Viernes
tarde. El cielo plomizo se derrama sobre Madrid. Mi mujer y yo
avanzamos aferrados al mástil del paraguas, calándonos por fuera,
ciñéndonos por dentro. Ni un alma transita la calle. Sólo algún
coche en huida rompe el vigoroso palmear de las gotas.
La
función comenzará en dos horas. Vamos bien de tiempo, aunque el mal
tiempo nos apremia.
Tras
la cortina líquida adivino una librería de viejo. Príncipe
& Vidaud, reza en el rótulo. Asemeja un faro en medio
de la tormenta.
-
¿Te parece que entremos un momento? -pregunto a mi copiloto, que
asiente con su habitual generosidad.
El
local no es grande, aunque sí holgado. Las estanterías, bien
aprovechadas, guardan sus tesoros de papel tras los que se me van los
ojos. Primeras ediciones de Valle Inclán, Pedro Antonio de Alarcón,
Azorín, José Hierro...
-
¿Le importa que miremos?
-
Por supuesto. Adelante -responde el propietario.
Es
un hombre alto, enjuto, maduro, elegante en su hablar y en la
sobriedad de sus gestos, con aire de gentelman británico.
El pelo cobrizo y ondulado con raya a un lado. Luce una americana
parda sin solapas y pantalones vaqueros impolutos.
De
vez en cuando pregunto por el precio de alguno de los libros que veo
y por la posible presencia de los que no veo. ¡Qué cara adicción!
En
una vitrina hay expuesta una primera edición de Campos de
Castilla de Antonio Machado firmada por su autor. Me cuenta
que perteneció a María de Maeztu, hermana de Ramiro y fundadora y
directora de la Residencia de Señoritas. Al parecer el poeta
sevillano rubricó únicamente los diez primeros ejemplares que parió
la imprenta. El precio es prohibitivo, al menos para un simple mortal
de clase media como un servidor. ¿Cómo iba a imaginar don Antonio
que su lirismo ascendería a cimas tan prosaicas?
De
las consultas pasamos a la conversación y de ésta a descubrirme
algunos de sus tesoros con historia. De una gruesa carpeta extrae una
carta de Unamuno y varias postales del mismo dirigidas a su esposa
Concha.
De
otra saca la joya de la corona. Una tarjeta con el retrato de la
actriz Catalina Bárcena que de ella hiciera Rafael Sanchís Yago. Al
pie del mismo el poema manuscrito de un todavía desconocido Federico
García Lorca (tenía entonces veintiún años):
Se
estremece el corazón
del
viento, si tú lo miras.
Siente
clara nostalgia
de
tus fuentes pensativas.
Estos
versos no son flor de enamorado, sino estratagema para convencerla de
estrenar El maleficio de la mariposa en el Teatro Eslava de
Madrid, propiedad del amante de la artista, Gregorio Martínez
Sierra, quien a su vez estaba casado con María de la O Lejárraga,
secreta autora de las obras que su marido firmaba. En fin, todo un
culebrón digno de la mejor literatura.
El
caso es que Federico se salió con la suya: llegó, vio...y fracasó.
A la cuarta representación tuvieron que suspenderla entre abucheos y
protestas. ¿Quién dice que los genios no se hacen? Se hacen con
talento y con tesón.
-
Y al vender uno de estos libros tan especiales, ¿no le hace duelo?-
le
inquiero.
-
Claro que sí. El primero que vendí fue Impresiones y Paisajes, de
Federico García Lorca. Fue su primer libro y tenía una dedicatoria
manuscrita a un flamencólogo. Se
trata de
la primera dedicatoria que se conserva, anterior incluso a las que
pudo hacer a sus padres. Lo peor es que sé que ya nunca lo voy a
tener.
¿Cómo
no entenderlo? ¿Cómo no compadecerlo? Tener un oficio de enamorado
que consiste en vender aquello que se quiere.
Finalmente
nos
despedimos sin comprar nada y queriéndolo todo.
Conforme
salimos miramos
la hora. ¿¡Qué?! Hay
que coger un taxi o no llegamos al teatro.
Lo
que sucedió a la mañana siguiente fue el colofón inesperado a un
grato encuentro.
Nos
dirigimos
en coche a la Biblioteca Nacional guiados por ese
oráculo llamado Google Maps. Por ser el
día de San
Jorge la entrada es libre y no vamos a desaprovechar una
oportunidad como
esta.
Mientras
conduzco comento
a mi mujer que las calles de Madrid me parecen
todas iguales; sin ir más lejos la que estamos
transitando me recuerda
enormemente a la de la librería de anticuario del día anterior.
Cuando reparamos en que ¡es
la calle de la librería de anticuario del día anterior!
Aquello
tiene
que ser providencial. Consigo
aparcar y volvemos
al ataque. Confieso
al librero lo mucho que disfrutadé
la anterior tarde y cuánto me he
acordado de lo todo lo que me contó. Volvemos
a charlar de libros; nos muestra
grabaciones con las voces de Ortega, Unamuno, Valle Inclán, Azorín.
Llega
la hora de la despedida definitiva, esta vez sí; y no sé
porqué en
ese momento me
vine
a la memoria el nombre de una mujer que me hechizó cuando
la conocí:
Marga Gil Roësset. Marga murió de un disparo que se descargó en
sien a causa de su amor imposible por Juan Ramón Jiménez. En su
corta vida dejó muestra de su absoluta genialidad tanto en la
escultura como en dos libros que ilustró para su hermana: El
niño de oro,
pintado
cuando contaba con doce años, y Rose
des Bois,
realizado a los trece años. Hablé de ella en este mismo blog el 22 de enero de 2019.
“Tengo
los dos”, me dice.
Va
a una estantería y los extrae. Casi no doy crédito.
De hecho de Rose
des Bois tiene
no uno sino
dos ejemplares,
uno de ellos con una dedicatoria firmada por Marga y su hermana
Concha con letra casi infantil. ¿Cuántas veces había soñado yo
con tener esas obras? Pero hay deseos que están vedados a los
mortales. ¿O tal vez no?
Mi
mujer ve
el brillo de mis ojos y le
brota un:
“Te lo regalo”. El librero también
contempla ese
brillo así
como
la generosidad de mi ángel de la guarda y añade:
“Por ser San Jorge os lo dejo a un precio especial”.
Hoy
el libro habita en mi casa con el espíritu de Marga. No el de la
dedicatoria, pues no estamos
capacitados
para la astronomía, pero sí el otro, aquel que un día de lluvia en
Madrid puso en mi camino.