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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

miércoles, 29 de junio de 2011

20 años echando humo





Decía Julián Marías que todo lo humano admite grados. Nadie es listo en grado superlativo (siempre se puede ser un poco más), ni absolutamente tonto (aunque siempre hay alguno que parece empeñado en demostrarnos que él sí puede). La palabra “amigo” es una de esas que admiten grados. Llamamos amigo tanto al compañero de copas ocasional como a la persona a la que confiamos nuestra intimidad, pero todos tenemos claro que no son lo mismo.

En mi vida he gozado de la inmensa fortuna de tener unos pocos amigos en el sentido pleno de la palabra; de esos con los que sabes que puedes contar siempre, incondicionalmente; amigos con los que toda conversación se hace escasa, pues los temas que se abordan revisten un interés inagotable; son personas que buscan el bien de uno sin reparar en el propio. En fin, un amigo, como decía Elbert Hubbard, es el que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere.

En la fotografía que encabeza esta entrada aparecen dos de mis mejores amigos, sin paliativos. Jovi celebrando su primera misa en Santa Engracia, todavía sin canas (ahora tiene la cabellera del abuelito de Heidi, aunque carece de barba y de cabras). Y el que le ayuda es Miguel Ángel.

Ambos se propusieron hace tiempo ir al cielo. Miguel Ángel ya ha ido para allá. La otra opción era Madrid, pero parece que Dios prefería tenerlo más a mano, aunque a mí me hizo polvo.

Por su parte Jovi sigue en carne mortal, empeñado en llevarse para arriba al mayor número de personas posible. Como es un tozudo de tomo y lomo (aragonés con denominación de origen) puede que incluso consiga que los que usamos desodorante de azufre acabemos allí también. Más nos vale tener un enchufe como este.

Precisamente hoy se cumplen veinte años de su ordenación. Así que además de felicitarlo, aprovecho para pedir a los lectores que lo encomienden (ahora mejor que luego). Y a él, qué le voy a decir, que un abrazo muy fuerte y que siga como hasta ahora, a ser posible con el cigarrillo apagado, que por mucho que mueva el incensario el olor a tabaquina no se va ni a tiros.

lunes, 27 de junio de 2011

Bailando con lobos



Han pasado más de veinte años desde el estreno de Bailando con lobos (1990), lo cual, en una época en que todo lleva fecha de caducidad, podía significar que me encontraba frente a una película apolillada. En el estuche figuraba su duración: 180 minutos. Caray con Kevin Costner, para ser la primera película que dirigió no se cortó un pelo en el metraje. También indicaba que había obtenido siete Óscar, entre ellos, al mejor director y a la mejor película. ¿Sería la flor de un día?

Este fin de semana la he visto y qué queréis que os diga: me ha encantado desde el minuto uno hasta el 180. Nada le sobra, nada le falta. No ha perdido un ápice de su esplendor. Contiene los ingredientes de una buena historia: amor, conflictos, drama, búsqueda de uno mismo, vidas rebosantes... y todo realizado con maestría.

La historia es conocida. Durante la guerra de secesión norteamericana el teniente Dunbar (K. Costner) es enviado a un puesto avanzado cerca de los territorios indios. Allí establecerá contacto con los sioux y descubrirá que aquellos a quienes tenía por salvajes son muy diferentes. Además, ese nuevo mundo en el que ha descubierto el amor y la verdadera amistad se ve amenazado por la irrupción del hombre blanco.

He de advertir que no soy muy amigo de las películas del Oeste, pero imagino que un romántico, entusiasta de Ambrose Bierce y Jack London, tenía que caer seducido por la magia de esta película.

Me sorprende que Kevin Costner no haya cosechado más éxitos como director. Por lo que veo en Wikipedia ha dirigido dos películas más. The Postman, que vi y no me pareció gran cosa, y Open Range, que no he visto. De ésta última creo recordar que Pérez Reverte hizo una buena crítica. Hago propósito de la enmienda y a la par que me pongo a buscarla, animo a quien quiera disfrutar de buen cine a que vea (aunque sea por quinta vez) Bailando con lobos.
Una joyita.

viernes, 24 de junio de 2011

Del miedo a la complicidad


Acababa de anochecer y mi primo Pepe y yo, sentados en el bordillo de un escaparate, charlábamos sobre lo humano y lo divino. De pronto, unos gritos llamaron nuestra atención. Un grupo de cinco o seis muchachos algo mayores que nosotros (y bastante más atléticos) empujaban y amenazaban a otro chico que se negaba a entregarles el reloj que le exigían.

