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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 19 de marzo de 2019

Cuando la opinión pública es la opinión dada




Decía Ortega y Gasset que la política debía tener un carácter educador. Cierto es. La cuestión es que nuestro modo de entender la política determina la noción de educación que tenemos, y viceversa. 

A juzgar por lo que escribe Rousseau en su Émile, se diría que nuestra política es hija del sistema educativo que planteaba: "Que [el alumno] crea siempre ser el maestro, y lo seáis siempre vosotros. No existe ninguna sujeción tan perfecta como la que mantiene la apariencia de libertad; la propia voluntad queda así cautiva. (...) Sin duda [el niño] sólo debe hacer lo que quiere; pero no debe querer sino lo que queráis que haga; no debe dar un paso que no hayáis previsto; no debe abrir la boca sin que sepáis lo que va a decir".

Vivimos en la proclamación permanente de libertades y derechos... siempre y cuando sigan fielmente la agenda de determinados poderes políticos y grupos directivos de presión, lo demás: se lincha.

viernes, 8 de marzo de 2019

A distinguir me paro las voces de los ecos




"A distinguir me paro las voces de los ecos", estrofaba Antonio Machado.

Últimamente sólo me llegan coros, balidos que se repiten unos a otros, gregariamente, con ese entusiasmo de quien se muestra desdeñoso con la verdad porque paladea la impresión de poder que otorga sumergirse en el discurso dominante. Los lugares comunes invaden la prensa, la radio, las redes sociales, los eslóganes publicitarios. No hay ideas propias... ni se desean.

Día de esto, día de aquello, identidades que me ponen a salvo de la responsabilidad proclamando derechos sin contrapartidas, sin exigencia propia, sin respeto por la realidad que se presenta ante quien la quiera mirar con un mínimo interés.

¿Y nos sorprendemos del triunfo de los movimientos de masas, del nazismo, del comunismo, de los fanatismos islámicos, del doble rasero que por un mismo acto convierte en héroe o villano a alguien según sea o no de los míos? ¡Pero si vivimos en un continuo estado de masas, de poder disfrazado de rebeldía!

"¡Qué solos se quedan los muertos!", cantaba Bécquer. Y Ortega le respondía: "¡Como si fuera el muerto quien se queda solo de los vivientes, cuando el que se queda solo del muerto es precisamente el que se queda, el que sigue viviendo".

A veces me siento solo, rodeado de muertos, de oquedades que se limitan a reverberar los sonidos que reciben, actores que se aferran a un papel porque aborrecen la vaciedad de sus auténtica vidas.

"A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una..."




domingo, 3 de marzo de 2019

Gigantes, cabezudos... y reaccionarios



Somos los aragoneses gigantes y cabezudos, dice la zarzuela. Yo añadiría: "y reaccionarios". Y no digo esto con ánimo ofensivo, sino descriptivo. Hay que reconocer que incluso un mal puede tener como contraindicación algún bien, quizá la capacidad aglutinante, cierta estabilidad, qué sé yo.

Recuerdo que cuando llegó la actual democracia surgió un nuevo partido político llamado PAR por el cual mi padre, en aquellos días, sentía alguna simpatía. PAR eran las siglas del Partido Aragonés Regionalista, más tarde se reconvertiría en Partido Aragonés y, con el tiempo, en una agencia de colocación.

Aquella fuerza naciente se presentaba como defensora de los intereses de Aragón en el marco de la Nación española. Por aquel entonces a nadie se le habría pasado por la cabeza hablar de nacionalismo en Aragón. Todavía hoy suena a "moderno de pueblo", al menos a mí, pero siempre he sido un poco raro, supongo.

El PAR básicamente se apoyaba en una idea motor: si en el nuevo marco político no contamos con una fuerza que defienda nuestros intereses estaremos al albur de quienes sí tienen representados los suyos. Aquello ya tenía un punto de reacción, todo lo comprensible que se quiera, pero reacción.

No obstante hacía falta algo más, tangibilizar ese ideario, hacerlo palpable, y ello se consiguió mediante la oposición al trasvase del Ebro que, por aquel entonces amenazaba con producirse en Cataluña. Aquello implicaba que el agua pasaría por delante de nuestras narices pero no se podría destinar a redimir las áridas tierras del Valle del Ebro.

El trasvase no se llevó a cabo, así que cesaron las movilizaciones y con ellas cualquier urgencia de hacer un plan hidrológico ambicioso para Aragón. Con el tiempo reapareció el peligro, a veces desde Cataluña, otras desde el Levante o Murcia, con igual respuesta por parte del grueso de la sociedad aragonesa: movilizaciones para detenerlo y falta de iniciativa una vez conseguido.

Al final, tristemente, hay que reconocer que los hechos han ido dando la razón a quienes nos acusaban de actuar como el perro del hortelano. ¿Por maldad? No, desde luego. Más bien por falta de nervio, de impulso propio, de aspiraciones.

Y así ha sucedido con tantas cosas. Véase la pasión despertada con los bienes del Monasterio de Sigena, reclamados a Cataluña, con razones legítimas, pero que fueron ignorados durante décadas, también por Cataluña.

Ahora acuden a contemplarlos riadas de personas que ignoran el grueso de nuestro patrimonio, que pasan de largo ante La Seo, el Museo Provincial, el Diocesano, la catedral de Tarazona o tantos otros monumentos infinitamente mejor conservados que el monasterio de Sigena.

Y ello para desgracia de las monjas que pueblan este monasterio medieval, último en Aragón que cumple la función para la que fue creado.

Ahora se ha convertido en codiciada pieza de las fuerzas políticas que saben manejar el espíritu reaccionario de un pueblo. Las religiosas se acabarán marchando; qué remedio, cuando tu casa se transforma en un escaparate deja de ser un hogar. Eso sí, perdida la tensión reactiva, también desaparecerá el interés por Sigena. Es el precio que paga un pueblo incapaz de originalidad, de unirse para algo distinto a oponerse.

Un temor me invade: ¿no compartiremos este mal con otras partes de España?