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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 29 de septiembre de 2011

¡Gracias!


Ha salido la segunda edición de Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado.

Muchas gracias a todos los que habéis tenido la audacia de leer este libro hasta el punto de hacer que se agote la primera edición. Confío en que lo hayáis disfrutado por lo menos tanto como lo hice yo mientras lo escribía. Creo que la vida de Julián Marías merece ser conocida, por su generosidad, autenticidad, valor y coherencia.

Y a quienes todavía no lo habéis leído, como dice el refrán: nunca es tarde si la dicha es buena.

Un cordial saludo a todos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Down = Bajar. Cuando el cielo cae.


A veces pienso que desde el Cielo han hecho un último intento por salvar nuestro mundo. Que han mandado legiones de ángeles para romper la corteza que ahoga nuestros corazones. Que Dios ha decidido meter un sagrario en muchos hogares para hacer presente su amor y librarnos del encanallamiento. Ha dejado su marca impresa en el cromosoma 21. La respuesta de una enorme cantidad de hombres ha sido letal, destructora, blasfema; se han lanzado a la tarea de aniquilar a esas criaturas angelicales para que el egoísmo se extienda sin medida.

Al final son recibidos por los que siempre acogen; por los pobres, los menesterosos, los de corazón humilde, los que no pintan nada porque están lejos de los poderosos. En esos hogares se gesta un nuevo mundo, el único que de verdad vale la pena, donde verdad, bondad y vida florecen.

Uno de esos ángeles se llama Carmen y tuvo su aterrizaje a través del vientre de mi hermana. A veces el Cielo no está tan lejos, sólo hay que abrir los ojos y verlo caminar, aplaudir, comer chocolate (en grandes cantidades, dicho sea de paso) o encandilarse ante la televisión viendo El Rey León. A veces el Cielo es una demanda constante de amor que parece pedir, cuando en realidad no hace más que darse.

¡Venga a nosotros tu Reino!

lunes, 19 de septiembre de 2011

La condición humana


Exposición Internacional 2008. Zaragoza. Durante los últimos años las instituciones se han volcado en la preparación de este evento. Como lema: Agua y Desarrollo Sostenible. Uno de los platos fuertes reside en un espectáculo nocturno cuyo centro es un iceberg artificial instalado en la otra orilla del río Ebro. Básicamente denuncia la destrucción del planeta debido a la irracional generación de residuos por parte de nuestra sociedad. Sobre el iceberg móvil se proyectan imágenes que muestran montañas de basura, mientras, por los altavoces suena una música angustiosa y reiterativa. Los espectadores están conmovidos. En todos ellos se percibe un sentimiento compartido: ¡qué horror!, si no hacemos algo la Tierra se convertirá en un vertedero.

El espectáculo finaliza. Se desata una cerrada ovación. Después se encienden las luces y la multitud va abandonando las gradas. Permanezco sentado junto a mi mujer y mis hijas hasta que las hileras de bancos quedan vacías. Miramos a nuestro alrededor para descubrir una ingente cantidad recipientes de plástico, papel y basura esparcidos por todas partes. No se puede dar un solo paso sin pisar desechos.

Me temo que sin esta visión no se acaba de comprender en qué consiste verdaderamente la condición humana. Lástima que la mayor parte del estremecido público haya visto sólo la primera parte del espectáculo.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Cuando la NASA metió la pata por no hacer caso a mi profesor de matemáticas



Don José era nuestro profesor de matemáticas. Hombre recio y enérgico, en su clase no se canteaba ni una mosca. Su vigorosa mano se encargaba de dejarnos claro que él era el sheriff del lugar. Conviene aclarar que nadie ha acabado traumatizado por haber recibido un guantazo suyo (y eso que eran contundentes) pues no ejercía el despotismo y bastaba con cumplir las normas y estar al quite.

Pero la característica principal de don José era otra muy distinta, a saber: era un buen profesor de matemáticas. Se preocupaba de que aprendiéramos, de que tuviéramos los conceptos claros; no había enchufados ni nada que se le pareciera, allí sí imperaba la igualdad sin necesidad de que un ministerio inane la abanderada. Todos los días sacaba gente a la pizarra, con el pavor que eso provocaba entre los que no éramos precisamente unos Einsteins.

