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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

lunes, 25 de abril de 2011

¡Ya falta poco!



Después de un camino largo y hermoso, el libro que con tanto cariño escribí está a punto para la imprenta. Se titula Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado (Ed. Rialp) y, si no hay contratiempos, en la segunda quincena de mayo estará en las librerías.

Se trata de la biografía cercana y entusiasta de un hombre libre cuya pasión fue la verdad. Discípulo y amigo de Ortega y Gasset, Zubiri, García Morente y Gaos, formó parte de la Universidad de Madrid durante la Segunda República. En la guerra civil colaboró con Besteiro en la búsqueda de la paz. Concluida la contienda conoció la cárcel por la falsa acusación de su mejor amigo. Participó en la transición democrática española, y llegó a ser consejero de Juan Pablo II.

Mas si algo caracterizó a Julián Marías fue su amor. Amó la cultura, España, América, a sus amigos... y, sobre todo, amó a una mujer, Lolita. Ella fue su razón de vivir y la causa de su sinvivir. Esta es su historia; el retrato de un filósofo enamorado.



Apto sólo para enamorados (o deseosos de estarlo).

viernes, 15 de abril de 2011

Cuando el hombre sin rostro me invitó a un concierto insólito


Al leer los comentarios a este blog, uno me llamó particularmente la atención. Estaba firmado por Galip Bey y decía lo siguiente:
“Hola Rafael. Me gustaría invitarte este jueves, 14 de abril, a un concierto muy especial del grupo Percusiones del CSMA formado por los alumnos del conservatorio superior de música. Será en el auditorio del mismo conservatorio, el que está en Vía Hispanidad, junto al edificio Seminario. Puedes venir con toda la familia. Empezamos a las 20h! Veréis muchas cosas que seguro no conocéis y os sorprenderán gratamente. La entrada es libre!”

¡Era una invitación en toda regla!; y además de alguien a quien no conocía personalmente pero con quien desde el principio me he sentido a gusto intercambiando impresiones. A veces para coincidir; otras para enriquecerme con su punto de vista o, sencillamente, para comprender que el mundo se puede mirar desde un prisma distinto. ¿Cómo decir que no a tal ofrecimiento?

Entre semana me es casi imposible salir, pero esta vez me organicé para “hacer un poder”. Mi mujer me echó un capote (una vez más) y conseguí el “pase de salida”. Solo, eso sí.

Llegué al Conservatorio con tiempo justo, pero resultó que hacía falta invitación para entrar. ¿Cómo explicarle a la azafata que me había invitado Galip Bey, un personaje de novela turca? ¿Cómo aclararle que desconocía cómo era su cara? Podía acabar con una camisa de fuerza en una sala acolchada.

Al parecer, a última hora habían decidido limitar el acceso por medio de invitaciones, pues temían que el aforo no diera a basto. En mi misma situación de “indocumentado” había más personas. Nos quedamos, esperando un acto de piedad por parte de los organizadores. Y así sucedió. Al cabo de unos minutos nos entregaron entradas a todos y ocupamos las pocas filas que quedaban libres.

El concierto fue cualquier cosa menos corriente. Además de los instrumentos de percusión clásicos, se emplearon macetas, cencerros, agua... Imágenes proyectadas al fondo armonizaban con la música. Particularmente sugerente me resultó el homenaje musical a Feliz Navidad, Mr. Lawrence, en el que participó un DJ. También me pareció muy original una interpretación realizada con una maleta, unos dedales y unos palillos; o algunas obras de inspiración japonesa. Otras he de confesar que me descolocaron. No deja de ser música experimental y yo de música sé muy poco.

De lo que sí sé es de ilusión, talento, trabajo y ganas de hacer las cosas bien, y de eso hubo y en abundancia.

Al concluir miré y miré por ver si era capaz de reconocer al nunca visto. ¿Qué aspecto tendría Galip Bey? ¿Sería uno de los músicos?, ¿alguien del público?, ¿de los organizadores? La necesidad aguza los sentidos, así que haciendo uso del olfato de detective que no tengo, decidí acercarme a uno de los músicos que se hallaba en medio del poblado hall y, con cierto apuro, le dije:
- Perdona, sé que te puede sonar algo rara esta pregunta pero, ¿eres tú Galip Bey?

¡Y lo era! Ya lo creo que lo era. Encontré la aguja en el pajar; al hombre de negro entre los hombres de negro; al percusionista en el tam-tam de la noche. Y hablamos, nos preguntamos cosas, intercambiamos correos, y sobre todo, nos alegramos de conocernos al fin.

Tras despedirnos, mientras me iba a casa, me acordaba de algo que me había dicho un amigo aquella misma tarde: “La gente no está enganchada a Internet para buscar información, sino para saberse querida, para estar con otras personas, escuchar y saberse escuchada”. Sí, creo que tiene razón.

Desde luego para mí ha sido un regalo conocer a distintas personas y tener la oportunidad de recibir, sin merecimiento alguno, el obsequio de un concierto insólito y de un amigo generoso, simpático y particularmente cordial.

martes, 12 de abril de 2011

La hija del ministro


Hay unos pocos libros que me han conmovido íntimamente; hasta el punto de que, pasados los días, sus impresiones han seguido obrando en mi espíritu. He de confesar que La hija del ministro de Miguel Aranguren ha sido uno de ellos.