Enseguida los transeúntes se detuvieron para contemplar el espectáculo, pero ninguno osaba intervenir. Sencillamente se limitaban a esperar el desenlace de todo aquello.

Por un momento hice ademán de inmiscuirme, pero algo me retuvo. El más alto y gritón de los acosadores no tenía el aspecto de quinqui de los otros y, además, trataba con cierta familiaridad, no exenta de violencia, al acosado: “¡Que les del el reloj! Si no, te lo voy a quitar yo. ¡Que se lo des!” Aquello me dejó confuso. ¿Y si se trataba de una pelea entre amigos que se había salido de madre?

Entonces uno de los perseguidores propinó un fuerte golpe al acorralado poniendo en evidencia que aquello no tenía nada de amigable. Animé a mi primo a intervenir, y aunque ofreció una cierta resistencia verbal, por no dejarme solo se zambulló conmigo en el peligro. He de aclarar que a miedo no me ganaba nadie, tengo más de Tristón que de Leoncio. Otra cosa es que a veces haga las cosas contra mis deseos porque es lo debido. El caso es que ahora éramos tres los rodeados, pues acabamos sitiados contra la pared de un edificio. Los atacantes, que no habían previsto nuestra intromisión, se impacientaban, por ello desplegaban una agresividad mayor. Uno de ellos dio un fuerte cabezazo al chico. Allí solté una de esas frasecitas en plan iluminado que tanto cachondeo despiertan entre mis amigos: “Sobre todo, nada de violencia”. En fin, todos tenemos nuestro momento zen.

Pese a lo apurado de la situación, mi capacidad de razonar no había desaparecido; recuerdo que pensé: si el chico al que atacan pelea pelearé yo con él, aunque nos partan la crisma a los dos; pero no me voy a enzarzar yo solo porque lo menos que me puede pasar es que me dejen como un cromo y el “auxiliado” se convierta en “fugado”. Finalmente les dio lo que le pedían y los carroñeros se fueron con su trofeo.

El despojado me agradeció emocionado la ayuda, mientras el más alto, que se había quedado junto a él, ¡le reprochaba haberse plantado frente a los atracadores! “Total, era un Casio de mierda que vale dos pesetas. ¿Por qué no se lo dabas y ya está?” Y el otro respondía impotente: “Porque era mío. Me da igual lo que valga. No tenía porqué dárselo”.

Para mi sorpresa aquel chico grande, amenazante y chillón había resultado ser un amigo del agredido que previamente había entregado sus pertenencias a la canalla. La cobardía había conducido al más fuerte a convertirse en cómplice de los agresores, tal vez sin ser consciente de ello. Su lógica venía a decir: si nos rendimos, nos dejarán en paz; luego si no lo hacemos los culpables de nuestra desgracia seremos nosotros por no claudicar.

Este tipo de actitudes es más frecuente de lo que suele pensarse. Hay casos con alta significación histórica, como el de Pierre Laval cuyo pacifismo acabó por convertirlo en un colaboracionista de los nazis.

Desgraciadamente en España también suceden estas cosas. Hay quienes deseando la paz dan pábulo a gentes afines al terrorismo, y no por cálculo político (que también los hay) sino porque creen que satisfaciendo a las fieras estas se apaciguarán. Así, pueden llegar al extremo de reprochar a los resistentes su resistencia, su negativa a someterse: “¿Es que no queréis la paz? Sois tan culpables como ellos porque con vuestra actitud los irritáis. Démosles lo que piden y nos dejarán en paz.”

Sí, nos dejarán en paz. No les "provoquemos". Total sólo era un Casio de plástico, o un puñado de judíos que nada valían con respecto al bienestar de la nación, vete tú a saber.

miércoles, 22 de junio de 2011

25 años después


Después de lo que habíamos sentido como una escolarización inacabable nos despedíamos de nuestro colegio. El mundo se nos presentaba como una promesa de aventura. ¡Al fin levábamos anclas para adentrarnos en la infinita mar de las posibilidades! Tomábamos el timón y comenzaba nuestra vida, nuestra verdadera vida.

Hace unos días aquellos otrora jóvenes ilusionados nos volvimos a juntar para conmemorar el 25 aniversario de nuestra partida, y descubríamos que las aulas y recreos que en otro tiempo anhelamos abandonar se habían convertido en nuestra Ítaca perdida. Era un retorno al hogar, al recuerdo de una vida que, pese a lo que entonces creímos, era tan auténtica o más que la de ahora.

