Correo electrónico

BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

sábado, 11 de julio de 2015

Notas al vuelo sobre un libro fascinante: "¿Matar a Sócrates?" de Gregorio Luri



Si dijera que cuando leo un libro de un amigo lo miro con buenos ojos, no mentiría.

Si dijera que Gregorio Luri es amigo mío, tampoco mentiría.

Si afirmara que el libro "¿Matar a Sócrates?" de Gregorio Luri no ha necesitado ni de lo uno ni de lo otro para cautivarme, tampoco mentiría.

¡Qué gozada! Una obra no "sólo" para leer y aprender (lo cual no sería poca cosa), sino también para pensar, debatir, descubrir nuevas vías para indagar. Su secreto: haberse tomado completamente en serio a Sócrates.

No es apto para taxidermistas, sino para amigos del diálogo vivo, fresco, estimulante. Porque va de eso, del diálogo continuo en que está inmersa la filosofía desde el momento de su nacimiento. Aquí no se encuentra el Sócrates que fue (que se fue, si se prefiere), sino el que nos sigue conminando hoy a ti y a mí.

Mientras lo leía ha habido momentos verdaderamente reveladores, como cuando me he topado de bruces con Ortega y Gasset, a quien no se menciona, y eso sin salir del siglo IV a.C. "¿Cómo es eso? Explícate", diría Sócrates. Y yo le respondería:


- ¿Acaso no participa plenamente Ortega de un párrafo como éste: "Sócrates pretende conocer las cosas humanas, pero sin jibarizarlas, por eso encontramos en su proyecto filosófico una constante voluntad de observar las cosas humanas desde sus posibilidades más altas. Estaba convencido de que si no las contemplaba así, se nos oculta su verdadera naturaleza" (Pg 16-17)?

Entonces reparo en que todo pensador que se tenga por tal nada en las aguas de Sócrates, como ya adivinó Nietzsche y Luri nos señala, porque fue Sócrates quien se propuso comprendernos antes de que nosotros mismos nos viéramos en tamaña necesidad.

Pero Ortega andaba por más rincones, como cuando se plantea la dicotomía entre las ideas y las creencias. Las ideas las tenemos, mientras que en las creencias estamos (nos tienen a nosotros). Las creencias son precisamente aquello que no nos cuestionamos, el paisaje sobre el que nos movemos sin reparar en él. Mas, ¿qué sucede cuando se vuelven problemáticas, cuando se cuestionan?  Entonces dejan de operar como tales creencias y empiezan a precisar justificaciones.

Pero dar razón de algo es reconocer que ese algo ya no es seguro, precisa contrafuertes que lo soporten; por eso es peligroso Sócrates, porque empieza a preguntar por lo que hasta poco antes parecía claro, tan claro que no se veía. Y cuando los cimientos de la ciudad tiemblan porque pierde el suelo firme de las creencias, entonces necesita un nuevo apoyo. Será Platón quien se lo proporcione en forma de ideas, mas ya nada será lo mismo.

Los dioses ya no dictan, porque se mueven al dictado de unas instancias superiores: la bondad y la verdad. Y la verdad se vincula al pensamiento: sapere aude! "En el origen de la cultura filosófica europea encontramos un único mandamiento: atrévete a pensar. Esta es, a mi parecer, la quintaesencia del socratismo" (Pg 43).

Y aquí aparece con claridad un problema que tradicionalmente se vinculaba al medievo, pero que Sócrates ya está arrojándonos: "¿Lo piadoso es amado por los dioses por ser piadoso o es piadoso lo que en cada caso es dictado por los dioses?" (Pg 88). Tomás de Aquino se pone en pie para decir que lo primero, y Scoto y Occam se revuelven y dicen que no, que los dioses no conocen límites y actúan a capricho. Y aquí seguimos, enfrascados en la polémica, negando géneros y protegiendo la naturaleza.

"Nietzsche decía que el cristianismo es platonismo para el pueblo. ¡Claro! ¡Y el humanismo! ¡Y la Ilustración! ¡Y el marxismo! Toda aquella ideología que acepte una idea superior a la que los mismos dioses deben obediencia es, estrictamente hablando, platonismo" (Pg 182).

El libro no escatima ningún reto, ni siquiera el espinoso asunto del daimon que acompaña al pensador ateniense. Yo me pregunto: ¿Y si Sócrates fuera el hombre más sabio no sólo por la conciencia de su ignorancia sino por la conciencia misma? Es decir, por su obediencia al daimon, a ese soplo del Espíritu que le dicta cuándo obra bien y cuándo no. ¿No será el más sabio porque cumple fielmente su vocación, la llamada que le ha hecho el dios?

Luego está la sociedad, la Politeia, esa comunidad de vida que a la par que nos hace, nos coarta con sus leyes. ¿Se deben acatar aun siendo injustas? "El mensaje final de la Politeia parece claro: no hay que respetar las leyes porque ellas sean buenas, sino porque nosotros podemos ser buenos gracias a que hemos sido educados en nuestras leyes" (Pg 203) Yo más bien diría que somos sociales, y en tanto que tales nos regulamos por las leyes. Contravenir las leyes es subvertir nuestra condición social y, con ella, nuestra humanidad.

