Acabo de leer "La gloria de mi padre", de Marcel Pagnol, y he de decir que me he ha hecho pasar un rato muy grato con sus andanzas infantiles.
Los hechos acaecen a principios del siglo XX, cuando el agua corriente era un bien escaso y la luz eléctrica un sueño al alcance de unos pocos.
Quiero traer aquí una cita que muestra lo que era la escuela pública en Francia, patria del autor, una escuela que buscaba la excelencia y la redención social de los alumnos a un alto precio, el del sacrificio personal. Ahí no valía el halago al alumno ni su disculpa victimista, sólo la exigencia. Y el maestro sabía que el logro de su misión pasaba por la acrisolada ejemplaridad.
«He conocido gran número de estos maestros de antaño.
Tenían una fe absoluta en la belleza de su misión, una confianza radiante en el porvenir de la raza humana. Despreciaban el dinero y el lujo; rechazaban un ascenso para que se le concediera a otro, o sólo por continuar su tarea en una aldea abandonada.
Un viejo amigo de mi padre, que obtuvo el número uno en la Escuela Normal, debido a esta hazaña inició su tarea en un barrio de Marsella. Era una barriada piojosa, habitada por maleantes y por la que nadie se arriesgaba a transitar de noche. Allí estuvo desde el principio hasta que se retiró. Cuarenta años en la misma escuela, cuarenta años en la misma silla. Mi padre le preguntó un día:
-¿No has tenido nunca ambiciones?
-Claro que las he tenido –le contestó-. Y creo que he triunfado. En veinte años, mi predecesor vio guillotinar a seis de sus alumnos. Yo, en cuarenta, no he visto cortar la cabeza más que a dos. Tuve otro que fue indultado justamente. ¡Valía la pena mantenerse allí!
Porque lo más notable es que aquellos anticlericales tenían alma de misioneros. Para llevar la contraria al señor cura (cuya virtud se suponía falsa), vivían como santos y su moral era tan inflexible como la de los primeros puritanos. El inspector de la Academia era su obispo; el rector, arzobispo, y su ministro un papa al que había que escribir en papel sellado y con las fórmulas de rigor.
“A semejanza de los sacerdotes –comentaba mi padre-, trabajamos para la vida futura; sólo que en nuestro caso se trata de la vida futura de los demás”.»
Creo que este libro me puede gustar. Lo anoto.
ResponderEliminarHe recibido un comentario en mi blog a mi entrada sobre tu libro "Mabel, la princesa de Incaput". Dice que está muy interesada en leerlo pero no lo puede conseguir. Me pregunta si hay un link para poder descargarlo.
Un abrazo.
"La gloria de mi padre" se lee muy a gusto. Te lo recomiendo de veras.
EliminarRespecto al de "Mabel, la princesa de Íncaput", creo que no está en Internet, así que o bien debería encargarlo en una librería explicando que es de la Editorial Monte Carmelo, o comprarlo por Internet en este enlace:
http://www.montecarmelo.com/mabel-princesa-ncaput-p-982.html
Amalia, una vez más te tengo que agradecer lo generosa que eres. Te mando un abrazo bien grande y te deseo que 2015 te traiga todo lo que mereces que es tanto como todo lo que tú deseas.