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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 31 de enero de 2012

Mis representantes ¿en todo?


En el primer plano de la televisión el político se jacta reiteradamente de ser el representante de sus conciudadanos. La pertinaz afirmación me hace plantearme por quién me siento mejor representado. ¿Acaso por el individuo de la tele? ¿Mejor por el aspirante del otro gran partido? ¿Algún candidato de un grupo político menor, incluso marginal? Entonces reparo en algo que a fuer de obvio pasa inadvertido: quien mejor me representa a mí soy yo mismo. Así de simple.

Si uno se toma en serio esta afirmación, llega a la conclusión de que el Estado debería salir de no pocos jardines en los que se ha metido. Personalmente me indigna que los políticos se sientan legitimados para regular, adoctrinar, juzgar, pontificar... sobre todas las cuestiones de la vida (de mi vida), incluso las más nimias y ajenas al que debería ser su cometido, la res publica, la cosa pública. Y lo más triste es que muchos de mis conciudadanos aplauden esa intromisión.

¿Por qué me sancionan por no llevar el cinturón de seguridad o por no rotular mi comercio en determinado idioma, mientras animan a niños de 12 años a usar preservativos? ¿Por qué legislan sobre reglas ortográficas decidiendo que ahora Vizcaya se escribe Bizkaia, Lérida es Lleida o La Coruña A Coruña? ¿Acaso viviendo en Monegrillo, los Cerralbos o Sanlúcar de Barrameda tengo que adaptar mi ortografía al vascuence, al catalán o al gallego cuando escribo en español? ¡Maldita la gana! ¿Qué pasa entonces con London, Beijing o Moskvá?, por citar algún otro topónimo. Cualquier día cierran la Real Academia de la Lengua por fascista.

Veo que mis ideas andan desbocadas, así que apago el televisor y cojo un libro. De momento el de mi elección, a la espera de que algún parlamento, ayuntamiento o mancomunidad decida regular qué lecturas son las más adecuadas para un tipo como yo. A fin de cuenta son mis representantes y saben mejor que nadie (incluyéndome a mí) lo que me conviene.


lunes, 23 de enero de 2012

Niños, pájaros y "picoletos"



Amábamos la Naturaleza. No es que nos gustara, sino que la amábamos; en ella nos sentíamos verdaderamente felices. Por eso, a la primera ocasión, nos íbamos a alguna arboleda, ribera o monte para ver pájaros y todo animal al alcance de nuestra mirada (o nuestra mano).

Éramos los “hijos huérfanos” de Félix Rodríguez de la Fuente y le comprendíamos y queríamos porque, efectivamente, para nosotros la vida era una aventura y los animales el más apasionante de los mundos.

Todavía me sorprende que con doce años o menos nuestros padres nos dejaran salir solos de excursión. Cogíamos un autobús o un tren y allá que nos íbamos al Galacho de la Alfranca, a los Mallos de Riglos o a la Laguna de Sariñena. Dudo que por aquel entonces tuviéramos siquiera carné de identidad. Fuimos creciendo y aquellas salidas resultaron menos embarazosas, pues en no pocas ocasiones a la gente le resultaba extraño ver a aquellos críos ir por libre.

En ANSAR (Asociación Naturalista de Aragón) éramos los alevines. La presidía Henri Bourrut, si bien mantenía cierto liderazgo natural José Manuel Falcó, con una incipiente esclerosis que fue incapacitándole lentamente hasta acabar con él lejos de estas tierras.

Recuerdo una concentración que hicimos en los ochenta en el Galacho de la Alfranca. Iba a ser roturado para hacer campos de cultivo. Allí, a un tiro de piedra de Zaragoza, había una fauna enorme (martinetes, garzas, un sinnúmero de anátidas, cernícalos, milanos, tejones, zorros...). Hoy, como todo patatar periférico que se precie, sería un paisaje de asfalto y hormigón con hileras de pisos a precio de saldo.

Pero a lo que iba. Acudimos a Pastriz, el pueblo cercano al Galacho, miembros de ANSAR, la Asamblea Ecologista y la SEO (Sociedad Española de Ornitología). Entre todos no creo que llegáramos a las sesenta almas. Llevaba la voz cantante el ornitólogo Adolfo Aragüés, que dirigió unas palabras en la plaza del pueblo ante los congregados y un escasísimo número de vecinos. Hubo una suelta de palomas en señal de paz. El hecho es que, por ser de corral, quedaron posadas en el tendido eléctrico cercano. Menos mal que la de Noé debía estar más ejercitada, si no todavía estamos metidos en el arca.

