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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 19 de enero de 2016

La paciencia con la Roca. Una carta



Querido Pablo:

Qué paciencia hubiste de tener. Tú, ciudadano romano; hombre cultivado; discípulo nada menos que del gran Gamaliel. Tú, quien podía hablar con fluidez en griego y en latín, y por supuesto en arameo. Con la espalda hecha jirones a causa de los latigazos padecidos en nombre de Jesús el Cristo (“cinco veces he recibido de los judíos los cuarenta latigazos menos uno”). Tú, Pablo de Tarso, el virtuoso, teniendo que aguantar las cavilaciones y meteduras de pata de Pedro, el pescador, el hombre rudo de Galilea; experto en amarres e ignorante en leyes y profetas; quien tan pronto acogía a los gentiles como, temeroso de ser tachado de tibio, les daba de lado dividiendo al nuevo pueblo de Dios.

Pablo, qué paciencia hubiste de tener con Pedro, la Roca, cimiento sobre el que se había de asentar la historia de la Salvación.

Los caminos de Dios son inescrutables, dice el versículo. Y sin embargo Dios sabe más. No te eligió a ti como piedra fundante, sino como peregrino y altavoz. Apóstol recio.

Al final los dos unisteis vuestros destinos en el martirio, Pedro y tú, culminando la mayor hermandad que existe, la de la sangre y la fe. Pedro, el elegido, el tosco y vacilante patrón de galilea, y Pablo, el apóstol de los gentiles, el sabio converso aguijoneado con un mensajero de Satanás para que permaneciera humilde y así diera frutos.

Pablo, qué poca cosa habrías sido si no hubieras tenido la ocasión de ejercitar tanta paciencia, si no hubieras permitido a Dios mostrar su grandeza en la debilidad del buen Pedro.


Se despide de ti el impaciente Rafael.

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