La novela narra en primera persona la infancia y juventud de una muchacha en los años veinte y treinta del siglo pasado. Perteneciente a una nutrida familia de la aristocracia, compartirá los anhelos, temores y reveses de quienes vieron cómo su mundo se veía amenazado por las corrientes de una época de profundos cambios.

Creo que la obra posee una serie de ingredientes particularmente interesantes. Para empezar, es capaz de manejarse con los muchos parientes de Elvira, la protagonista, sin desengancharse del personaje principal, a la par que los dota de personalidad propia. Además asume con respeto y acierto el punto de vista de alguien criado en un ambiente vigorosamente monárquico, sin caer ni en apologías extemporáneas ni en ridiculizaciones prejuiciosas.

Aranguren muestra de forma entrañable las miserias y virtudes de una clase social acostumbrada al favor del poder e incapaz de asumir el nuevo signo de los tiempos. A la par, nos descubre la temible sombra de la revolución que se desató en aquellos años y el rencor justiciero que anidaba en su propagación.

Merece una mención especial la historia de amor que conforma el núcleo de la historia. Se trata de un amor auténtico, limpio, cuyo fatal desenlace adivinamos al principio de la obra. Precisamente por ello experimentamos la impotencia de la fatalidad, del Destino que como un dios ciego impone a los mortales su irrevocable sentencia.

También resulta muy convincente la feminidad de la narradora, mérito añadido al quehacer de un escritor varón.

Las objeciones que se le pueden presentar, en todo caso no enturbian la bondad de este libro. Por ejemplo, en algún momento no acaba de encajar el marco temporal en el que se desarrolla algún hecho concreto. También cobra excesivo protagonismo el acontecer político a lo largo de los años de la Segunda República; si bien la trama personal vuelve a ganar peso cuando estalla la guerra civil.

Coincido con Guillermo Urbizu en lo desacertado del título. Es un título pobre que más puede despistar que invitar a su lectura.

En cualquier caso, se trata de un novelón con todas las de la ley que yo, por mi parte, pienso regalar a más de una persona. Una auténtica gozada. Una lectura de lo más aconsejable.

miércoles, 6 de abril de 2011

Me lo contó mi amigo Mazoski


Me lo contó mi amigo Mazoski, frustrado productor teatral, recién jubilado de banca, y golfo irredento. La noticia es de primera mano, pues fue amigo del desgraciado toxicómano causante involuntario de aquellos acontecimientos.

Sucedió hace ya unos cuantos años. La anciana viuda recogía su casa cuando alguien llamó a la entrada. Con la pausa de quien ya nada espera, abrió la puerta y se encontró frente a un hombre de aspecto rudo. El recién llegado saludó lacónicamente y preguntó por el hijo de la mujer. Le explicó que había sido compañero de presidio y que acababa de salir del talego. Durante todo el tiempo que estuvieron entre rejas habían sido como hermanos.

La solitaria mujer, conteniendo un sollozo, le respondió que su vástago había fallecido hacía unos meses a consecuencia de las drogas. El veneno que durante tanto tiempo devoró su voluntad acabó por matarlo.

El ex-convicto, acostumbrado a convivir con el lado más crudo de la realidad, sintió que el corazón se le encogía. Ver a la madre de su amigo de infortunio, viviendo en una mísera casa del casco viejo de Bilbao y sin más compañía que los recuerdos del hijo malogrado, le provocó un nudo en la garganta.

Dio media vuelta y casi sin despedirse bajó a buen paso por las escaleras.

Apenas diez minutos después volvió a sonar el timbre. La vieja acudió macilenta a la llamada para hallar de nuevo al antiguo compañero de su unigénito. Mirándola con serenidad, alargó la mano y le entregó una voluminosa bolsa.

- Esto es para usted. Siento mucho lo de su hijo, créame. Era mi mejor amigo.

Sin más palabras desapareció por donde había venido.

La mujer, sorprendida, cerró la puerta y fue a la sala de estar, para ver en qué consistía tan enigmático regalo. Cuando abrió la bolsa contempló asombrada una enorme cantidad de dinero. Un millón de las antiguas pesetas, para ser exactos, de cuando aquel importe enfajado en billetes verdes pesaba efectivamente un kilo.

No tardó en oír sonar las sirenas de la policía. Se había cometido un atraco en la cercana sucursal del Banco Bilbao y el ladrón se había escabullido por entre las callejuelas que configuran el corazón de la antigua villa vizcaína.

Ni corta ni perezosa, la anciana levantó por un lado el colchón de lana y metió debajo el singular obsequio.

Aquella fue su pensión de viudedad. Desde luego no se acercó ni por asomo a los tres millones de euros anuales (casi 500 millones de pesetas) que cobra el ex-consejero delegado del BBVA José Ignacio Goirigolzarri de forma vitalicia, pero un buen apaño sí le supuso.

Del generoso Robin Hood nunca más supo. Afortunadamente para él, al menos en aquella ocasión no lo trincaron, pues de lo contrario su libertad habría durado lo que la lumbre en un fósforo en medio de una corriente de aire.