La policía local de Zaragoza y la Guardia Civil hicieron acto de presencia. De entre los concentrados salieron algunos silbidos de protesta (bastante mansos, todo hay que decirlo). Mis amigos y yo, cumpliendo el mandato propio de nuestra edad, nos apuntamos a los mismos, entre gritos ocasionales de “¡picoletos!”. No pasó de ahí la cosa y nos dirigimos en grupo al Galacho para tomarlo simbólicamente y pasar el día.

Conforme atardecía, la gente se iba marchando. Las nubes se cerraban a marchas forzadas y entre el meandro y el pueblo mediaba media hora de camino. Los “alevines” apuramos más el tiempo y nos quedamos solos. Finalmente el cielo se aburrió de esperar y comenzó a diluviar. Y quién nos lo iba a decir, los que nos echaron una mano para evitar que nos caláramos hasta los tuétanos fueron aquellos mismos a quienes horas antes habíamos abucheado. Efectivamente, los guardias civiles se apiadaron de nosotros y nos invitaron a subir a su todoterreno para acercarnos al pueblo. Durante el trayecto dejaron ver la simpatía que les despertábamos aquellos cuatro críos con nuestros prismáticos y mochilas a cuestas. “A mi chico también le gustan mucho los pájaros”, comentaba uno. Mientras otro nos hablaba de sus experiencias campestres. Nosotros asentíamos calladamente. Tanto uniforme nos imponía. Desde aquel día la Benemérita me ha inspirado una inevitable simpatía. Sé que no está de moda, pero es así. Máxime cuando en tantísimas salidas al campo he comprobado que son la garantía de que no se machaque la fauna que todavía nos queda (particularmente gracias al SEPRONA).

La prensa local se hizo eco de la concentración. Se hablaba de 250 personas, cosa que distaba de ser verdad. A mí aquella exageración no me gustaba. Sé que inflando la cifra pretendían respaldar nuestra reivindicación, pero creo que la verdad es el único modo de hacerlo. ¿Por qué no denunciar, por ejemplo, la pasividad general a la par de que se alerta del peligro de desaparición del Galacho? Por ejemplo: “Una isla de diversidad biológica cercana a Zaragoza a punto de desaparecer ante al inacción de la mayoría. Sólo 60 personas fueron capaces de alzar la voz para pedir...”.

El caso es que las excavadoras se detuvieron, la Administración comenzó a mover sus pesados engranajes y hoy el Galacho de la Alfranca está declarado Reserva Natural. La visita a la zona está restringida y cuenta con un centro de interpretación y otro de recuperación de fauna. Vamos, todo lo que en aquel entonces nos parecía un sueño.

En lo que a mí respecta, de vez en cuando acudo con mis hijas y la gozo de lo lindo viendo cómo, al igual que su padre hace unos cuantos lustros, comienzan a asomarse a la belleza de la Vida.


[Con Carlos Díez y Luis Gracia en plena danza del grajo -Galacho de Juslibol-]

martes, 17 de enero de 2012

¡No has cambiado nada!



Me dijo que me veía igual; que después de tantos años no había cambiado nada.


Sentí que hubiera perdido tanta vista. Desde luego, la edad no perdona.


jueves, 12 de enero de 2012

En recuerdo de Enrique Urquijo (Los Secretos)


Debíamos ir ¿a COU?; quién sabe. Dos grupos iban a tocar en la carpa de la entonces llamada Plaza José Antonio. Primero Los Secretos, luego Los Elegantes. No era fan de ninguno de los dos, aunque con el tiempo ambos me fueron gustando más y más.

Quedamos los amigos y como nos sobraba algo de tiempo fuimos a un bar cercano. La barra estaba abarrotada y al fondo de la misma Enrique Urquijo hablaba por el teléfono público (entonces el móvil sólo salía en los tebeos de Mortadelo y camuflado en un zapato). ¡Caray, el mismísimo vocalista de Los Secretos a tiro de piedra!

Azuzamos a nuestra amiga Marta para que le pidiera un autógrafo.

- Venga, Marta. Tú eres chica y te hará más caso.

Risitas y un reiterado “que no, que no”.

Así que cuando camino de la salida pasó junto a nosotros, lo paré y le pedí el mentado autógrafo. ¡Fuera vergüenzas! Firmó apoyado en mi espalda y el personal se animó a pedir más firmas. En un momento mi área dorsal quedó convertida en escritorio público.

Un verano regalé aquella entrada autógrafa a una chica que conocí. ¡Mi dichosa mala cabeza!

