Si no me equivoco, fue el Congreso de los Diputados el que saliéndose de tiesto decidió que ciertos topónimos, como La Coruña o Lérida, pasasen a escribirse oficialmente en las lenguas vernáculas de sus respectivos territorios, denominándose A Coruña y Lleida. Daba igual lo que dijera la Real Academia o el uso corriente, el exhibicionismo taifal y la estulticia que impregna el discurso público lo exigían. Enseguida los medios de comunicación se hicieron eco borreguil, pues por no sé qué razón entendieron que aquello era más moderno y tolerante.
La plaga continuó extendiéndose con Bizkaias y demás disonancias. Por lo visto la siguiente es Valencia, que, según leo en la prensa, está a punto de convertirse en València, así, con la tilde invertida.
Como esto siga así habrá que irse preparando para adaptar el teclado al alfabeto cirílico, pues vamos a tener un Москва y un Київ (Moscú y Kiev, para los ultramontanos inmovilistas del heteropatriarcado opresor).
Y mientras esto sucede, el Papa está en Polska y prosiguen las purgas en la Türkiye de Erdogán.
¡Señor, qué país!