Según informa la prensa, el ministro principal de Gibraltar ha decidido suspender unilateralmente las dos reuniones que tenían concertadas con España y el Reino Unido en el marco del Foro Tripartito de Diálogo sobre el Peñón. Además, el señor Caruana exige que se trate la territorialidad de las aguas que rodean la colonia británica.
Lo cierto es que fue el actual presidente español, junto con su ínclito ministro de asuntos exteriores, quien aceptó la creación de dicho Foro Tripartito, a lo cual se habían venido negando todos los gobiernos españoles anteriores de cualquier signo. Ahora el representante de la colonia tiene el mismo peso que la nación colonizadora (que naturalmente está encantada de la vida) y la nación colonizada.
Por buscar una analogía, es como si en una comunidad un piso ha sido usurpado por un okupa, que para más inri es el hijo del Administrador, y al intruso de marras se le da un estatus especial no ya para que participe en la junta de la comunidad de propietarios, sino en las reuniones entre el Administrador y el Presidente y además en igualdad de condiciones.
No sé si cuando España trate con otros países la producción de naranjas, por poner un ejemplo, también acudirán a negociar en estatus de igualdad los alcaldes de Valencia, Castellón, Murcia, etc. Pues se ven afectados por esta cuestión directamente y sus localidades tienen bastante más de los 28.800 habitantes que habitan el Peñón.
El señor Caruana además está preocupado porque los contrabandistas y traficantes que aprovechan la impunidad de la que gozan en la colonia y que le dejan buenas divisas han sufrido incomodos por parte de las patrulleras de la Guardia Civil. Y claro, eso no se puede tolerar. El okupa organiza en el piso el día del porro y el blanqueo de capitales, y los vecinos ponen pegas a los traficantes cuando pasan por la escalera. Así que el okupa además de boicotear las reuniones con su papá el Administrador y con el presidente de la comunidad, decide reivindicar para sí el rellano íntegro (a sus vecinos de piso les pueden dar sopas con honda) y de paso, un buen trecho de la escalera.
Es un paso más en la cadena de despropósitos que se dan como consecuencia de que en pleno siglo XXI siga existiendo una colonia en plena Europa.
A continuación voy a mostrar un capítulo de un libro todavía inédito, que he titulado Julián Marías. Retrato de un filósofo enamorado. Dicho capítulo se titula ¡Malvinas argentinas! y dice lo siguiente:
A principios de abril de 1982 tropas argentinas ocuparon el archipiélago de las Malvinas. Sometidas a la soberanía británica, estaban custodiadas por una pequeña guarnición, lo cual posibilitó que la toma no revistiera un carácter cruento.
En aquellos momentos el gobierno de Margaret Thatcher se encontraba con una popularidad bajo mínimos debido a la fuerte contestación social que habían tenido muchas de sus reformas. El conflicto atlántico desvió la atención de la opinión pública y alimentó el patriotismo popular, lo cual fue aprovechado por la primera ministra para emprender una política de exaltación nacional encaminada a imponer la hegemonía británica a cualquier precio.
Lo cierto es que, como ha reconocido el historiador francés Pierre Razoux (quien ha trabajado para la Secretaría de Defensa británica), “cuando comenzó el conflicto la mayoría de los británicos ni siquiera podía ubicar las islas en un mapa, mientras que para los argentinos las Malvinas eran una convicción nacional.” (Razoux, La guerre des Malouines, 2002)
Las Malvinas habían sido tomadas por el capitán Onslow en 1833 aprovechando la interna debilidad de la joven república Argentina, ésta se había independizado de España pocos años antes. Los británicos expulsaron a la población argentina y a su gobernador e izaron la bandera de la Unión. Desde entonces la Argentina no dejo de reclamar la devolución de las islas, sin conseguir absolutamente nada.
La toma del archipiélago en 1982 restituía el territorio al país hispánico, pero situaba al mundo occidental en una situación incómoda. Dos países aliados de EEUU y opuestos al bloque soviético se veían enfrentados por una disputa territorial nacida en la primera mitad del siglo XIX.