Pasaron los años y aquellos grupos volvieron a tocar en Zaragoza. Esta vez por separado. Los Elegantes en La Chimenea. Al concluir el batería lanzó sus baquetas al auditorio. Rocé una de ellas con la yema de mis dedos pero cayó al foso de seguridad. Pese a mis súplicas, el guarda la arrojó lejos de mí. (Que el cielo lo perdone).

Me prometí que no me volvería a ocurrir. Así que cuando semanas después vinieron Los Secretos al Centro Cívico Delicias, puse todos mis sentidos en atrapar tan preciado trofeo. Apenas el batería hizo ademán de arrojar su herramienta de trabajo, pegué un salto tipo Mátrix que para qué contar. ¡Y me hice con ella!; repelada por el centro y todavía algo humedecida de sudor.

En una “campaña de limpieza” mi madre debió arrojarla a la basura. (Sí, todavía le hablo. Nueve meses llevándome como equipaje y más de cuarenta años aguantando mis matracas la absuelven de muchas cosas).

Un triste día de noviembre saltó la noticia. Enrique Urquijo había muerto tirado en un portal. Al parecer se había desenganchado de las drogas por su hija, pero recayó. Escapar de la droga supone un combate duro, muy duro, que a veces se pierde. Mas, como decía Ortega y Gasset, un hombre no se define por sus éxitos, sino por su intentos. Y Enrique lo había intentado por amor a su retoño, aunque el resultado no le fue favorable... ni a nosotros tampoco.



Di el pésame a mi amigo Fernando, que tanto lo admiraba desde la distancia.

Pasó el tiempo y en un programa de radio hablaron del décimo aniversario de la muerte de Enrique. Me quedé de piedra. ¡Diez años ya! Pero si no parecía que hubiera pasado ni uno.

Ahora que ha transcurrido todavía más tiempo, no sé por qué vuelvo a escuchar sus primeras canciones una y otra vez. Aquel Ojos de Perdida, o el hermoso Volver a ser un niño. Es la voz de la melancolía, es la voz de Enrique Urquijo. La añoranza añorada. Dios lo guarde.

jueves, 5 de enero de 2012

Barbudo, médico y en el calabozo


Atención, el señor de la imagen es muy peligroso. Se llama Jesús Poveda y es médico. Por su culpa varios cientos de niños han escapado al bisturí, al ácido o al escalpelo y ahora campan a sus anchas.


-Aquí una de las "consecuencias" de las fatídicas actuaciones del doctor Poveda. (Viste de blanco y se llama Lucía)-.


El mentado individuo pretendía realizar una protesta silenciosa frente a uno de los centros especializados en realizar abortos. De ahí que la policía haya actuado con presteza, pues su presencia podría resultar incómoda para los trituradores de carne infantil que trabajan en este centro homologado, legalizado y pasteurizado.

No está de más recordar que si en algo existe consenso por parte de todos los partidos que actualmente tienen representación parlamentaria es en que el aborto debe estar vigente y amparado. Tanto los gobiernos del PSOE como los del PP han sabido cómo tratar a tipos con el doctor Poveda, como se puede comprobar en la filmación realizada el pasado 28 de diciembre de 2011 frente al abortorio Dator: VER VIDEO. Este es el motivo por el cual un año tras otro Poveda acaba con sus huesos en los calabozos de la comisaría de Tetuán.

En 2006 entrevisté a este sujeto. Si alguien tiene interés en saber más de él, aquí está el enlace: ENTREVISTA A JESÚS POVEDA.

Cierro esta entrada con la foto de otro detenido por hacer sentadas y llamar a la desobediencia civil.


Se llamaba Martin Luther King y decía cosas como esta:

"Sostengo que quien infringe una ley porque su conciencia la considera injusta, y acepta voluntariamente una pena de prisión, a fin de que se levante la conciencia social contra esa injusticia, hace gala, en realidad, de un respeto superior por el Derecho."

martes, 3 de enero de 2012

Cervantes clave española


Uno de los más deliciosos ensayos que he leído en mi vida es Cervantes clave española de Julián Marías (¡cómo no!). El filósofo realiza una aproximación amistosa al autor del Quijote, descubriéndonos sus sueños y virtudes. Vemos a Cervantes en Lepanto, cautivo en Argel, viajando por Andalucía, alcanzando tardíamente el éxito aunque sin gozar de reconocimientos. Y sobre todo palpamos el latir de su obra: su amor a la libertad, su apertura cordial al mundo, su gravedad española no exenta de buen humor, su defensa de nobles causas más allá de cualquier forma de utilitarismo...

No sé si a estas alturas el libro estará descatalogado, ¡espero que no! En todo caso creo que puede ser una buena sugerencia de cara a los Reyes Magos que ya deben andar por el Canal de Suez.