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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

domingo, 27 de noviembre de 2016

La cápsula en la que Europa sobrevivió al cataclismo



Me parece curioso que una de las grandes obsesiones de los movimientos revolucionarios contemporáneos (valga el epíteto) sea la exclaustración de los religiosos. Había que acabar con los monasterios a toda costa. Viva el progreso.

Si somos honestos habremos de reconocer Europa (y con ella Occidente) existe porque a unos señores (y señoras) les dio por retirarse del mundanal ruido y, entre otras cosas, ponerse a transcribir pacientemente los clásicos griegos y romanos, su Derecho, su Filosofía, su Mitología, su Ciencia, su Estética...

¿Qué queda del Imperio Mongol, o del Aquemérida, o del Gupta, o del Kush?

lunes, 21 de noviembre de 2016

Reseña de "Filosofía Mínima" de José Ramón Ayllón



Una nueva reseña. En esta ocasión a propósito de un libro escrito por uno de los más importantes divulgadores de la filosofía; me refiero a José Ramón Ayllón.

¡Bienvenido/a a nuestra isla de náufragos!

lunes, 7 de noviembre de 2016

Del bofetón a la huelga de deberes. Dando la vuelta a la tortilla.



Como sucedía en más de una ocasión, tuvimos la clase de dibujo en el comedor. En torno a las largas mesas nos sentábamos con nuestros cuadernos y pinturas para invocar al genio que se suponía todos llevábamos dentro.

Aquella tarde, por algún motivo, el profesor se ausentó durante un rato y, dada la disciplina académica de que se trataba, bastantes estudiantes nos dispersamos ganando espacio a costa de las mesas que quedaban libres. En estas regresó el maestro, y en uno de aquellos esporádicos accesos de ira que tenía, se lió a bofetones con el primer alumno que tuvo a mano. Apréciese que no hablo de palmadas o collejas, sino de bofetones estampados a conciencia.

Pasado un cuarto de hora de aquel incidente concluyó la clase, recogimos nuestras cosas y marchamos al aparcamiento bien para coger los autobuses, bien para ser recogidos por nuestros padres.

Mi pobre compañero R, víctima aquel día del súbito acceso del maestro, subió al coche en el que lo esperaba su progenitor. Apenas éste había puesto en marcha el vehículo, R le pregunto girando la cara:

- Papá, ¿me sale sangre por este lado?

- No veo nada.

- ¿Y por este otro? -preguntó de nuevo volviéndose en la dirección contraria.

- Tampoco. ¿Te ha pasado algo?

- Bueno, sí. Es que M me ha sacudido varios tortazos.

En ese momento el padre, con los ojos inyectados, pisó a fondo el pedal del freno y tiró con fuerza del freno de mano, "raaaas".

- ¿Que te ha pegado quién?

- M; MC.

- ¿Y quién es ese MC? -preguntó rugiendo más que hablando.

- El profesor de dibujo.

- ¡Ah! -suspiró con alivio el padre-. ¡Es un profesor!

Con santa paz, aflojó el freno de mano y plácidamente puso en movimiento el coche camino de su hogar.

Cuento esta anécdota real porque ilustra muy bien el modo en que los padres de mi niñez entendían la autoridad del maestro. Apenas conocía límites. Más de un padre, si tenían noticia de que a su hijo le habían dado un bofetón, sacudía otro de propina porque "algo habría hecho". En mi caso particular mi padre nunca me puso la mano encima (ni falta que le hacía), pero si tenía noticia de que el profesor lo había hecho, torcía el morro y se resignaba, pues entendía que aquel hecho que le desagradaba entraba dentro de las potestades del educador y no cabía sino aguantarse.

