lunes, 28 de marzo de 2022

"Sumisión", el desacato de Michel Houllebecq



La novela Sumisión de Michel Houellebecq levantó polvareda antes de reposar en el estante de las librerías.

A día de hoy su argumento es sobradamente conocido incluso para quienes no la han leído. En la Francia actual surge un partido islamista al que acaban plegándose los socialistas y la derecha sistémica, consiguiendo ganar las elecciones y llevando a cabo una reforma a fondo de las instituciones y usos del país.

El protagonista es un profesor universitario gris, poco social y muy concupiscente, con una existencia vacía y desnortada que vive de espaldas a la realidad pública, hasta que ésta se le impone de forma incontestable.

Lo paradójico del caso es que la implantación del islam en la novela se lleva a cabo de forma bastante benévola, más a través de incentivos (sobre todo de tipo económico, amatorio y de promoción social) que mediante cualquier tipo de coacción. De hecho, al nuevo presidente de la república se le presenta como moderado, culto e, incluso, más inspirado en la tradición romana que en la árabe; aunque la financiación de los saudíes brilla por su presencia.

Y digo lo paradójico porque su autor, Houllebecq, ha tenido que contar con protección policial para no ser objeto de ataques o atentados islamistas, lo que lleva a pensar que caso de llevarse a cabo una transformación de Europa como la que él plantea, ésta no discurriría con la apacibilidad de Sumisión, sino, por el contrario, de forma bastante más convulsa.

Pese a su ruido mediático, sospecho que Sumisión no va a quedar como una obra maestra de la literatura (pues no lo es), si acaso como el reflejo de los temores de un tiempo en que decir ciertas cosas pueden acarrearte la popularidad mediática y la muerte física.



martes, 1 de marzo de 2022

La prueba del algodón del feminismo




Titulares por doquier contándonos que mujeres y niños huyen de Ucrania mientras los hombres son obligados a quedarse para luchar contra el invasor.

¿Qué dice al respecto el feminismo que respiramos por doquier, ese que comemos en la sopa, que sufragan ayuntamientos, grandes corporaciones, organizaciones internacionales, que dicta cátedra en la universidad y en la televisión y moldea nuestras conciencias desde una superioridad moral capaz de juzga milenios de historia sin titubear?

¡Guarda silencio! Igual que el Ebro al pasar por El Pilar, el feminismo guarda silencio.

Los cientos de "Observatorios para la Igualdad" que nos obligan a sufragar de nuestros maltrechos bolsillos y que se encargan de decirnos quién ha de dar el biberón en casa o cómo tiene que acabar Caperucita Roja, no observan nada. Silencio total.

Aquí no piden cupos igualitarios. Detectan micromachismos hasta en los aires acondicionados, y una "discriminación" que lleva a que los varones tengan que dar media vuelta en cuanto alcanzan la frontera les pasa desapercibida.

¿No éramos "todes" iguales? ¿No había veinte o treinta géneros distintos (y sumando, que ya se nos han acabado las letras del abecedario) mientras que la distinción hombre-mujer era una construcción heteropatriarcal?

Decía C.S. Lewis en su libro Una pena en observación"Nunca sabe uno hasta qué punto cree en algo, mientras su verdad o su falsedad no se convierten en un asunto de vida o muerte. Es muy fácil decir que confías en la solidez y fuerza de una cuerda cuando la estás usando simplemente para atar una caja. Pero imagínate que te ves obligado a agarrarte a esa cuerda suspendido sobre un precipicio. Lo primero que descubrirás es que confiabas demasiado en ella".

El algodón no engaña.