He de reconocer que a las películas de temática religiosa les pido más que a las "otras". A fin de cuentas no aspiran simplemente a entretener, sino que se supone que plantean ciertas cuestiones que atañen al significado profundo de la realidad. El reto es mayor y la respuesta debería serlo, y ello sin dejar de cumplir su misión de entretenimiento y calidad, cosa que a veces se olvida. "La película tenía un gran mensaje..."; sí, pero si es un ladrillo a mí no me vale.
En el caso de "Ignacio de Loyola" he de decir que en principio no tenía el menor interés por la misma. Ya había visto el trailer y no me llamaba especialmente. Así que no me preguntéis por qué he sido yo quien ha propuesto a mi amigo acudir al cine esta tarde, no tengo la menor idea.
Pero ahí que nos hemos metido, en la tercera fila, fresquitos y cómodos. Y ha empezado la proyección. La miraba con ojo crítico, lo confieso. ¿Será una superproducción? ¡Eso espero!, me he gastado casi ocho eurazos en la entrada.
Mal empezamos, el doblaje del protagonista no me convencía. Me daba la sensación de que tenía que esforzar la vocalización perdiendo frescura. ¿Por qué no habrían cogido al doblador de alguno de los secundarios? Y sin embargo...
Llega la batalla de Pamplona en la que Íñigo sufre una herida que lo dejará cojo. Los efectos especiales tal vez hubieran sido válidos en los ochenta o noventa, pero ahora...
Me empezaba a incomodar todo. Esas ropas, como si la gente vistiera de bonito a todas horas, con las joyas puestas de diario, y los uniformes sacados de un cuadro pero no de un campo de batalla polvoriento. Y sin embargo...
Y sin embargo, cuando todo parecía perdido; cuando me preguntaba por qué diantres se me había ocurrido a mí proponer esa película, ha sucedido algo. La historia ha comenzado a ganar en espesor e interés. El tormento de Íñigo con su vocación castrense truncada, su búsqueda de sentido, la agitación de su conciencia, el cambio de vida. Al análisis crítico ha empezado a sucederle la empatía con lo que allí se narraba. Iba cobrando una consistencia cada vez mayor. La película mediocre se esfumaba dando paso a un gran relato.
Y esa ascensión ha proseguido hasta el momento en que se describe la insoportable tentación del protagonista mortificado por el Acusador. Ahí el director y guionista Paolo Dy ha tenido la audacia de escenificar el duelo de una manera simbólica y eficaz, sin complejos, sin miedos, sin esconder nada. Sin duda ha acertado plenamente. En ese momento se me ha ganado definitivamente, consiguiendo que la inicialmente modesta cinta se transforme en una gran película.
Porque si una gran obra se reconoce en tanto que después de pasar por ella ya no eres el mismo, "Ignacio de Loyola" es una gran obra. No oculta, no disimula lo que es, no silencia, habla, y habla de lo que tiene que hablar, de la vida de un santo en una época con sus propias dificultades y contradicciones. Un santo que se encuentra con Dios y ya no vuelve a ser el mismo, pero para ello ha tenido que pasar la prueba del fuego.
Señor Paolo Dy, tenga por seguro que estaré atengo a sus futuras propuestas. Esta me parece argumentalmente muy recomendable.