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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 23 de diciembre de 2010

¡Feliz Navidad!


El clan familiar al que pertenezco os desea una Feliz Navidad.

Dado el buen hacer de mi sobrina Pilar en su papel de Virgen María, para la felicitación repetimos a la intérprete acompañada de un niño Jesús menos expuesto (al menos en intensidad) a la fuerza gravitatoria que el anterior.

Aprovecho para felicitar a Pilar y a todas sus compañeras de "coro" por haber ganado el Concurso de Villancicos Ciudad de Zaragoza. Hay arte, hay salero, hay saber estar, y ay, ay, ay, que las enredadoras de sus primas (es decir, mis hijas) al final se tuvieron que subir también al escenario porque tienen que meterse en todos los ajos.

¡Hasta el 2011, blogueros!

PD. Por si alguno anda sobrado de tiempo estos días, en su momento colgué un relato navideño dedicado a mis dos sobrinas más pequeñas (aunque son las inspiradoras, se cambian algunos datos, porque no deja de ser un cuento de ficción). Quien desee leerlo puede hacerlo pinchando AQUÍ.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Carta al niño Dios


Señor, no entiendo nada.

Cuántas veces te he pedido que me hablaras, que dieras respuesta a mis preguntas. Cuántas veces te he dicho que si no te oía con los sentidos no tendría seguridad en tus palabras. Y ahora te presentas así, balbuceando, llorando, gimiendo... ¡hasta te haces pipí encima! ¿Quién eres?

Te imploré justicia. El mundo está mal, muy mal. Los poderosos dictan las leyes a su conveniencia y tiranizan a los débiles. Creí que tu mano poderosa los derribaría. Pero tú acabas siendo el perseguido, el exiliado que huye a una tierra extranjera para que no lo maten. ¿Qué justicia es esta?

Han asesinado a muchos niños por tu causa. Tus padres eran pobres y ahora han tenido que dejar atrás lo poco que tenían. ¿Por qué obras así?

Desde los albores de la humanidad los sabios han estudiado quién eras. Yo mismo, ignorante, indagaba, buscaba, reflexionaba, te llamaba. Pero anuncias tu venida a un grupo de pastores ignorantes, rudos, que no saben leer ni escribir, que hablan un extraño dialecto apenas inteligible, en una tierra deslucida, marginal. ¡Y lo haces de noche! No entiendo nada. ¿Te burlas de nosotros? El Dios vivo, esperanza del mundo, yace en un pesebre para ser adorado por unos hombres malolientes plagados de pulgas. Parece una bufonada sacrílega.

Te pedía que me quisieras; sentir tu amor, saberme protegido. Y te presentas ante mí como un niño menesteroso, necesitado de cariño. ¿Tú? ¡Era yo quien lo demandaba! ¿Cómo vas a atender a mis necesidades si no te vales en nada? ¿Cómo salvarás al mundo así, desnudo, perseguido, pobre?

¿Hiciste los astros, los mares, la vida, y no te tienes en pie? ¿Eres el Logos que estaba en el principio y no sabes articular una palabra? ¿Qué clase de Dios eres?

Eres pregunta y eres respuesta. Eres camino y eres meta. Eres misterio y eres presencia. Eres incómodo y el único que reconforta. ¿Quién eres, niño? Dime quién eres.

lunes, 20 de diciembre de 2010

¿A quién esperas estas navidades?


Este breve relato me lo publicaron en la revista Atresvete en diciembre de 2008. He introducido alguna pequeña corrección de estilo:


"Elías atizó la lumbre. Pronto llegaría un cliente muy especial y no era cosa de que la estancia estuviese fría. Acurrucado frente a la chimenea dejó volar sus pensamientos al compás del crepitar de la hoguera.

Por fin un poco de buena suerte, se dijo. Tantos años rezando porque las cosas le fueran bien y cuando todo parecía perdido, el edicto de Augusto le había caído como llovido del cielo. No sólo se había llenado la posada sino que, para colmo, se iba a hospedar el más importante proveedor de caballos del rey Herodes. ¡Increíble fortuna!

Belén ya no era lo que antiguamente. Mucha gente había emigrado y la que quedaba era pobre de solemnidad. Si Elías y su esposa subsistían era gracias a las ovejas que tenían en propiedad, pero su explotación tampoco representaba un gran negocio; entre otras cosas porque los insufribles pastores eran gente aprovechada y siempre que moría alguna res decían que era de Elías y no una de las de ellos. Tampoco valía la pena discutir; con ese extraño dialecto que hablaban no había manera de sacar nada en claro.

Toc, toc.

- ¿Llaman a la puerta? –gritó Sara desde el dormitorio.

- Ya lo he oído. Pero estate tranquila.

Elías se levantó para abrir. Su mujer tenía ciática y con el embarazo apenas se podía mover de la cama. Convenía que reservase sus fuerzas hasta el último momento.

Probablemente sería Rajab, su inquilino “especial”. Sin perder un momento, se dirigió a grandes zancadas hacia la entrada.

Con contenida excitación abrió la puerta. Pero la sonrisa se le desdibujó apenas vio ante sí a un ojeroso peregrino paupérrimamente ataviado.

