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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

lunes, 29 de julio de 2013

El último encuentro



Cuando varias personas lectoras te ponen muy bien un libro, uno pierde seguridad en la crítica que puede hacer del mismo. Es lo que me pasa con “El último encuentro” de Sandor Márai. Todos los que lo han leído y me lo han recomendado están encantados con él, y sin embargo a mí… se me ha hecho cuesta arriba. Y eso que tampoco es muy largo (ciento ochenta y ocho páginas, para ser exactos).

Veamos, Henrik y Konrád  se conocen de niños en la Academia militar. El primero es viril y procede de una familia militar bien situada, mientras el otro, dotado de una gran sensibilidad musical, tiene una ascendencia humilde. Entre ellos se forjará una sólida amistad que se prolongará hasta la edad adulta en que acabará por romperse cuando se interponga entre ellos el amor por una mujer, Krisztina, casada con Henrik y amante de Konrád.

Alguien puede decir: “¡nos has chafado la novela!” Igual un poco, pero no demasiado, pues la mayor parte del libro consiste en una cena-reencuentro entre ambos hombres ya ancianos  en que Henrik  mete un monólogo interminable dándole vueltas y más vueltas a la madeja. Que sí, pensamientos sobre lo humano y lo divino pero al final para acabar por formular dos preguntas que, a mí como lector llegó un punto en que me traían al pairo.


Vamos, que al menos de momento, para mí el último encuentro es tal, pues me temo que tardaré un tiempo en coger un libro de Márai.

sábado, 20 de julio de 2013

Carta a la señorita Natalia Sanmartín



Querida señorita Natalia Sanmartín Fenollera:

¿Acaso cree usted que el sueño de un hombre no es un bien precioso? Disculpe que sea tan franco y directo desde el principio, pero me ha tenido usted leyendo su libro hasta las tres y media de la madrugada, y eso, para un hombre con dificultades de sueño y sumido en los calores del verano, no deja de ser una faena.
Cuando compré su libro nunca creí que el título anunciase mis desvelos: “El despertar de la señorita Prim”. De ser así, podía haber sido más clara y haberlo llamado: “El desvelo del señor Hidalgo”.
¿Cuánto tiempo hace que una novela no me había enganchado tanto? No le sabría decir. Lo que sí puedo afirmar es que ha sido una delicia. Me parece un libro que aúna inteligencia, atractivo, calidad, encanto, ritmo, que perfila de forma magistral a cada uno de los personajes que en él aparecen… vamos, una rara avis en el panorama actual. Y sepa que he elegido cuidadosa y conscientemente cada uno de los calificativos que he empleado, incluido el de “magistral”, porque lo es.
Con ese cierto punto de literatura inglesa decimonónica introduce con sagacidad un planteamiento de lo más actual, a la par que tremendamente polémico: la recuperación del Occidente cristiano (¿no es un epíteto?) frente a su díscola hija la modernidad. Dicho así suena muy rimbombante, casi casi colosal, pero lo hace de una forma admirable, pues prácticamente todo acaece en el día a día del pequeño pueblo de San Irineo de Arnois. Allí llegará Prudencia Prim atendiendo a una oferta de empleo como bibliotecaria. Su vida dará un giro inesperado cuando empiece a tratar a los singulares habitantes de aquella villa; en particular gracias al atractivo “hombre del sillón”.
La cortesía como manifestación primordial del respeto; el cristianismo como pilar civilizador, y la búsqueda de la verdad, la belleza y el amor como guía de una existencia feliz y auténtica son el telón de fondo de una historia humana de lo más entrañable.
Y luego están los libros, por todas partes, en particular los clásicos. Vivificantes, sugerentes, fecundos, accesibles.
En fin, señorita Sanmartín, que me tiene usted desconcertado. ¿Una primera novela de esta calidad? ¿Una persona tan joven aportando visiones tan maduras sobre cuestiones perennes? ¿Alguien dedicado a la información económica escribiendo una obra subversiva de esta envergadura y con semejante sensibilidad?
Me ha convertido en un propagandista suyo pues, de momento, ya me he comprometido con mi hermana y algún que otro amigo a regalarle el libro. Creo que es una prueba de que no le guardo rencor por las horas robadas al sueño.
Sólo espero que siga escribiendo y que lo haga sin prisas ni concesiones, desde el corazón, tal como ha hecho en “El despertar de la señorita Prim”.
Le saluda agradecido su soñoliento lector.
Rafael Hidalgo

viernes, 12 de julio de 2013

¿Clásicos a la fuerza o a la fuerza clásicos?