Con don José había una serie de “pecados” que no se podían cometer. Por ejemplo, el alumno incauto decía: “El 2 del numerador y el 2 del denominador se van”. Y acto seguido tronaba el vozarrón de don José: “¿A dónde se van? ¡Se simplifican!”. Efectivamente, los números no se iban a ninguna parte, únicamente se simplificaban. Qué decir de las faltas de ortografía, hoy convertidas en paisaje. Por mucha asignatura de ciencias que fuera su comisión era sistemáticamente penalizada en la calificación.

Uno de los pecados más graves era acabar un ejercicio y no poner las unidades. Después de una larga serie de operaciones, agotado y satisfecho, el alumno llegaba al ansiado resultado. “Y nos da 357” sentenciaba mientras garabateaba la cifra con la tiza. Entonces, cuando miraba con cierto temor al profesor esperando ver confirmado el fruto de su esfuerzo, recibía el siguiente comentario: “¿357 qué: boinas o guardiaciviles?” Un ejercicio en el que no constaran las unidades estaba mal, aunque su desarrollo fuese impecable. Ya podía uno apelar a los ángeles custodios, al concepto de justicia platónico, o a motivos lacrimosos de lo más variado (“me falta una décima para aprobar”, “es que mi padre”, “este verano iba a ayudar a los huerfanitos de Madagascar”…); aquella prueba era incorrecta.

Cuando hice la carrera no dejó de sorprenderme que la mayor parte de los profesores cometía aquellos pecados que a don José tanto irritaban. Así, obviaban sin pudor las unidades. En sus desarrollos en la pizarra no aclaraban si hablaban de “pesetas”, “dólares”, “renta per cápita” o “setas con gambas”.

Pasados algunos años (en septiembre de 1999) una noticia de prensa perdida entre la vorágine de grandes titulares llamó mi atención. Según informaba, una sonda espacial de la NASA llamada Mars Climate Observer, construida para estudiar el clima de Marte y apoyar el aterrizaje de otras sondas, se había estrellado contra la superficie de dicho planeta. 125 millones de dólares y varios años de trabajo tirados por la borda.

El artículo daba cuenta del motivo del desastre. Al parecer, en la construcción y programación de la sonda habían participado varias empresas. En concreto la Lockheed Martin Astronautics de Denver se había ocupado del diseño y construcción de la sonda, mientras que la Jet Propulsión Laboratory de Pasadera se responsabilizó de programar los sistemas de navegación. Pues bien, la primera realizaba sus mediciones con el sistema anglosajón (pies, millas, libras, etc.), mientras la segunda empleaba el sistema internacional (metros, kilómetros, kilogramos, etc.) La empresa de Denver desarrolló los cálculos correctamente con el sistema anglosajón. Luego los envió a la de Pasadera pero sin especificar las unidades de medida empleadas, de modo que estos últimos dieron por hecho que las unidades se ajustaban al sistema internacional. Así, cuando la nave se aproximó a Marte, sus ordenadores realizaron los cálculos de aproximación de forma errónea situándola en una órbita equivocada y haciéndola caer sobre el planeta rojo.

Pocos meses después los sesudos técnicos de la NASA sufrían un nuevo fracaso con otra sonda enviada a Marte –la Mars Polar Lander-. En su construcción había tenido los mismos problemas de unidades de medida que con la Mars Climate Observer. Desde Tierra intentaron reconfigurarla, pero cuando debía alcanzar la superficie del planeta se perdió contacto… hasta hoy. Todo parece indicar que quedó convertida en un huevo frito metálico sobre fondo rojo.

Don José murió hace algunos años y, aunque nos hizo sudar la gota gorda, he de confesar que con el paso del tiempo su figura ruda y exigente se engrandece. Sólo puedo decirles a los sabios de la NASA que siento que no tuvieran un profesor tan “maniático” como don José. Otro gallo les habría cantado.

viernes, 9 de septiembre de 2011

STRIPTEASE: DESNUDO ANTE EL ESPEJO DEL DOLOR


He estado casi todo el verano ingresado en un hospital. Quirófano, cuidados intensivos, subida a planta, goteros, sondas, caldos, alta hospitalaria, y vuelta a empezar por la puerta de urgencias. Así hasta tres veces.

El sufrimiento padecido y el diferente apoyo de personas cercanas me han hecho replantearme muchas cosas, o quizá, planteármelas en serio por vez primera.