Pese a lo precario de la situación, Margaret Thatcher se negó a hacer ninguna concesión, puso en marcha una campaña diplomática de primer orden y mandó a su marina para recuperar militarmente las islas. En poco tiempo la mayor parte de los apoyos se decantaron por el más fuerte, de modo que incluso los EEUU, que formaban parte del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), rompieron su neutralidad inicial para acabar por respaldar a Gran Bretaña.
Después de una guerra de poco más de dos meses, el Reino Unido volvería a controlar completamente aquel territorio poblado por 1.830 habitantes. Leopoldo Galtieri, que presidía la junta militar argentina, dimitió, desencadenándose un proceso de cambio político que derivaría en una democracia.
El coste humano de aquella “gesta”: 746 argentinos y 265 británicos muertos, además de más de 2.000 heridos de ambos bandos y una cuantiosa destrucción de material militar. Al acabar la guerra Gran Bretaña construyó una nueva base con 1.500 soldados (en 1982 eran 100), y su coste de mantenimiento en 2002 se estimaba en 120 millones de dólares anuales.
Pero lo que aquí nos interesa es conocer la actitud de don Julián Marías ante aquel conflicto, porque ciertamente fue uno de los escasísimo intelectuales que ni se ocultó, ni se plegó a un entreguismo claudicante. Muy al contrario, mantuvo una postura coherente, justa y cargada de un ponderado patriotismo hispánico.
Lo primero que despertó en Marías aquella guerra fue un sentimiento de estupor e indignación por lo que estaba pasando. “Este título que acabo de escribir, «La guerra anglo-argentina», a mí mismo me produce asombro. ¿Por qué? Porque es enteramente absurdo, porque a nadie se le hubiera ocurrido la posibilidad de que hubiese una guerra entre Gran Bretaña y la República Argentina.” (Hispanoamérica, 267)
Ciertamente, se trataba de dos países anticomunistas, en distintos continentes y latitudes, a más de 10.000 kilómetros de distancia y con un océano de por medio.
En sus escritos Marías subraya su admiración por el Reino Unido. Reconoce la grandeza del Imperio Británico, aun con los errores y excesos que pudiera haber conllevado su constitución y sostenimiento, pero a su vez recuerda que dicho imperio fue desmantelado no sólo por un imperativo de los nuevos tiempos, sino también porque la propia Gran Bretaña se había abandonado a un afán de seguridad y comodidad. Sin embargo, señala dos excepciones a este repliegue: las Malvinas y Gibraltar; ambas colonias mantenidas en países hispánicos con incomprensible obstinación. Marías indica que desaparecido el imperio ya no cumplen ninguna función de seguridad. Se trata de una mera autoafirmación que no deja de representar “una herida, un agravio a dos grandes países civilizados, occidentales, amigos de Gran Bretaña.” (Ibídem, 262) Además, repudiaba el uso desmedido de la violencia por parte británica.
“Ahora otro golpe de sorpresa de las fuerzas militares argentinas, sin un solo herido británico, ha vuelto a poner las islas bajo la autoridad de Buenos Aires. Tengo extraordinaria repugnancia al uso de la violencia, por limitada que sea, y encuentro dudosa la oportunidad de esa ocupación, aunque comprendo muy bien que la paciencia tenga límites, y que 149 años de reclamaciones desoídas sistemáticamente pueden agotarla. (...)
¿Qué ha ocurrido después? La Gran Bretaña se ha lanzado sin más al uso de la violencia extrema, multiplicando por diez mil la que contra ella se había ejercido. Siempre he tenido una profunda admiración por Inglaterra, país en tantas cosas egregio (...); pero tengo que confesar mi profunda decepción en estos momentos. Es penoso ver a una grande e ilustre nación sin contención ni mesura, con bravatas extemporáneas, con expresiones de desprecio histórico (o tal vez étnico), hablando despectivamente de «the Argies» hundidos en el mar por un ataque británico realizado fuera de los límites señalados por la propia potencia que lo ejecuta. Es todavía más penoso advertir una mal disimulada avidez de hacer sangre, de llegar a lo irreparable, de compensar en una ocasión que parece poco peligrosa heridas en el orgullo nacional que se habían soportado cuando detrás de los agraviantes se alzaba la confusa amenaza del único enemigo verdaderamente temido: la Unión Soviética. Una decepción más ha sido la de ver que la Comunidad Económica Europea, tan reticente para apoyar a los Estados Unidos cuando el monstruoso secuestro de su embajada en el Irán, se ha apresurado a tomar contra la Argentina, sin examen de sus razones, las sanciones que entonces se negó a adoptar. Y puede agregarse una decepción más: la de la N.A.T.O. (...), tomar partido a favor de la Gran Bretaña a propósito de una pequeña colonia –cuando la descolonización es imperativa según los tratados internacionales- obtenida por la fuerza y situada en el extremo del Atlántico Sur, lejos de la zona de su competencia.
