- ¿Cómo era tu madre?
- Suave como el pétalo de una rosa, y dulce, muy dulce, pero de una forma única e indescriptible, como el sabor de las fresas. Olía a primavera, y su voz transmitía la placidez de las olas acariciando la playa. Si alguna vez se disgustaba, tan sólo callaba, pero su silencio se me hacía tan doloroso, que ella enseguida se daba cuenta y me decía: "¡ya está! Ya se me ha pasado".
- ¿Y no has lamentado que tu invidencia no te permitiera verla?
- ¿Por qué? Sentía la ternura que me prodigaban sus manos, ella me acariciaba hasta con la voz y yo me refugiaba en sus abrazos. Un beso suyo era un festival, ahora me doy cuenta, entonces sólo lo celebraba. Ella estaba dentro de mí y yo dentro de ella. Con ella jamás añoré la distancia que requiere la vista, siempre la tuve cerca. No, no echo de menos verla, lo que añoro es tenerla.
- Será en el cielo.
- Donde esté ella, allí es el cielo.
Hola Rafael,
ResponderEliminarme ha gustado mucho, me ha conmovido. No hay amor más grande que el de una madre. Hay que disfrutar de su compañía mientras están con nosotros.
Un abrazo
Muchas gracias, Ana Belén. Me alegra mucho verte por aquí. Tienes un blog muy bonito.
ResponderEliminarUn abrazo para ti también.
Rafael, mi hija de 2º de ESO tiene que hacer una redacción sobre la frase "lo esencial es invisible a los ojos". Y va a utilizar el texto de esta entrada como base. Espero que no te moleste.
ResponderEliminarUn saludo
Antonio, para mí sería un honor que tu hija lo emplease tanto como quiera.
ResponderEliminarUn abrazo