Domingo, tarde lluviosa, voy al cine en la mejor de las compañías: mi mujer y cuatro niñas de entre tres y cinco años. "¿Y las palomitas?", pregunta una relamiéndose. Me hago con dos auténticos cuencos de palomitas para que compartan. Luego vendrán las consecuencias, se dejarán los bocadillos comprados al acabar la película y cumpliré con mi papel de pez escoba (ni una miga en la bandeja y yo con un kilo de más).
Se apagan las luces y empieza la magia. La campiña, hadas, una niña con un padre biólogo, y a partir de ahí un montón de aventuras. Toda una delicia. Las cuatro ninfas que hay a mi lado son literalmente absorbidas por la pantalla. Es una película preciosa, sin guiños para adultos. ¿Por qué esa manía actual de que todas las películas infantiles tengan que lanzar gracietas para los mayores? Durante una hora y media yo también soy un niño. Me río, me asusto, me emociono y soy feliz al ver la cara embelesada de mis acompañantes.
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No deja de sorprenderme la genialidad de guionistas, dibujantes y demás partícipes a la hora de meterse en la piel de un niño. La inocencia aun existe, hay esperanza. No todo el mundo quiere robar la infancia a los niños.
Un consejo para los papás, no dejen de ir a ver "Campanilla y el gran rescate" con sus hijos. Si siguen mi consejo, no se arrepentirán.
Ja,ja, me veo a mí mismo cada vez que voy al cine con ellos. Me ha encantado como lo narras. Fantástico. Un abrazo y gracias
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