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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 28 de febrero de 2017

Frente a los sembradores de hastío

"La mujer (corre el riesgo de)... hacer una de estas dos cosas o las dos juntas: imitar al hombre o rehuir al hombre. Son los dos escollos de las feministas. Esto es un tremendo error. Precisamente es una renuncia a la propia condición de la mujer".

"El entusiasmo hacia la mujer (...) Díganme ustedes: ¿existe socialmente el entusiasmo hacia la mujer? ¿Tienes ustedes, los hombres que me escuchan, repito, socialmente, entusiasmo hacia la mujer? Díganme las mujeres: ¿se sienten objeto de entusiasmo? (...) Me gustaría equivocarme pero yo creo que el entusiasmo hacia la mujer ha muerto hace bastantes años, ha desaparecido, y no quedan más que supervivencias individuales y excepcionales.
Esto es gravísimo. Y hay algo todavía más grave. No es ya que el entusiasmo por la mujer no exista; es que se quiere que no exista. Y donde quiera que aparezca una vislumbre de entusiasmo por la mujer, será perseguida, será zaherida, será hostigada, será, si es posible, exterminada":


Estas palabras fueron pronunciadas no hace unos días, ni unos meses, sino más de cuarenta años, en concreto en 1975 por don Julián Marías. (Para los interesados, minutos 14 y 20)


martes, 21 de febrero de 2017

El Clamor de Azorín



A José Martínez Ruiz lo conocemos como Azorín. La cuestión es, ¿lo leemos?

Este año se cumple el cincuentenario de su muerte, y mi amigo Manuel Real me invita a que escriba unas líneas a propósito del insigne escritor. Lo haré, pero para ello lo uniré al nombre de otro autor único cuyo octogésimo aniversario se cumplió el pasado año, me refiero al genio teatral Pedro Muñoz Seca.

Azorín había tenido una juventud exaltada, entregado a la publicación de artículos anarquistas y federalistas en los que atacaba instituciones como la familia o la propiedad. Su ardor llegó a tales extremos que fue expulsado del periódico republicano y anticlerical El País.

En su evolución política recabaría en las filas del Partido Federalista de Pi y Margall, para terminar en el Partido Conservador bajo la tutela de Antonio Maura y Juan de la Cierva, a quienes en el pasado había atacado y ahora elogiaba efusivamente.

Con la República retomó algunas ideas de su juventud pero lejos del sectarismo pasado. Al estallar la guerra civil se exilió a París para regresar definitivamente a España en 1941.

Yo me querría detener en momento anterior, en concreto en el año 1928 cuando se estrenó una obra teatral escrita junto a Pedro Muñoz Seca, autor de la inigualable La venganza de don Mendo. La obra conjunta llevaba por título El Clamor, cabecera de un imaginario periódico político que, falto de escrúpulos, pretendía incrementar su tirada a toda costa, recurriendo incluso a un simulado secuestro.

La obra produjo un notable revuelo en el gremio periodístico, hasta el punto de que la Asociación de la Prensa expulsó de su seno a Azorín sin darle la oportunidad de defenderse. Azorín publicaría un artículo lamentando la reacción inquisitorial y desproporcionada de sus atacantes. Quién iba a imaginar entonces las tragaderas que tendría que tener poco después el gremio de periodistas a causa de la Ley de Defensa de la República y posteriormente mediante la Ley de Orden Público de 1933. No digamos ya con el estallido de la guerra civil. Pero esa es otra historia.

Pedro Muñoz Seca moriría víctima de las sacas de las cárceles madrileñas en 1936 en Paracuellos de Jarama. El año pasado se inició su causa de canonización. Azorín fallecería en 1967. En los últimos tiempos se había entusiasmado por ese género que tanto debe al teatro y que no es otro que el cine. Y puestos a imaginar, por qué no soñar en que un día podremos ver en la gran pantalla la obra que aquellas dos plumas egregias de mirada perspicaz compusieron hace casi la friolera de 90 años: “Estreno: El Clamor. En los mejores cines”



martes, 14 de febrero de 2017

Depravadores

A veces tengo la impresión de que unos depravados han decidido dar carta de naturaleza a sus perversiones, y eso explica el rumbo de ciertas cosas. Lejos de luchar por superarlas pareciera que quieren arrastrar a la sociedad entera hasta el fango en que se sienten inmersos.

Todos portamos nuestras miserias, nuestra mayor o menor dosis de maldad. Pero cuando nos importan los demás luchamos por vencerla o, cuando menos, por evitar que les salpiquen a ellos.

Lo que convierte en depravados a esos otros es precisamente su afán ciego en contagiar sus demonios. De convertir en moneda de curso legal la maldad disfrazada. En que su condena sea nuestra condena. Son embajadores de la muerte y el dolor que enarbolan falsas banderas de vida y felicidad. Son la mentira. Son los nuevos amos.