Mis ojos se pasean por el público más selecto que quepa imaginar. Son cuarenta liliputienses de tres años atentos a cada uno de mis gestos.
Se trata de una iniciativa del colegio por la cual cada tarde del viernes acude algún padre a contar un cuento a los más pequeños. Esta vez me ha tocado a mí.
Mi hija menor sonríe orgullosa; yo no lo estoy menos, pues para mí es todo un honor. La historia la he escrito pensando especialmente en ellos. Se titula: “Crispín y el Dragón Agamenón”.
Con el objeto de ilustrarla mejor, me he llevado unos muñecos de “todo a 100” que son bien chulos; de modo que la narración se convierte desde el primer instante en una representación.
Crispín es un pastor, pero tiene miedo a los perros, a los lobos, a los osos... Agamenón es un gran dragón, pero aunque bondadoso y herbívoro, su feroz aspecto le impide tener amigos...
Inmerso en la tensión dramática de la obra, hago revolotear al verde Agamenón sobre las cabezas del auditorio. Enseguida se desata el caos. Los niños saltan queriendo atrapar al reptil, y aunque trato de parapetarme tras el “escenario”, no se apaciguan y terminan por sitiarme. La revolución ha prendido rápidamente y las fuerzas antidisturbios, encarnadas en la profesora Conchita, entran en acción para tratar de restablecer el orden.
Dudo, cavilo, titubeo. Sí, soy un padre, pero me va la marcha, para qué nos vamos a engañar. Encabezando a los amotinados, alzaría el dragón bien alto y al grito de “¡al comedor!” acudiría con la horda pigmea para hacernos con un botín de natillas, flanes, o lo que quiera que haya en la despensa de un colegio. Pero una inhibición freudiana me refrena y me pliego al dios Apolo, ahogando los pálpitos dionisiacos.
Triunfa la ley y la función prosigue. El público ríe con el dragón, alerta con chillidos a Crispín del ataque de los bandidos, y aplaude generoso al intérprete cuando acaba la función.
Como colofón, Agamenón reparte con mi ayuda unos huevecillos Kinder que son celebrados por los asistentes.
También yo recibo un premio, pues mi enérgico retoño me hace entrega de un diploma “al mejor cuentacuentos”. Mientras riego el suelo con mis babas, me alegro de no haber liderado el motín y acabado en un reformatorio para parvulitos.
Está claro, mi mejor título no lo firma el Rey, ni algún ministro o rector. Mi mejor título me lo dedica mi hija “y sus compañeros de clase”.
¡Gracias a todos ellos por su generosidad!
PD. Si alguien tiene la santa moral de leerse el cuento, puede hacerlo pinchando AQUÍ.
Se trata de una iniciativa del colegio por la cual cada tarde del viernes acude algún padre a contar un cuento a los más pequeños. Esta vez me ha tocado a mí.
Mi hija menor sonríe orgullosa; yo no lo estoy menos, pues para mí es todo un honor. La historia la he escrito pensando especialmente en ellos. Se titula: “Crispín y el Dragón Agamenón”.
Con el objeto de ilustrarla mejor, me he llevado unos muñecos de “todo a 100” que son bien chulos; de modo que la narración se convierte desde el primer instante en una representación.
Crispín es un pastor, pero tiene miedo a los perros, a los lobos, a los osos... Agamenón es un gran dragón, pero aunque bondadoso y herbívoro, su feroz aspecto le impide tener amigos...
Inmerso en la tensión dramática de la obra, hago revolotear al verde Agamenón sobre las cabezas del auditorio. Enseguida se desata el caos. Los niños saltan queriendo atrapar al reptil, y aunque trato de parapetarme tras el “escenario”, no se apaciguan y terminan por sitiarme. La revolución ha prendido rápidamente y las fuerzas antidisturbios, encarnadas en la profesora Conchita, entran en acción para tratar de restablecer el orden.
Dudo, cavilo, titubeo. Sí, soy un padre, pero me va la marcha, para qué nos vamos a engañar. Encabezando a los amotinados, alzaría el dragón bien alto y al grito de “¡al comedor!” acudiría con la horda pigmea para hacernos con un botín de natillas, flanes, o lo que quiera que haya en la despensa de un colegio. Pero una inhibición freudiana me refrena y me pliego al dios Apolo, ahogando los pálpitos dionisiacos.
Triunfa la ley y la función prosigue. El público ríe con el dragón, alerta con chillidos a Crispín del ataque de los bandidos, y aplaude generoso al intérprete cuando acaba la función.
Como colofón, Agamenón reparte con mi ayuda unos huevecillos Kinder que son celebrados por los asistentes.
También yo recibo un premio, pues mi enérgico retoño me hace entrega de un diploma “al mejor cuentacuentos”. Mientras riego el suelo con mis babas, me alegro de no haber liderado el motín y acabado en un reformatorio para parvulitos.
Está claro, mi mejor título no lo firma el Rey, ni algún ministro o rector. Mi mejor título me lo dedica mi hija “y sus compañeros de clase”.
¡Gracias a todos ellos por su generosidad!
PD. Si alguien tiene la santa moral de leerse el cuento, puede hacerlo pinchando AQUÍ.
Hola Rafael, ya veo que erais 41 niños, un ogro interventor y un económico dragón ahora que, parece, nos suben tiernamente la luz. Junto a la hoguera...¿cayó Clarita en la suculenta cena?