¿Será esto solamente? Es bien conocida mi admiración por los Estados Unidos (...) Pero ahora tengo que reconocer mi decepción. Después de haber hecho un admirable esfuerzo para salvar la paz, cuando parecía que los Estados Unidos intentaban mantener su doble vinculación (...), al romperse abiertamente las hostilidades han tomado partido por Inglaterra, con olvido: de la justificación histórica; de la perenne oposición al colonialismo; de la solidaridad con los pueblos americanos.” (Ibídem, 269-270)
Julián Marías también se lamentaba de la tibieza de las autoridades españolas. Hay que señalar que sufriendo un proceso colonizador similar con el caso de Gibraltar (ambas colonias forman parte de la lista de territorios no autónomos supervisados por el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas) el representante español en el Consejo de Seguridad de la ONU votó en blanco a la resolución que pedía la retirada argentina del archipiélago.
En aquellos momentos se esgrimió en contra de la Argentina el hecho de que estuviese regida por una dictadura. Lo cierto es que Margaret Thatcher declaró que con el tiempo aquellas islas alcanzarían la independencia (Marías recordaría que su población, 1.800 habitantes, era menor que la de un moderno edificio); además la gobernante británica afirmó que nunca se cederían a la Argentina. Es decir, que el régimen político era indiferente y la vía diplomática había sido desde el principio una farsa.
Hemos hecho referencia a la democratización de la Argentina desde poco después de aquella guerra. Pues bien, desde entonces el Reino Unido no sólo no ha accedido a hacer concesión territorial alguna, sino que ha incrementado sus reivindicaciones territoriales marítimas. Además, ha querido imponer un representante malvino en las negociaciones anglo-argentinas, con la pretensión de que tuviese el mismo peso que un estado soberano como la Argentina. Asimismo ha concediendo a los escasísimos habitantes de las islas (de origen exclusivamente británico) la facultad de decidir sobre el futuro de dicho territorio; cosa que no hizo, por ejemplo, con los habitantes de Hong Kong, principalmente de origen chino y que en su mayor parte se oponían a integrarse en una China sometida a la dictadura comunista más grande del planeta.
No podemos evitar mencionar la penosa claudicación del gobierno español en la cuestión colonial, ya que a finales de 2004 accedió a la creación del Foro Tripartito de Diálogo sobre Gibraltar, concediendo al representante gibraltareño el mismo estatus que a España. Aunque todavía produce mayor estupor un hecho como el de la apertura del Instituto Cervantes en el Peñón en 2009. Se trata de una institución dependiente del Gobierno cuya misión es la difusión de la cultura y el idioma español ¡en el extranjero!
Pero volviendo a Julián Marías. Hay que decir que el tiempo le ha dado la razón. La no devolución de las Malvinas a la soberanía argentina nada ha tenido que ver con el régimen político del país sudamericano. El recurso a la fuerza por parte del gobierno argentino fue inadecuado; la respuesta británica, desproporcionada y salvaje (posteriormente se ha sabido que llegaron al extremo de enviar armamento nuclear). Además, se puso en evidencia la falta de cohesión real de los países hispánicos, así como el escaso peso mediático de los mismos frente a una cultura anglosajona dominante.
Una vez más la voz del filósofo resonó prácticamente solitaria en el panorama intelectual. Incluso algunas personalidades argentinas del mundo de la cultura fueron incapaces de comprender las verdaderas dimensiones de lo acaecido, quedando atrapadas en una autocrítica acomplejada y sin matices.
Julián Marías, permaneció fiel. Fiel a la verdad y a la justicia, fiel al proyecto hispánico y al núcleo auténtico de la vocación europea, y fiel a la Argentina de su corazón que un día lo cautivó con un amor al que no renunció jamás.
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