Después de muchos años he vuelto a ver El exorcista (1973).
Más allá de constatar que la película no ha perdido su fuerza original, lo que más me ha llamado la atención es la exaltación de la dignidad humana en el proceso del exorcismo.
Si uno no se deja deslumbrar por lo turbador de las imágenes que se suceden, puede escuchar al exorcista clamando porque se libere a la posesa para restituirla a su condición de criatura hecha a imagen de Dios y llamada a la plenitud.
De hecho cuando el exorcista veterano instruye al padre Karras le alerta sobre cómo el demonio va a tratar de convencerles de que son algo ínfimo, indigno, asimilable al barro del que surgió Adán, lo contrario a su condición de hijos de Dios.
No sé si la generalidad del mundo católico vive esta visión. Me cuesta creerlo y me cuesta experimentarlo a mí mismo más allá de un conocimiento "teórico". ¿Podríamos conciliar el sueño sabiendo la miríada de embriones congelados que duermen el sueño de los justos y cuyo número no deja de crecer? ¿Veríamos con tanta serenidad la muerte de cientos de personas en su intento por cruzar las aguas del Mediterráneo?
Una película para no olvidar.
ResponderEliminarUna de las mejores de terror.
Feliz verano, Rafael.
Un abrazo.
Peliculón, peliculón.
EliminarUn abrazo, Amalia, y feliz verano para ti también
En el mundo de la post verdad, de la transmutación y la deconstrucción, como un niño cuando saca al papá de su vida, cava el hoyo donde caerá y morirá; esta "fraternidad" ha desterrado al Padre, a partir de ello ha construido un mundo que va contra sí mismo.
ResponderEliminarFeliz verano allá, rico invierno acá
Tomy.