo arrebaten.

Cuando estamos cerca de esa ventana por la que te dejas ver, nuestros males y melancolías no sirven de excusa para atenderte. No nos permites caer en el pecado de vivir encerrados en nosotros mismos, pues Carmen reclama la atención aquí y ahora, sin demora.

Señor, se han cumplido cinco años desde que quisiste mostrar tu faz a nuestra familia; así que gracias de corazón y ¡feliz cumpleaños!

jueves, 4 de abril de 2013

Cuando el alzheimer corroe la nación o la hora de los replicantes



Su memoria ha ido desvaneciéndose. Ahora ya no reconoce ni tan siquiera a sus hijos. Puede sentir la ternura y el afecto, pero es incapaz de identificar a la persona que se lo prodiga.

Ese mal que devora el pasado desdibujando la personalidad es designado en los manuales médicos con el nombre de alzheimer. El enfermo va perdiendo progresivamente todo residuo de su pasado hasta hacerle incapaz de proyectar, de ir más allá, de soñar un mañana. Sin recuerdos no es posible mirar hacia el futuro.

España está aquejada de este mal. Hemos ido arrancando a nuestro pueblo su memoria y tradición y ahora vagamos inseguros y asustados. Desterramos las Humanidades, arrinconamos la historia y la literatura, expulsamos la Cruz de aulas, cuarteles e instituciones, y ya no sabemos quiénes somos. Hemos borrado nuestro pasado y ahora descubrimos que no tenemos futuro.

Privados de proyecto histórico, suena la hora del sálvese quien pueda. Los nacionalismos han encontrado su propia fórmula de supervivencia: transformarse en replicantes. Enterrados los vínculos que nos configuraban, inventan su propia historia a base de retazos, de imágenes aisladas  interpretadas a conveniencia, como sucedía a los personajes de la película de Ridley Scott. Pero los replicantes tienen una deficiencia en su personalidad que los delata, carecen de empatía. Son incapaces de salir de sí, de implicarse en los anhelos de los demás. Su hipertrofiada sensibilidad para consigo mismos los lleva a una susceptibilidad extrema y egoísta. En el fondo se saben sucedáneos, copia programada de otra realidad. Por eso hacen aspavientos y exageran el gesto, como el adolescente que pretende afirmarse frente al adulto que todavía no es.

Si queremos vivir con autenticidad necesitamos recordar, recuperar la cordura; volver a pasar por el corazón ese quién que somos como sociedad y que alberga en su seno la promesa de un mañana prometedor.


miércoles, 3 de abril de 2013

Unamuno y Ortega desde orillas opuestas





Para aquellas fechas (abril de 2005) yo tenía prácticamente concluida mi tesis doctoral (Muerte e inmortalidad personal en Julián Marías), por ello quería contrastar algunos puntos con el filósofo objeto de la misma. En particular me interesaba recabar sus impresiones sobre el punto más original de mi escrito, el que vinculaba la necesidad humana de dar sentido con la existencia de Dios. Algún día hablaré de la entrevista que mantuve con él en su piso de la calle Vallehermoso. Pero ahora lo que me interesa señalar es cómo Marías volvía una y otra vez a Unamuno. Para él, hablar de muerte y perdurabilidad implicaba adentrarse en Unamuno.

Leyendo un extraordinario libro de Harold Raley (La visión responsable), he dado con una cita que confirma que el planteamiento de mi tesis fue acertado. La misma está sacada de una conferencia de Julián Marías impartió en Soria en 1972. Dice así:
 
“Ahora bien, Ortega no ha planteado excesivamente este problema de la muerte y la inmortalidad. Hay en su obra algunas referencias, no muchas; en cierto modo, porque parece como si el tema de la muerte fuera propiedad de Unamuno. Unamuno lo tocó de modo tan intensivo, tan constante y tan obsesivo, incluso, que parece como si fuera intrusismo ocuparse de este tema, parece como si fuera invadir el terreno de Unamuno. El problema está, por tanto, en que el tema lo ha planteado Unamuno; quien ha descubierto los recursos para plantearlo ha sido Ortega, pero Ortega no lo ha planteado sino muy someramente. A mí me parece necesario ir más allá de los dos, justamente plantear el problema, el problema de Unamuno –que no solo es suyo-, a la luz de los recursos intelectuales que debemos principalmente a Ortega”.

Ortega mostró un gran descontento intelectual con Unamuno. Pensaba que este debía haber sido quien llevase el pensamiento español a las cimas de la filosofía. Pero el pensador vasco se lazó al antirracionalismo más feroz y Ortega se sintió llamado a plantarle batalla y edificar por sí esa filosofía a la altura de los tiempos. Sin embargo, Unamuno había tenido el acierto de plantear el problema de las ultimidades en toda su radicalidad: qué va a ser de mí. No de la humanidad o del ser humano o de cualquier otra abstracción, sino de mí, el hombre concreto “de carne y hueso”. Tengo hambre de inmortalidad y, sin embargo, estoy condenado a perecer. La razón me muestra lo perecedero, mientras el corazón me empuja a la fe.
Ortega había elaborado los instrumentos intelectuales para enfrentarse a esta cuestión, pero no dio el paso, el vertiginoso paso. Sería su discípulo y amigo Julián Marías quien tendría la audacia de abordar la más grave de todas las cuestiones.