Mas ¿qué hacer ante la ley inhumana si no está en nuestra mano cambiarla?... ¿Quién dijo que Sócrates es cosa del pasado?

Hay una parte del libro que a mí me ha resultado particularmente estimulante, la referida a la necesidad de sentido. La naturaleza que actúa ciegamente y el hombre que precisa ver y ha de sobreponerle un sentido, una segunda naturaleza. No me puedo extender en ello, haría falta un nuevo libro. Tendré que plantearme seriamente secuestrar a Gregorio Luri y pedir de rescate 48 horas más. ¡Cuánto jugo en este fruto! (Mi único temor es que no sé si sus nietos me lo perdonarían).

"Nunca percibimos estrictamente algo, sino algo que está relacionado con otras cosas. El hombre percibe relacionando y comparando. Cuando decimos que algo es grande ya lo hemos situado en el contexto de una relación (grande-pequeño)" (Pg 232). Y se me vuelve a aparecer Ortega (¿por qué me persigues?) y me habla desde su reflexión sobre Kant diciéndome aquello de "... llegamos a una actitud radicalmente liberada de todo «subjetivismo» y que, sin embargo, da de pronto un significado imprevisto a la sentencia más desacreditada de todo el pasado filosófico: la frase de Protágoras «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son» (...) Debería haber bastado con meditar un poco sobre lo que es «medida» para que resplandeciese su soberbia verdad. Las cosas por sí no tienen medida, son desmesuradas, no son más ni menos, ni así, ni del otro modo, en suma, ni son ni no son. La medida de las cosas, su modo, su ni más ni menos, su así y no de otra manera, es su ser y este ser implica la intervención del hombre".

¿Y la cuestión de la muerte, piedra de toque de toda filosofía? ¿No escribió Santayana aquello de "una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte"? La muerte como referencia del sentido (o sinsentido) y, por ello, de la consistencia última de la propia filosofía. "Los que se dedican rectamente a la filosofía no hacen otra cosa que prepararse para la muerte. Por lo tanto, sería absurdo rechazar aquello para lo que se ha estado preparando toda la vida" (Pg 230).

Por último recogeré un párrafo del libro que dice así "Nietzsche tiene razón cuando observa que es imposible aferrarse a ilusiones útiles para la vida cuando ya las hemos desenmascarado como tales. Lo que no sabe es que de esto también era consciente Platón, porque lo ha aprendido de Sócrates. Platón es el gran creador de ilusiones útiles para una ciudad que ha tenido a Sócrates en sus calles. Políticamente, el platonismo es la vacuna contra la infección política del socratismo. Nadie ha creado ilusiones con más verosimilitud que él" (Pg 276).

Yo me atrevo a lanzar la siguiente duda al autor: ¿Acaso no aqueja también la duda al escéptico sobre su escepticismo? ¿No le sobrevuela un "y si fuera verdad", "y si estamos hechos a la escala de estas ilusiones porque en el fondo esos fines últimos (amor, perdurabilidad, comunidad...) son reales? ¿No es el absurdo un parásito del sentido (o, como diría Hegel, no se mueve en el elemento del sentido)?

El libro da para más, para muchísimo más. Por eso yo me detengo y hago lo que me parece más sensato, invitar vehementemente a su lectura y reflexión. Es una joya de demasiados quilates para dejarla escapar.







9 comentarios:

  1. Querido amigo, sólo quiero transmitirte mi emoción por tus palabras. Cuando yo era joven escribía para demostrarle al mundo que allí estaba yo vociferando verdades. Ahora que ya soy abuelo, escribo mis preguntas esperando encontrar a un lector. Gracias por serlo. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí el libro me parece una maravilla, de ese selecto grupo de los que sabes que vas a volver sobre ellos una y otra vez.

      Un abrazo para ti y gracias por estas perlas.

      Eliminar
  2. Gracias por la recomendación y las reflexiones.

    ResponderEliminar
  3. Sin duda, tomo buena nota.
    Gracias por la información.
    Un abrazo .Feliz verano

    ResponderEliminar
  4. Sin duda, tomo buena nota.
    Gracias por la información.
    Un abrazo .Feliz verano

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Amalia. Feliz verano también para ti. Un abrazo

      Eliminar
  5. He comprado el libro, me parece fascinante, hasta el punto que he desempolvado La República de Platón y la estoy leyendo a la par. Espero que el libro de Gregorio Luri sea mi libro de cabecera este verano. Los diálogos de Sócrates los tenía olvidados y es verdad lo que dice Luri que hay que leerlos con suma lentitud ,sin prisas. Prisa solo la tiene el ambicioso y el enfermo, decía Ortega, yo añadiría al político. Voy solo por la página 50, y encuentro a Ortega cada dos páginas, lo cual me parece maravilloso. Como de costumbre no soy anónimo : soy Abraham Sabido

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Abraham, hoy he vuelto de vacaciones (aunque todavía me pegaré otra escapada). Tus lecturas para este verano me parecen formidables. ¡Adelante!

      Ah, y ya veo que Ortega no sólo me persigue a mí...

      Eliminar