El ambiente festivo reinó en todo momento, pero hubo dos cosas que me impresionaron. La primera que nuestro periodo escolar (desde 1º de EGB hasta COU) había sido de tan sólo ¡doce años! Nunca me había parado a pensarlo, pero para un adulto no son tantos años y, sin embargo... Sin embargo, cuando estaba inmerso en ellos, me parecían lo único existente. El presente lo abarcaba todo, y el mes siguiente estaba en el infinito. Es curioso que siendo la época en la que más cambios vitales experimentamos, la sensación de perdurabilidad es casi absoluta. “Cuando sea mayor...”, se dice, pero ese cuando sea suena a vida eterna, a paraíso ultraterreno inalcanzable en este mundo.

El segundo impacto lo recibí durante la misa en la que encomendamos a nuestros compañeros fallecidos. Son un total de diez; cifra alta dada nuestra edad. Hay que tener en cuenta que éramos unos 80 alumnos por curso (repartidos en dos clases). Se leyeron sus nombres uno tras otro, pero no eran simples nombres, sino amigos, “niños” de clase, compañeros con los que jugábamos, hablábamos, hacíamos travesuras, estudiábamos, tonteábamos con las chicas, compartíamos pupitre y tarta de cumpleaños. Ellos ya no están, y la “lógica” de situación parece decirnos que siempre es a los demás a los que les pasan estas cosas. Pero de haberles preguntado a ellos tampoco habrían concebido ser los protagonistas de tan dolorosa lista. Mientras la leían, fui plenamente consciente de que un día estaré yo en ella. Y ese día no es una suposición a futuro, una mera hipótesis, sino una realidad insoslayable, vertiginosa.

Pasamos un día muy grato en el cual todos fuimos verdaderamente nosotros. Nadie era prestigioso abogado, albañil, conductor, directivo, vendedor o parado. Después de haber hecho fila juntos cientos de veces, correr tras un balón o copiar en un examen, las máscaras no se sujetan en la cara. Sólo éramos los niños de nuestra clase con algunos kilos de más y una gran alegría por estar juntos de nuevo.

viernes, 17 de junio de 2011

¡Un gran día!


Evento: presentación del libro Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado.
Lugar: FNAC Zaragoza
Fecha: 16-6-2011


Me lo pasé fenomenal y rodeado de un montón de amigos. ¿Qué más se puede pedir?

Don Vicente Polo, quien fuera mi profesor de Filosofía en 3º BUP y COU, hizo una interesantísima y amena introducción, destacando la importancia de las Humanidades. Y después, un servidor habló de las razones por las cuales la vida de Julián Marías tiene interés incluso para una persona ajena a la Filosofía.

Después, saludé, abracé y firmé, hasta que los libros se agotaron, lo cual siento mucho.

Gracias a todos los presentes y a los ausentes que, de alguna forma, habéis estado allí con vuestras palabras de ánimo. Y gracias a Dios por un día tan bueno.

Aquí unas fotos:



Dos locos felices. A la derecha D. Vicente Polo y a la izquierda, yo mismo.




¿Qué son aquellos que siguen a los locos? Unos locos. Pues aquí, un grupo de ellos preparándose para oír hablar... ¡de filósofos!




Una representación de la noche marbellí.




Mis amigos de la Sociedad Aragonesa de Ciencias y Humanidades. María, su componente más joven, posa entre mis brazos.




Con los niños de mi clase. A estas alturas nuestro profesor empieza a tener un aspecto más saludable que nosotros.




Con mis amigos Merche Blasco y Pedro Cía, "fabricantes" de mis grandes amigos Javi y Pedro (sus hijos).




Con los hermanos José Luis y Jesús Serrano (no sabría decir quién es quién). Auténticos Macgyver de la cocina que, con un palillo y una pizca de azafrán son capaces de hacer una rica tarta para 300 personas.




Y aquí, un lujo asiático. Recién salido de una novela turca, un posado con mi amigo Galip Bey, a quien aprovecho para agradecer de corazón que acudiera al evento. Todavía nos quedan un montón de cosas que compartir. Esto no ha hecho más que empezar.




Un palillo, un hinchable y dos bombones.




Como a buenos "indignados", tuvieron que terminar echándonos (para cerrar). Pero los más rebeldes acabamos sentados en una terraza tomando unas cervecitas frías. ¡No nos moverán!

lunes, 13 de junio de 2011

Próxima presentación en Zaragoza de "Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado"


Va a presentarse en Zaragoza el libro Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado del que soy autor. En dicha presentación participará una persona excepcional: Don Vicente Polo Maragoto, quien fuera mi profesor de Filosofía en el Bachillerato. Un lujo formidable.

