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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

miércoles, 27 de octubre de 2010

¿A qué juegan?



Se llama Mari Carmen, necesita 150 euros porque se le ha estropeado la cisterna del baño y no tiene para pagar. Cobra 710 €/mes de la prestación del desempleo y entre el alquiler, comer y pagar las facturas apenas llega a fin de mes. Además estos ingresos tienen una próxima fecha de caducidad. ¿Y después?. "Media ciudad debe tener mi número de teléfono. Ya no sé dónde más dejarlo", me dice justo antes de ponerse a llorar. Ahora calla, trata de contener el llanto. No quiere que yo lo note; le da pudor.

Le digo unas palabras amables: "Ya verás, todo se arreglará. Luego esto será como un mal sueño". Me confiesa que se le pasa por la cabeza tirarse al río. Veo que no es una frase hecha ni una broma, pero intento quitarle hierro a la cosa para que no se agobie. "No mujer, si ahora el agua está muy fría. ¿A dónde vas a ir luego toda mojada?" Esboza una sonrisa. Es como si dudase entre reir o llorar. Parece que desdramatizar sus malas tentaciones ha surtido efecto, al menos momentáneo.

Le facilito el teléfono de una empresa de limpiezas para ver si necesitan gente. Es el gremio en el que ha estado trabajando durante toda su vida. El último año estuvo contratada para limpilar unas instalaciones deportivas; se levantaba a las cuatro de la madrugada y a las cinco ya estaba en el tajo. Los dos últimos meses dejaron de pagarles hasta que los echaron a todos. El escaso salario que ha ido cobrando a lo largo de estos años le ha dado para ir tirando; aquí no hay "colchón" que valga. Sé que en estos momentos es muy difícil que tengan algo para ella; casi imposible. Pero no se me ocurre otra cosa que poder hacer.

Nos despedimos. Me da las gracias, aunque poco he podido hacer más que escucharla.

Cuando la veo marchar una ola de frustración me invade. A mi mente viene la imagen de los políticos. -¿"Nuestros" políticos, se dice?- Últimamente están enzarzados en si tú me has llamado morritos o tú a mí pijo. ¿No tienen otra cosa en la que ocuparse? ¿No pasa nada más en España? ¿Nos están tomando el pelo? ¿En qué mundo viven? ¿Para qué creen que están ahí? ¿A qué juegan? Las preguntas indignadas se disparan en mi mente. No pido que den trabajo, no están ahí para eso; sí que se desvivan porque otros puedan crear empleo, y trabajar. Y, sobre todo, pido de ellos que sean ejemplares, que no vayan blindando sus pensiones y privilegios; y que si no quieren hacer nada por lo menos no den la nota con vanalidades y bobadas pueriles.

He perdido de vista a Mari Carmen. Llevaba el papelito con la dirección que yo le he dado aferrado en la mano, como si fuera el visado que le va a abrir las puertas de la felicidad. Me siento mal, muy mal. Mañana muy temprano volveré a pasar frente a la larga cola del paro, donde todos miran silenciosos esperando a incorporarse a las listas de la desesperanza, mientras yo me dirijo acelerado a mi trabajo. En ese momento el privilegiado seré yo. Más me vale no olvidarlo, o me pareceré demasiado a los que nos gobiernan.

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