En mi familia nació una niña esquimal. No tenía nuestro aspecto, y le costaba aprender a hablar como lo hacíamos los demás. Sin embargo era muy simpática y cariñosa.
Cuando supimos que iba a venir al mundo una bebé esquimal nos llevamos un disgusto, para qué negarlo. Nosotros somos de una tierra árida y ventosa donde no se estilan los trineos ni los pingüinos. Pero pese a todo decidimos que la ibámos a querer. ¡Qué tontos! Como si hubiera que hacer un esfuerzo para quererla. Bastó con conocerla. Es la magia de los niños esquimales, ponen muy fácil quererlos, como siempre dan el primer abrazo, el primer beso, la primera sonrisa.
Este año cumplirá once años. Once años desde que tiró por tierra la teoría geocéntrica, la heliocéntrica y todas las demás teorías planetarias. Ahora la familia es Esquimalcéntrica. Ella es el corazón que todo lo llena y hace moverse a todos a su alrededor, sobre todo a su papá, al que maneja como quiere, aunque a veces se haga el duro, pero no cuela, y ella lo sabe.
Serán cosas mías, pero a veces me quedo mirándola y tengo la sensación de que en realidad los esquimales son ángeles disfrazados. Mensajeros y mensaje, todo en uno, como un "pack" celestial. Parece decir: "Estoy aquí para quereros y para que me queráis, no pido más".
¿Acaso hemos venido a este mundo para alguna cosa más importante?