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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO
domingo, 10 de octubre de 2010
De la "ciencia al servicio del hombre" al "hombre al servicio de la ciencia"
Un hombre sonriente agita rítmicamente a una niña desnuda; la alza sobre su cabeza para a continuación estirar los brazos hacia adelante como si la fuera a empujar con fuerza en un columpio imaginario. El hombre, ataviado con una bata blanca, repite una y otra vez la acción mientras la niña llora y grita desesperada mostrando en su rostro la expresión más acabada del terror.
En la siguiente escena el mismo individuo encoge y estira vigorosamente el cuerpo de la niña, que tendrá unos dos añitos, como si se tratara de un acordeón. Ahora la toma es más cercada y se aprecia con mayor nitidez la faz aterrorizada y dolorida de la pequeña.
Ella no sabe por qué le hacen eso. Ante una cámara, desnuda, vejada, le causan daño fríamente como si fuera un objeto inanimado. La criatura puede comprender lo que transmite una caricia, o un beso, o un grito en caso de obrar mal, pero aquel aquelarre cientifista y álgido le resulta ininteligiblemente dañino. Su torturador ni siquiera muestra ira, sino más bien una absoluta indiferencia hacia ella.
En realidad el médico siente que está realizando un acto científico. Pone su granito de arena en el progreso de la humanidad. De aquellos experimentos, que han llegado hasta nuestros días grabados por una cámara, cree que se obtendrán conocimientos que redundarán en el avance de la ciencia. La niña es judía, de modo que no posee la condición humana. Apenas no se trata más que de una cobaya antropomorfa.
Ahora la imagen es distinta. Un varón de cerca de setenta años está a punto de ser ahorcado. Luce una cuidada perilla y tiene las manos atadas por delante. Es el médico de un campo de concentración que ha sido condenado por los aliados. Entre otras prácticas, se ha dedicado a inocular la malaria a muchos presos del campo en el que “trabaja”. Se justifica diciendo que de todos modos iban a morir. Así, al menos, sus investigaciones podrían salvar otras vidas. Es considerado un criminal de guerra y ajusticiado.
Estas imágenes y otras similares se grabaron en Europa central en los años cuarenta y han sido retransmitidas por la 2 de TVE en la madrugada del nueve al diez de octubre, dentro del programa Documentos TV. Cuando escribo estas líneas todavía no me he acostado pues su impacto sobre mí ha sido demasiado grande.
Hoy ese horror frío, aséptico, inhumano, adquiere nuevas formas, aunque se nutra de los mismos principios. Se experimenta con embriones humanos vivos porque “total, ya están condenados”. Se los mantiene congelados a miles, a millones. Pero son sólo células con un “código genético humano completo”.
En España el PP aprobó una ley en 2003 que permitía experimentar con los embriones congelados, restringiendo su nueva “producción”. Entonces se calculaba que había unos 200.000 bebés “hibernados”. Una nueva reforma legal, impulsada por el PSOE en 2006 suprimía cualquier límite a su “producción”, con lo cual el número de embriones en las cámaras frigoríficas se ha disparado hasta cifras insospechadas.
Mengele, médico en Auschwitz apodado el ángel de la muerte, escribía excitado a un antiguo profesor contándole que por vez primera había contemplado un estómago funcionando en un hombre vivo. Es el éxtasis del científico bárbaro; el mismo de quien “fabrica” vida, la altera y la disecciona. Es la sublimación de averno, el hombre como rata de laboratorio o como ojo que se deleita en el vaciamiento de lo humano. Es la muerte del alma, el signo maldito de nuestro tiempo.
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Suscribo tu entrada. Además, ambos coincidimos hoy en el tema: La ciencia deja de ser ética cuando, en lugar de servir al hombre, lo amenaza.
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