Para empezar, he aprendido que el sufrimiento no se sabe, se experimenta. No existe un saber teórico del sufrimiento, sino una vivencia personal que es la única que nos aproxima a él. No valen argumentos, el misterio nos sobrepasa, porque eso es ante todo el sufrimiento: un misterio.

El sufrimiento es brutal, invasivo, inapelable. Cada dolor es único y, en cierta forma, absoluto. Mi dolor actual tiene una presencia tal, que no se puede confundir ni identificar con ningún otro dolor. Además, nos hace despertar a nuestra verdadera condición, la de seres vulnerables, frágiles, menesterosos, insuficientes. Nadie está a salvo, sea cual sea su condición.

Uno de mis compañeros de habitación era un fornido ganadero del Pirineo que no había estado enfermo jamás. Pues bien, una manchita cancerosa en la mandíbula lo había derribado en plena lozanía. ¿Quién está a salvo?

Cuando podía levantarme y miraba a la calle por la ventana del pasillo, pensaba que, probablemente, los transeúntes vivían en una ficción. Afanados en sus quehaceres diarios, se sentían invulnerables, creyendo que los hospitales son para “los otros”. Al menos así pensaba yo antes de acabar vistiendo un pijama de la Seguridad Social.

Una de las realidades que se me impuso con más fuerza fue la necesidad de encontrar sentido al sufrimiento. Ese dolor que se presentaba como una realidad implacable, ¿tenía algún sentido? Pensar que el dolor es sólo dolor, como se planteó C.S. Lewis cuando murió su esposa, es el mayor de los tormentos que quepa imaginar. Non plus ultra. “Tu sufrimiento se agota en ti mismo”. Eso tiene que ser el infierno.

Y es que el silencio de Dios es terrible. Yo no lo oía. O no me hablaba o no lo escuchaba, no sé. ¿Por qué permitía aquello? No sólo conmigo, sino con todos los que sufren: niños, ancianos, personas bondadosas, o cobardes, tanto da. Se despertó en mí la conciencia de incomprensión. Incomprensión y piedad por el dolor ajeno. Una comunión de dolor y misericordia por el mal de tantos hombres. Daba igual que el vecino de cama pensase de forma radicalmente distinta a mí, porque existía una fraternidad en el dolor, una unión inexplicable pero real. El dolor nos hermana. Mi compañero de enfermedad sí sabe, porque sufre como yo.

Quiero señalar algo importante: negar a un enfermo la condición redentora y sufriente de Jesucristo, ocultarle la posibilidad de que ese dolor que lo atenaza tenga algún valor, es una absoluta impiedad. En quien sufre, aunque sea el ateo más recalcitrante del mundo, está Jesucristo. Por eso, si Dios no habla, tu presencia acompañando al enfermo, sí. No para dar catequesis (más bien la recibirás) sino para querer y entregarte. Pues quien sufre precisa la compañía personal (no la bulla o los corrillos), sentirse querido, escuchado, distraerse. Esto último es muy importante, porque el enfermo tiende a hacer de su mal el centro de gravitación universal, y él mismo se ahoga en su congoja.

Contemplando al Hijo en la Cruz, el misterio persiste (o se agranda). Dios, si pudiste hacer todo esto sin dolor, ¿por qué te metiste de lleno en él? ¿Por qué no desterrarlo, sin más?

Es como si los aliados hubieran alcanzado los campos de concentración y, en vez de desarmar a los guardianes y liberar a los prisioneros, se hubieran puesto en las primeras filas para entrar de las cámaras de gas. ¿Qué sentido tendría aquello? En cierto modo es lo que hace el sacerdote de la película Muerte en Roma, pero ¿qué lógica rige en Dios?

Entonces uno más que pensar, contempla, y empieza a ver algunas cosas que asustan (y no poco) pero ante las cuales, si quiere ser honesto consigo mismo, no puede volver la espalda. La puerta estrecha, cumplir la voluntad del Padre, morir a uno mismo... ¿Quieres ir a Jerusalén para ser vilipendiado, torturado y crucificado? Yo me escandalizo con Pedro porque también pienso como los hombres. Perdóname. También te pido que hagas las cosas de otra manera, más fáciles, que destierres el dolor, que lo apartes de mí. Y te niego, y temo, y huyo, y lloro, y pido milagros que lo eviten…

Ha sido un verano difícil, muchas cosas se han derrumbado y todavía ando entre cascotes. El paisaje ha cambiado por completo. Sólo sé una cosa, que el edificio viejo ya no vale.