Sebastián, autor del blog "El coleccionista de mundos", me pidió un escrito sobre la obligatoriedad de leer ciertos clásicos en el instituto. A petición suya, la versión para el citado blog es muy resumida. La completa es la que figura aquí:




Comienzo de curso. El profesor explica en qué va a consistir la asignatura ese año. No para. ¿Pero cuántos días creerá que tiene un curso? Lo peor está por llegar: “Los libros de lectura obligaría serán…”. Se disparan las sirenas. Las luces rojas parpadean. ¡Entramos en DEFCON 2!
“Tras la lectura habrá que hacer un trabajo en el que figure: análisis de…, estructura de…, composición de…, sintaxis…, empleo de…” ¡¿Todo eso?! ¿Pero hemos venido a estudiar literatura o a descuartizar un libro?
Y llega el día fatídico, solo, en tu cuarto, entre suspiros. Coges el libro con una mezcla de resignación y desprecio y dejas correr las hojas entre tus dedos. ¡Qué tocho! Quizá sólo sean cien páginas, ¡pero es un tocho! ¿No tendría otra cosa en que emplear el tiempo su autor? Entonces te entran unas ganas enormes de leerte cualquier libro del mundo menos ese. Ahora mismo te atrae más la guía telefónica que el “libro obligatorio”. Por fin, te resignas a la fatalidad y lees.
Contado así, todo parece indicar que “tener que” leer un libro clásico es algo horroroso, pero yo más bien creo lo contrario. Otra cosa es que hay muchas formas de “tener que”. No es lo mismo “tener que” comer veinte gramos de proteínas, ochenta de hidratos y doscientas kilocalorías, que tomar un plato de paella. Que sí, que hablamos de lo mismo, pero no, no es lo mismo.
Veamos, un clásico es una obra que permanece actual. De hecho, es más actual que el último best-seller. La novela oportunista suele nacer con fecha de caducidad y al poco tiempo se convierte en una antigualla estrafalaria sin el menor interés. Por contra, el clásico permanece con el vigor de lo intemporal. Los clásicos penetran el alma de las cosas y, sobre todo, de la vida. Indagan en aquello realmente importante, donde nos jugamos el todo por el todo: la muerte, el amor, el dolor, el sentido de la existencia, la belleza, el temor, la verdad, la justicia, la amistad… y lo hacen con tal acierto y originalidad que marcan un antes y un después.
Lo que sucede es que te pueden introducir a un clásico de muchas maneras, por ejemplo, dándote un bisturí y una mascarilla y diciéndote: “Mira, ahí tienes el cadáver. Esta es su ficha policial. Ahora, ¡hazle la autopsia!”. Este modo es horroroso, claro está; además, es una estafa, la antítesis de un “clásico”. En vez de presentarte a alguien deslumbrante, vital y entusiasmante te ofrecen un muerto en descomposición.
Pero hay otra forma, a saber, dando las pistas que nos ayuden a indagar en sus inagotables misterios. No queremos que nos chafen la historia, sino que nos ayuden a comprenderla, a mirar, que despierten nuestra curiosidad, que nos hagan adivinar que adentrándonos en esas páginas podemos vivir una aventura sin igual, que hay mil matices, planos inagotables, irrepetibles, extraordinarios. Es básicamente lo que hace “El coleccionista de mundos” con sus reseñas, aunque en este caso ponga la atención en todo tipo de obras. ¿Será por eso que estoy tan enganchado a este blog?


miércoles, 3 de julio de 2013

Una mala noche en una mala posada



Decía Santa Teresa de Jesús que la vida es una mala noche en una mala posada. Lo que pasa es que una mala noche suele hacerse muuuuuy larga.