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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 31 de julio de 2012

Criadores de infelicidad



Pinturas, 2 bolis, un cuaderno, un vaso, un rosario, el libro "Mi primera comunión", un cuaderno con un boli, un estuche. Esa es la lista de los regalos que recibí por mi primera comunión y que ahora he redescubierto al encontrar el diario de aquella jornada; un librito blanco con su tapa dura y sus oraciones e imágenes piadosas. Todos aquellos obsequios me parecieron magníficos.

Pienso en los regalos de la mayor parte de los cumpleaños a los que acuden mis hijas, o en los que les entregan a ellas mismas, y me da la impresión de estarme moviendo en otro orden de magnitud. ¿Quién regalaría hoy un vaso, o dos bolis, no ya en una comunión, sino en un sencillo cumpleaños infantil?

El banquete de la comunión lo celebramos en un restaurante chino. A él acudió, además de la familia, mi mejor amigo junto con sus dos hermanos, además de mi súper-vecina Cristina. Ella lo había celebrado el año anterior y el convite fue en su casa; de primer plato, una sopa que me supo como a Mafalda pero que me comí entera.

No soy un niño de la posguerra, ni he crecido en la marginalidad. Éramos una familia de lo más normal; con nuestro Seiscientos y las vacaciones en el pueblo de la familia paterna. He crecido en una época de relativa prosperidad, pero entonces la mayor parte de la gente tenía claro que los niños no tenían que tener colmados todos sus caprichos pues, de lo contrario, no sabría valorar las cosas. Creo que hace tiempo que hemos equivocado el camino. Estos ojitos que se tragará la tierra han contemplado a niños que no acaban de abrir todos los regalos pues antes de terminar de hacerlo ya están saturados; niños rodeados de regalos y aburridos; niños ingratos, impertinentes, indiferentes, carentes de estímulos por culpa de los excesos a los que los someten los adultos; niños en los que su primera comunión consiste única y exclusivamente en una recolección de regalos.

Señoras, señores, creo que va siendo hora de replantearse unas cuantas cosas si no queremos preparar un despotismo insatisfecho. Cualquier tiempo pasado no necesariamente fue mejor, pero el porvenir sí depende de nosotros.

viernes, 20 de julio de 2012

Buscando en el baúl de los recuerdos


Este verano he vuelto al pueblo paterno donde pasé los felices veranos de mi infancia. Ahora son mis hijas las que gozan del asilvestramiento que inspira aquel lugar. Y allí, donde en muchos sentidos el tiempo se ha detenido, he podido hojear la prensa que guardamos en casa, una auténtica hemeroteca de la "rabiosa actualidad" de décadas pretéritas. En un "Heraldo de Aragón" del tamaño de un cartel taurino he dado con una noticia fechada el 23 de abril de 1982 que recoge las declaraciones del entonces presidente del gobierno Leopoldo Calvo Sotelo: "No habrá medidas de excepción ni se negociará con ETA". Como se ve, el canto de sirenas viene de muy atrás. ¿Habremos aprendido algo en estos treinta años? Deberíamos. La situación ha cambiado en muchos sentidos, pero las tentaciones continúan ahí. "Apaciguamiento", se le llamaba en los años treinta.

En la misma noticia se dice que "Calvo-Sotelo y Rosón lamentan la escasa colaboración francesa"; en esto, afortunadamente, hemos mejorado mucho.

Está claro que el terrorismo es un elemento desestabilizador en cualquier sociedad. En el caso de España esto ha sido evidente, particularmente, como es lógico, en el País Vasco.

Ahora la serpiente ha cambiado de estrategia, ya que le han quitado los colmillos para inocular su veneno, ha decidido actuar por estrangulamiento. Hinchemos bien los pulmones, que el baile no ha hecho más que empezar.