ResponderEliminar-por si las flyes comprensivas me remito al entretenido relato-
Sobre los Kinder Surprise tengo descubierto que mejor que dar uno al niño es traer uno más y comerlo con él, compartir ese schokomomento zampahuevos y convertirse por encantamiento en un zopenco armador de ingenios, para gozar viendo como me explican con todo detalle y sencillez los planos y el montaje. Para ser como un niño hay que volver a aprender a serlo.
Preciosa entrada!
ResponderEliminarHola Rafael: Tu niña o tus niños, no se cuantos tienes, tienen que estar encantados con un papá así.
ResponderEliminarMe he leído tu cuento y me ha gustado mucho, además está muy bien escrito, te diría que que te puedes dedicar a ello, aunque claro, lo mismo es que te dedicas a ello y por eso te ha salido tan bien.
Un abrazo
JJJJJJ.....que divertida anécdota Rafael. Me ha parecido desde siempre, que con estas cosas los que más disfrutan precisamente son los padres. Un abrazo ¡¡
ResponderEliminarHola Rafael, yo me pasé ayer más tiempo leyendo tu entrada y el cuento adjunto que leyendo el periódico. Las cosas buenas que nos pasan no saldrán en ningún diario, porque tampoco hace falta una hemeroteca para recordarlas. Un abrazo. Fernando.
ResponderEliminarHola Rafael, me gustó mucho. Me parece que además de ser un gran escritor eres un buen padre.
ResponderEliminarEl cuento, con tu permiso, lo guardo ;)
Gracias por este compartir que el Señor te bendiga siempre y te guearde siempre a usted y a su hijos los tengo muy presente en mis oraciones unidos en oración y un abrazo en Cristo Jesús
ResponderEliminar¡Que gran suerte tiene tu hija de tener un padre asi! ¡y que suerte tienes tu por recibir tan magnifico título!
ResponderEliminarUn abrazo!
Hola NIP. Yo no sé si éramos 41 niños o 40 niños y un gamberro, pero la cosa es que nos lo pasamos fenomenal. A la pobre Clarita quienes casi se la comen fueron los peques, porque en un momento dado se me cayó al suelo y entre risotadas los más movidos se lanzaron a por ella. Y sí, sí, sí que me apunte a los huevos de chocolate. La cosa es que pasan sin enterarse uno.
ResponderEliminarMuchas gracias, LAHDEC. Eso lo dices porque me miras con buenos ojos.
Chus, no sé si están encantadas o no, yo con ellas desde luego sí lo estoy (aunque la pequeña me riñe más de una vez, no te creas, que tiene el genio fuerte). Y ojalá me pudiera dedicar a cuentacuentos; es muy agradecido. Otro abrazo para tí.
Kara, tienes más razón que un santo. Los padres nos lo pasamos pipa. Yo, desde luego, la gocé de lo lindo.
Fernando, estoy alucinando de que os hayáis leído el cuento más de uno. Como habrás comprobado, es muy sencillo. Es verdad, las cosas de verdad importantes, no aparecen en los periódicos. Seguro que se guardan en algún sitio que todavía no conocemos bien.
Ana Belén, ¡ojalá un día pueda decir que he sido un buen padre! Dios te oiga. El cuento, te lo regalo. Desde este mismo instante es todo tuyo.
Lourdes, con una persona como tú, cerca, uno no va al infierno ni aposta. Mil gracias.
Gran Visigoda, la suerte es mía. En la fotos (incluso literarias) sólo se ven las partes a las que llega la luz, pero las zonas oscuras no aparecen. Pues estate segura que yo también tengo mis partes oscuras. Pero tampoco es cosa de regodearse en ellas, ¿no te parece? Oye, y que si me echáis tanta flores voy a saltar de la vanidad a la megalomanía.
He de decir que la que está encantada con el dragón es mi hija. Desde que se lo di tras la representación, no se separa de él para nada. Con eso estamos teniendo más de una "movida".
Ja, ja, ja. Genial anécdota. Es lo que tiene ser un padre 'ejerciente'. Ojalá hubiera muchos. Un saludo!
ResponderEliminar¡Ja, Ja, Ja!
ResponderEliminar¡Es genial!
Me encanta, te doy la enhorabuena y te aplaudo. Siento no haber estado presente, porque me hubiese apuntado al motín también. (Un poco infantil que es uno.)
Es más, se me ocurrió la idea de hacerlo el curso pasado con los alumnos de Bachillerato y disfrutaron como "enanos".
Gracias por tu iniciativa. Has trasmitido ilusión, fantasía, una idea de bondad, lucha, belleza, verdad... de una forma magnífica. Sigue así.
Saludos.
Gracias, Elige. Somos muchos, no te creas. De hecho hay "lista de espera" para cuentacuentos hasta marzo.
ResponderEliminarGracias a ti también, Mercuzzio. Lo que hiciste con los alumnos de bachillerato está muy bien. Y para los peques son semidioses. Si en alguna ocasión estuvieras presente, con tu apoyo sí me atrevo a lanzarme a por la despensa.
Un abrazo.
Pues a mí me tocó, cuando mi hija pequeña estaba en el cole, ir también algún viernes para ayudar a los niños en unos talleres de manualidades o algo parecido. Sólo decir que allí me di cuenta de lo imdependiente que era mi hija pues de toda la clase era la única que no se me acercaba para nada y se lo resolvía todo ella solita mientras los demás niños los tenía pegaditos como moscones.
ResponderEliminarSaludos
mjbo, qué razón tienes. En casa le echan bastante cara al asunto, pero en el cole van por libre a la primera.
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