Con la perspectiva que hoy tenemos, pensamos que aquellos métodos "educativos" eran abusivos. -Podría poner muchos ejemplos de desproporción en su ejercicio, pero no es el objeto de este escrito-. Y he de aclarar que personalmente no los añoro en absoluto. Dicho lo cual, algo ha cambiado radicamente (en la raíz) para que en las noticias se hable de una "huelga de deberes" promovida por los padres (!?). "¡Huelga de deberes a instancia de los padres!", me repito boquiabierto. No es que en cierto curso de determinado centro algunos padres hayan ido a hablar con el tutor para ver si afloja un poco, no es eso. Es que un grupo que dice representarnos a los padres -a mí nadie me ha preguntado, desde luego- se moviliza para que colectivamente sus hijos ignoren los deberes que los profesores les pongan. ¡Chúpate esa!

Si Hegel tenía razón, sólo espero que llegue pronto la síntesis conciliadora, porque entre la tesis inicial y la antítesis actual aquí el personal lleva una empanada mental con sobredosis de colesterol que nos va a provocar una artesiosclerosis social. El último que apague la luz.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Otro premio Nobel de literatura: Henri Berson; ¡filósofo!



Ahora que Bob Dylan ha puesto tan de moda el Nobel de literatura es un buen momento para hablar de un filósofo que también lo obtuvo. Me refiero a Henri Bergson, toda una joya que viene a nuestra isla de náufragos.

¡Bienvenidos!

martes, 1 de noviembre de 2016

A propósito de Halloween



Halloween sí. Halloween no. Moda extranjera. Diversión con raíces. Daré mi opinión, ya que nadie me la pide.

Desde pequeño me ha inquietado la cuestión de la muerte. No “la Parca”, “la señora de la guadaña”, “la Catrina” o cualquier otra encarnación fantástica de un ser amenazante, sino mi muerte concreta, real e inexorable, y, por ende, la de mis seres queridos. La sombra de la aniquilación personal en definitiva.

No fue casualidad que mi tesis doctoral versase sobre ese tema. Ni lo es la inquietante afinidad que siento por muchos, ¡muchos! de los textos de Unamuno.

Por eso la trivialización de una realidad tan grave, en la cual nos jugamos el ser o no ser, el sentido mismo de nuestra existencia, el abismo insondable de Dios (o el sin-dios), me despierta un rechazo instintivo.

Se viste con un carácter festivo e inocente, mas lejos de consolarme me resulta patético.

Entiendo que la intención de los padres, y todavía más de los niños, es meramente lúdica, pero la excusa que se toma para ello me parece, en el mejor de los casos, inapropiada. Comprendo que la mayor parte de la gente no lo ve así, de ahí la invasión de disfraces y niños zombi pidiendo golosinas, muchos de ellos acompañados por sus progenitores con igual aspecto; no prejuzgo sus buenas intenciones, mas en cualquier caso ya he advertido que iba a dar mi opinión y es lo que hago.

Compartiré una anécdota. Cuando eran más pequeñas, mis hijas acudían a una asociación que organizaba actividades infantiles. Coincidiendo con Todos los Santos y en sintonía con los tiempos, disfrazaron y maquillaron a los niños de Halloween. A la menor de mis hijas la fotografiaron junto a otros niños de su edad, incluyendo dicha foto en el calendario del año siguiente. Pues bien, no conservo el calendario ni, desde luego, la fotografía. La imagen me pareció espantosa, aterradora, pero no porque transmitiera un simpático trato o susto, sino por contemplar a un grupo de niños con aspecto de muertos corrompidos. Las cuencas de los ojos negras, la tez nívea, marcas de heridas; cuando la infancia es un canto a la vida, a la belleza, a la esperanza, a la luz.


Unamuno, que tras apoyar el advenimiento de la República renegó de ella por la deriva que tomó, acabó enfrentándose también al bando que hasta entonces había apoyado entre otras cosas por haberse proferido el grito de viva la muerte en su presencia. Recogeré sus palabras:
“Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente”.

Don Miguel, no vea cómo le entiendo, y aunque es posible que nadie más lo haga, sé que usted a mí también. Y, don Miguel, hablando de muertos, tomo prestados aquellos versos de Quevedo que tan al caso vienen:

“Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos”.