Dudo mucho que haya un profesor de Filosofía con mayores cualidades para la enseñanza. Así que quienes se animen a acudir (la entrada es totalmente libre) podrán disfrutar de su simpatía y claridad intelectual. Y ya de paso, compartir un rato agradable con algunos amigos y un servidor.

Fecha y lugar: el próximo jueves, 16 de junio de 2011, a las 20:00 en la librería FNAC de la Plaza de España de Zaragoza.

miércoles, 8 de junio de 2011

Volando en una pelota


Era una mañana tan luminosa y apacible que permanecer en casa se me antojaba un pecado contra la creación. Así que eché mano de un libro y me encaminé al Parque de Doña Casilda, en pleno centro de Bilbao. La serenidad del día parecía haberse contagiado a la gente que, desterrando cualquier atisbo de prisa, se dedicaba a pasear o a charlar en las concurridas terrazas.

Encontré un banco solitario, me acomodé en él y comencé a leer. La indolencia matinal me llevaba a distraerme con frecuencia, hasta el punto de que en un momento dado arqueé totalmente la espalda contra el respaldo mientras me desperezaba. Fue entonces cuando sucedió. Ante mis ojos, un grupo de niños jugaba a la pelota junto a una gran fuente. La escena se me presentaba invertida, pues los pequeños correteaban malabarísticamente por el techo terráqueo mientras la pelota que se pasaban botándola con fuerza se precipitaba al vacío para regresar una y otra vez a aquel techo sin soportes. También los chorros del surtidor caían al principio, retornando después hacia arriba sin dejar escapar ni una sola gota. ¡Era el milagro de la gravedad terrestre desplegado poéticamente ante mis ojos! Newton se me presentaba no como el físico sesudo inmerso en libros repletos de fórmulas numéricas, sino como un trovador que nos descubría el prodigio permanente de un mundo sobrecogedor. Las razones teóricas por las que no caemos al espacio las sabía desde hacía tiempo, pero el hecho lo saboreaba por vez primera en aquel instante.


Recientemente me ha acaecido una experiencia similar. En televisión ponían una preciosa película documental llamada Tierra. En la misma se muestran algunas imágenes aceleradas que nos permiten contemplar en unos segundos el desarrollo completo de una flor o la sucesión de las estaciones. También vemos cómo las estrellas “se desplazan” por el espacio a lo largo de una noche. Sentado frente al televisor observé, conmovido, otro hecho extraordinario: el movimiento de nuestro planeta. Al igual que en el tren el paisaje se mueve conforme avanzamos, la gran ventana celeste muestra cómo nuestro planeta recorre el espacio impulsado por fuerzas invisibles y magníficas. La Tierra avanza a 106.000 kilómetros por hora en torno al Sol, a la par que el propio sistema del que forma parte gira en la periferia de una enorme galaxia que tampoco permanece estática.

Somos argonautas, tripulantes de una esfera azul y única, que a menudo olvidamos nuestra condición de viajeros providenciales.

lunes, 6 de junio de 2011

Una de caballos


Estábamos junto a la barra del bar, él delinquiendo satisfecho con un cigarrillo en la mano, y yo asaeteándolo a preguntas. Enrique trabaja en una hípica y posee una vocación contagiosa. Reconozco que no sé ni apoyar un pie en el estribo, pero todo lo que tiene que ver con los animales, me entusiasma.

Por lo que me contó, la primera relación de los seres humanos con los caballos fue gastronómica; los hombres comían y ellos ocupaban el plato. Grupos de cazadores acorralaban la manada de equinos para hacer que se despeñaran en algún cortado, de este modo obtenían carne para una larga temporada.

Luego llegó la doma. Y aquí es donde arrancaban mis reflexiones. En principio el caballo era un animal salvaje, pero algunos seres humanos decidieron someter esa realidad indómita para emplearla como medio de transporte o fuerza de tiro. Tuvo que ser una gesta dificilísima y prolongada a lo largo de mucho tiempo. Me comentó Enrique que hoy en día se ha tratado de domar a las cebras, pero que es prácticamente imposible, y cuando lo consiguen es a base de palos porque enseguida vuelven a asilvestrarse. En su instinto tienen marcado que la presión sobre el cuello equivale al ataque de un león, así que tan pronto les oprimen las bridas o el abrazo del jinete, se revuelven y tratan de escapar espantadas.

A menudo se habla de la necesidad de adaptación al medio, pero si algo ha hecho el ser humano es transformar el medio para acondicionarlo a sus proyectos, a veces para bien, otras para mal. La doma del caballo es un grandioso ejemplo de ello. La relación del hombre con un animal que se adentra, incluso, en nuestra esfera afectiva.