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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 9 de abril de 2015

Ortega y Gasset y el relojero judío

Muchas cosas avergüenzan a los hombres; de entre todas ellas quizá la más hiriente es la cobardía propia. Su tenaza es tan potente que buscamos pronto alivio en la justificación: si yo hubiera podido, o sabido, o estado… Pero no, en nuestro fuero interno sabemos que claudicamos cuando no debimos, que nos plegamos al imperio de la mayoría, o del poderoso, o de alguien más decidido, o sencillamente a la comodidad. Y nos sentimos chicos, disminuidos, despreciables. Pero es demasiado tarde; aquel instante fugaz, irrepetible, fue decisivo y ya nunca retornará salvo como fantasma de nuestra conciencia.



Hay un episodio autobiográfico que narra Ortega y Gasset en su ensayo Shylock (recogido en Personas, obras, cosas) que deja ver esa daga aguijoneando el fondo insobornable de nuestro filósofo.

El hecho sucedió en Alemania, país que tanto admiró y que tanto lo admiró a él. Debió ser entre 1905 y 1907, así que nuestro filósofo no había cumplido aún los veinticinco años. Viajaba a Berlín y coincidió en el tren con un judío. Pero mejor dejemos que sea él quien lo narre:

“Y un día, en un vagón de tercera, conforme se va de Witemberg a Berlín, pude reconocerle sentado frente a mí: era una bolita de carne vieja y una cabezuela redonda y una nariz picuda y unos ojos de gorrión, y todo esto en perpetua inquietud. «Yo no puedo estar sin hablar, lo confieso –me dijo-. ¿Es usted alemán?... ¡Español!... Yo he leído a López de Vega, yo soy israelita y tengo en Berlín una pequeña tienda de relojes…» El vagón se había llenado de hombres alemanes, de comisionistas, de estudiantes, de soldados; apenas oyeron la palabra israelita, comenzaron a caer chanzas y groserías sobre el menudo viajero. Y yo me avergoncé, lo declaro: temí que aquellas gentes estólidas descubrieran en mi palidez española y en mis barbas negras una filiación hebrea. Me avergoncé y no tomé su defensa, y la otra noche, viendo El mercader, se puso de pie en mi memoria el pequeño relojero judío y me clavó sus ojuelos de avecilla maligna y sentí un pinchazo en el corazón”.


Si don José sentía esa punzada mientras escribía estos renglones en 1910, ¿qué no pasaría por su cabeza cinco lustros más tarde cuando el mundo abriera los ojos a los frutos malditos del odio? Acaso se preguntara qué fue del relojero judío, aquel que gustaba de conversar y leía versos de Lope.

17 comentarios:

  1. Genial tu reflexión que comparto totalmente. Un abrazo

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  2. Lleno de razón tu relato. Y también me pregunto qué habrá sido de aquel relojero...

    Un tema para meditar.
    Un abrazo

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  3. Lleno de razón tu relato. Y también me pregunto qué habrá sido de aquel relojero...

    Un tema para meditar.
    Un abrazo

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    1. También yo me lo pregunto. Si vivió hasta los años treinta no cuesta imaginar mucho qué fue de él y de su relojería; también de sus amigos, de su familia, de sus vecinos.

      Sin embargo eso ya nunca lo sabremos.

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  4. Palabras que dejan en el aire tantas preguntas sobre nuestros comportamientos cotidianos y que en muchas ocasiones, son un fiel reflejo de nuestra cobardía para defender al más débil.
    Un abrazo.

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    1. Armando, si actuáramos como debemos probablemente deberíamos estar en la cárcel, y aquí nos tienes. Somos frágiles, aunque no es consuelo.

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  5. A Julián Marías le pudo la debilidad de la condición humana de defensa de uno mismo frente a una amenaza, como nos hubiera pasado a casi todos de nosotros. Cierto que esto no lo justifica, pero es comprensible. No se entiende que, posiblemente nos juguemos la vida intentando salvar a alguien en un incendio, a alguien que se está ahogando...pero para enfrentarse a la masa en defensa de otro hay que ser muy valiente. Da para meditar. No hagamos como aquel que no sabía qué hacer al presenciar una paliza de tres cabezas rapadas a un negro y al final confesaba: ¡menuda paliza le hemos dado entre los cuatro!

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    1. PP REINA, entiendo que te refieres a Ortega. En todo caso yo creo que Ortega era una hombre notablemente valiente; de hecho está claro que este episodio de su vida le duele.

      La mayor restricción a la libertad es la masa.

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  6. Que buena reflexión Rafa. ¡Me ha encantado!

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  7. E' difficile vivere una vita senza vergognarsi mai della propria codardia. Purtroppo non sempre si può rimediare ad un errore commesso, però quando è possibile il mondo diventa migliore e la nostra coscienza diventa più pulita.

    Un grande abbraccio

    PS. Bella l'immagine nuova a titolo del blog!

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    1. También es verdad que la mejor maestra es la experiencia. A veces un tropiezo a tiempo ayuda a evitar futuros males mayores.

      Un abbraccio, Martina.

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  8. Ortega dice, que se avergüenza por no haber actuado, pero pienso, que fueron unos momentos de sensatez, aunque después se arrepintiera.
    Saludos.

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  9. Ortega dice, que se avergüenza por no haber actuado, pero pienso, que fueron unos momentos de sensatez, aunque después se arrepintiera.
    Saludos.

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    1. Manuel, pienso que hay momentos en que lo más sensato es ser valiente, porque más vale mirarse al espejo para verse un ojo morado, que no alzar la vista por no quererse ni ver.

      De todos modos, posiblemente yo también habría actuado así. También repetir, como he dicho a PP REINA, que Ortega mostró gran valor en muchos momentos de su vida.

      Muchas gracias. Un cordial saludo.

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    2. Qué hermosa anécdota y qué buenos comentarios!!!

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