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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 29 de noviembre de 2018

Lección recibida, pero no aprendida



Transcribo un texto que, si  no fuera por su barroquismo contenido, parecería escrito en las postrimerías de la segunda guerra mundial. En realidad los horrores que describe corresponden a la guerra de los treinta años acaecida en la misma Europa. Estamos en el siglo XVII, y Saavedra Fajardo, que ha actuado como embajador del Rey de España y ha conocido personalmente grandes porciones de Europa, nos cuenta en sus Empresas Políticas lo que ha visto:

«A ningún edificio ilustre, a ningún lugar sagrado perdonó la furia y la llama. Breve espacio de tiempo vio en cenizas las villas y las ciudades, y reducidas a desiertos las poblaciones. Insaciable fue la sed de sangre humana. Como en troncos se probaban en los pechos de los hombres las pistolas y las espadas, aun después del furor de Marte. La vista se alegraba de los disformes visajes de la muerte. Abiertos los pechos y vientres humanos, servían de pesebres, y tal vez en los de las mujeres preñadas comieron los caballos, envueltos entre la paja, los no bien formados miembrecillos de las criaturas A costa de la vida se hacían pruebas del agua que cabía en un cuerpo humano, y del tiempo que podía un hombre sustentar la hambre. Las vírgenes consagradas a Dios fueron violadas, estupradas las doncellas y forzadas las casadas a la vista de sus padres y maridos. Las mujeres se vendían y permutaban por vacas y caballos, como las demás presas y despojos, para deshonestos usos. Uncidos los rústicos, tiraban los carros, y, para que descubriesen las riquezas escondidas, los colgaban de los pies y de otras partes obscenas, y los metían en hornos encendidos. A sus ojos despedazaban las criaturas, para que obrase el amor paternal en el dolor ajeno de aquéllos, partes de sus entrañas, lo que no podía el propio. En las selvas y bosques, donde tienen refugio las fieras, no le tenían los hombres, porque con perros venteros los buscaban en ellas, y los sacaban por el rastro. Los lagos no estaban seguros de la codicia, ingeniosa en inquirir las alhajas, sacándolas con anzuelos y redes de sus profundos senos. Aun los huesos difuntos perdieron su último reposo, trastornadas las urnas y levantados los mármoles para buscar lo que en ellos estaba escondido. No hay arte mágica y diabólica que no se ejercitase en el descubrimiento del oro y de la plata. A manos de la crueldad y de la codicia murieron muchos millones de personas…»

No aprendemos. Sólo el golpe reciente nos sirve de advertencia, pero enseguida olvidamos. Ojo con los sembradores de cizaña, con los que excitan los ánimos, con los que quebrantan la paz y las leyes. Cuidado con los demagogos, con los que piden algún muerto sobre la mesa para que esto funcione. Estemos alerta.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Una pesadilla



No es la primera vez que tengo una pesadilla sobre el mismo tema. No había ningún motivo para ella; ninguna película, conversación reciente, nada; pero reaparecía la cuestión.
Por algún motivo que desconozco, se producía una crisis nuclear. El mundo llegaba a su fin a causa de unas armas construidas con el ingenio del hombre. Cualquier refugio era inútil: ¿un búnker para aguantar más de 1.000 años de radiación? ¡Qué broma estúpida!
Me angustiaba por mis hijas y me preguntaba cómo era posible que personas preparadas, inteligentes, brillantes incluso, hubieran dedicado sus esfuerzos a diseñar y fabrica el mecanismo de nuestra destrucción.
Ahora estoy despierto y sigo sin entenderlo. Me parece un pecado sin paliativos, una monstruosidad. No aprendemos de nuestros errores. Sólo el golpe reciente nos trae a la realidad, pero hay golpes de los que uno jamás puede recuperarse, lecciones sin retorno.
Siempre hay alguien que encuentra una justificación para la atrocidad, que se cree la plenitud de la historia, que piensa que es su causa o la nada. Y ese imbécil un día se encuentra en una contingencia histórica que le otorga el poder, un cierto poder, un acceso a algo que otros hicieron y ahora cae en sus manos, ¡y lo emplea!
Sólo conocemos un planeta capaz de albergar vida, el nuestro, y hemos inventado el medio de borrarlo en unos minutos. Esto hay que pararlo, o la pesadilla acabará por cobrar cuerpo en la realidad. Quiero poder despertar, y que mis hijas también puedan, y los hijos de mis hijas; quiero un mañana.

lunes, 12 de noviembre de 2018

No va a quedar nada




Hace más de treinta años un cura diocesano llamado don José Rivera advertía de que en unos lustros "no iba a quedar nada". Prácticamente todo el catolicismo iba a desaparecer en España; probablemente en Europa.

Aquel cura sabio de sotana raída, metido continuamente entre los gitanos de Toledo, basaba su pronóstico en algo de poca trascendencia pública: la formación en los seminarios. Don José se daba cuenta de que aquellos seminaristas de entonces serían con el tiempo los futuros timoneles de la Iglesia. De ahí saldrían los párrocos, obispos, teólogos, cardenales que regirían el destino del catolicismo. Pero, ¿qué esperar de ellos si su formación había entrado en un declive vertiginoso?

Basta mirar la Iglesia para ver el rumbo que sigue con insensato entusiasmo. "Queremos caer bien", parece ser la gran preocupación.

Esto mismo lo vemos en todos los ámbitos de la vida, particularmente los más visibles, como la política o la educación. Afirmaciones, modos de hablar que habrían provocado el sonrojo de un niño, se exhiben desde la tribuna con una seguridad satisfecha que produce estremecimiento.

¿Y el profesorado? De todo hay en la viña del Señor (viña con uve y Señor en mayúscula, por si acaso), pero hay que reconocer que los tuertos de ayer son los genios de hoy, porque encontrar gente con dos ojos resulta una labor casi sobrenatural. ¡Guías ciegos...!

Urge estudiar. Urge formarse. Urge exigir y, sobre todo, exigirse. Urge dejar de elogiar a "la juventud" y marcarle metas ambiciosas, no excusas para la huida, para la autocomplacencia. Urge ser más, ¡¡ser al menos algo que merezca mínimamente la pena!!