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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

miércoles, 27 de abril de 2022

Llueve sobre Madrid

 


Viernes tarde. El cielo plomizo se derrama sobre Madrid. Mi mujer y yo avanzamos aferrados al mástil del paraguas, calándonos por fuera, ciñéndonos por dentro. Ni un alma transita la calle. Sólo algún coche en huida rompe el vigoroso palmear de las gotas.

 

La función comenzará en dos horas. Vamos bien de tiempo, aunque el mal tiempo nos apremia.

 

Tras la cortina líquida adivino una librería de viejo. Príncipe & Vidaud, reza en el rótulo. Asemeja un faro en medio de la tormenta.

 

    - ¿Te parece que entremos un momento? -pregunto a mi copiloto, que asiente con su habitual generosidad.

 

El local no es grande, aunque sí holgado. Las estanterías, bien aprovechadas, guardan sus tesoros de papel tras los que se me van los ojos. Primeras ediciones de Valle Inclán, Pedro Antonio de Alarcón, Azorín, José Hierro...

 

    - ¿Le importa que miremos?

    - Por supuesto. Adelante -responde el propietario.

 

Es un hombre alto, enjuto, maduro, elegante en su hablar y en la sobriedad de sus gestos, con aire de gentelman británico. El pelo cobrizo y ondulado con raya a un lado. Luce una americana parda sin solapas y pantalones vaqueros impolutos.

 

De vez en cuando pregunto por el precio de alguno de los libros que veo y por la posible presencia de los que no veo. ¡Qué cara adicción!


En una vitrina hay expuesta una primera edición de Campos de Castilla de Antonio Machado firmada por su autor. Me cuenta que perteneció a María de Maeztu, hermana de Ramiro y fundadora y directora de la Residencia de Señoritas. Al parecer el poeta sevillano rubricó únicamente los diez primeros ejemplares que parió la imprenta. El precio es prohibitivo, al menos para un simple mortal de clase media como un servidor. ¿Cómo iba a imaginar don Antonio que su lirismo ascendería a cimas tan prosaicas?


De las consultas pasamos a la conversación y de ésta a descubrirme algunos de sus tesoros con historia. De una gruesa carpeta extrae una carta de Unamuno y varias postales del mismo dirigidas a su esposa Concha.

 

De otra saca la joya de la corona. Una tarjeta con el retrato de la actriz Catalina Bárcena que de ella hiciera Rafael Sanchís Yago. Al pie del mismo el poema manuscrito de un todavía desconocido Federico García Lorca (tenía entonces veintiún años):


Se estremece el corazón

del viento, si tú lo miras.

Siente clara nostalgia

de tus fuentes pensativas.


Estos versos no son flor de enamorado, sino estratagema para convencerla de estrenar El maleficio de la mariposa en el Teatro Eslava de Madrid, propiedad del amante de la artista, Gregorio Martínez Sierra, quien a su vez estaba casado con María de la O Lejárraga, secreta autora de las obras que su marido firmaba. En fin, todo un culebrón digno de la mejor literatura.


El caso es que Federico se salió con la suya: llegó, vio...y fracasó. A la cuarta representación tuvieron que suspenderla entre abucheos y protestas. ¿Quién dice que los genios no se hacen? Se hacen con talento y con tesón.

 

- Y al vender uno de estos libros tan especiales, ¿no le hace duelo?- le inquiero.


- Claro que sí. El primero que vendí fue Impresiones y Paisajes, de Federico García Lorca. Fue su primer libro y tenía una dedicatoria manuscrita a un flamencólogo. Se trata de la primera dedicatoria que se conserva, anterior incluso a las que pudo hacer a sus padres. Lo peor es que sé que ya nunca lo voy a tener.


¿Cómo no entenderlo? ¿Cómo no compadecerlo? Tener un oficio de enamorado que consiste en vender aquello que se quiere.


Finalmente nos despedimos sin comprar nada y queriéndolo todo.


Conforme salimos miramos la hora. ¿¡Qué?! Hay que coger un taxi o no llegamos al teatro.


Lo que sucedió a la mañana siguiente fue el colofón inesperado a un grato encuentro.


Nos dirigimos en coche a la Biblioteca Nacional guiados por ese oráculo llamado Google Maps. Por ser el día de San Jorge la entrada es libre y no vamos a desaprovechar una oportunidad como esta. Mientras conduzco comento a mi mujer que las calles de Madrid me parecen todas iguales; sin ir más lejos la que estamos transitando me recuerda enormemente a la de la librería de anticuario del día anterior. Cuando reparamos en que ¡es la calle de la librería de anticuario del día anterior!


Aquello tiene que ser providencial. Consigo aparcar y volvemos al ataque. Confieso al librero lo mucho que disfrutadé la anterior tarde y cuánto me he acordado de lo todo lo que me contó. Volvemos a charlar de libros; nos muestra grabaciones con las voces de Ortega, Unamuno, Valle Inclán, Azorín.


Llega la hora de la despedida definitiva, esta vez sí; y no sé porqué en ese momento me vine a la memoria el nombre de una mujer que me hechizó cuando la conocí: Marga Gil Roësset. Marga murió de un disparo que se descargó en sien a causa de su amor imposible por Juan Ramón Jiménez. En su corta vida dejó muestra de su absoluta genialidad tanto en la escultura como en dos libros que ilustró para su hermana: El niño de oro, pintado cuando contaba con doce años, y Rose des Bois, realizado a los trece años. Hablé de ella en este mismo blog el 22 de enero de 2019.



Tengo los dos”, me dice. Va a una estantería y los extrae. Casi no doy crédito. De hecho de Rose des Bois tiene no uno sino dos ejemplares, uno de ellos con una dedicatoria firmada por Marga y su hermana Concha con letra casi infantil. ¿Cuántas veces había soñado yo con tener esas obras? Pero hay deseos que están vedados a los mortales. ¿O tal vez no?


Mi mujer ve el brillo de mis ojos y le brota un: “Te lo regalo”. El librero también contempla ese brillo así como la generosidad de mi ángel de la guarda y añade: “Por ser San Jorge os lo dejo a un precio especial”.


Hoy el libro habita en mi casa con el espíritu de Marga. No el de la dedicatoria, pues no estamos capacitados para la astronomía, pero sí el otro, aquel que un día de lluvia en Madrid puso en mi camino.