- La paz contigo, posadero. Por amor de Dios, necesitamos hospedaje. Mi esposa está en cinta y ha comenzado a sufrir algunas contracciones. Llevamos todo el día viajando y…

Elías no se molestó en mirar a la mujer que, montada en un asno, aguardaba a su marido. Las encallecidas manos de aquel hombre lo decían todo: pobreza, vil pobreza.

- Está completo- atajó sin dejarlo acabar. Y cerró la puerta a su espalda.

- ¿Quién era? –preguntó su esposa lejanamente.

- Nadie. Ya te avisaré cuando venga.

Avivó de nuevo el fuego y echó otro leño. Una mueca de satisfacción le asomó en los labios. Sí, Yahvé había oído sus plegarias. “Mi Señor, ¡permite a tu siervo acoger a alguien importante!”, le había suplicado una y mil veces. Y ahora al fin iba a hospedar a toda una personalidad. Quién sabe si podría llegar a oídos del propio Herodes su buena acogida. ¿Por qué no? Estas cosas nunca se saben. A lo mejor el rey mandaba para allá a alguno de sus hombres antes de lo que cabía esperar; seguro que para entonces ya habría nacido su primogénito..."

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuarenta niños y un dragón



Mis ojos se pasean por el público más selecto que quepa imaginar. Son cuarenta liliputienses de tres años atentos a cada uno de mis gestos.

Se trata de una iniciativa del colegio por la cual cada tarde del viernes acude algún padre a contar un cuento a los más pequeños. Esta vez me ha tocado a mí.

Mi hija menor sonríe orgullosa; yo no lo estoy menos, pues para mí es todo un honor. La historia la he escrito pensando especialmente en ellos. Se titula: “Crispín y el Dragón Agamenón”.

Con el objeto de ilustrarla mejor, me he llevado unos muñecos de “todo a 100” que son bien chulos; de modo que la narración se convierte desde el primer instante en una representación.

Crispín es un pastor, pero tiene miedo a los perros, a los lobos, a los osos... Agamenón es un gran dragón, pero aunque bondadoso y herbívoro, su feroz aspecto le impide tener amigos...

Inmerso en la tensión dramática de la obra, hago revolotear al verde Agamenón sobre las cabezas del auditorio. Enseguida se desata el caos. Los niños saltan queriendo atrapar al reptil, y aunque trato de parapetarme tras el “escenario”, no se apaciguan y terminan por sitiarme. La revolución ha prendido rápidamente y las fuerzas antidisturbios, encarnadas en la profesora Conchita, entran en acción para tratar de restablecer el orden.

Dudo, cavilo, titubeo. Sí, soy un padre, pero me va la marcha, para qué nos vamos a engañar. Encabezando a los amotinados, alzaría el dragón bien alto y al grito de “¡al comedor!” acudiría con la horda pigmea para hacernos con un botín de natillas, flanes, o lo que quiera que haya en la despensa de un colegio. Pero una inhibición freudiana me refrena y me pliego al dios Apolo, ahogando los pálpitos dionisiacos.

Triunfa la ley y la función prosigue. El público ríe con el dragón, alerta con chillidos a Crispín del ataque de los bandidos, y aplaude generoso al intérprete cuando acaba la función.

Como colofón, Agamenón reparte con mi ayuda unos huevecillos Kinder que son celebrados por los asistentes.

También yo recibo un premio, pues mi enérgico retoño me hace entrega de un diploma “al mejor cuentacuentos”. Mientras riego el suelo con mis babas, me alegro de no haber liderado el motín y acabado en un reformatorio para parvulitos.

Está claro, mi mejor título no lo firma el Rey, ni algún ministro o rector. Mi mejor título me lo dedica mi hija “y sus compañeros de clase”.

¡Gracias a todos ellos por su generosidad!

PD. Si alguien tiene la santa moral de leerse el cuento, puede hacerlo pinchando AQUÍ.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Reflexiones en torno a un trozo de papel higiénico


Apilados, los platos aguardan su turno mientras con el estropajo los voy enjabonando uno tras otro. Es de noche. Estoy solo en la cocina. Son mis quince minutos de paz. ¡Santa paz!

En Radio Nacional están informando sobre las elecciones catalanas que se han celebrado ese mismo día. Los colegios electorales han cerrado unos minutos antes y conectan en directo con uno de ellos. No debe ser muy grande, pues ya han hecho el recuento. El periodista de campo informa sobre el resultado en dicho colegio. Como anécdota, señala que ha habido dos votos nulos. El presentador, desde el estudio, se interesa por la razón de dicha invalidación.

- En uno han escrito algo en la papeleta, y en el otro sobre han metido un trozo de papel higiénico.

- Esto último no merece ni un comentario- ataja el locutor con tono de indignación.

Sin embargo ese hecho que “no merece comentario” a mí me da qué pensar. Y me viene a la cabeza lo que ha sido la última campaña electoral: una candidata presentándose envuelta en una toalla con un fondo de gemidos y un anuncio titulado “el video porno de...”; otro partido (nada marginal) mostrando el orgasmo que produce a una chica votarles; ha habido quien ha creído más convincente sacar un mapa andante de España robándole la cartera a un catalán; o los que han optado por colgar en su página Web un videojuego que eliminaba inmigrantes indocumentados desde una gaviota. Y si nos referimos a los mítines, hay alguna perla como la de ver a todo un presidente de gobierno haciendo un comentario burlón sobre el Papa, con quien se había entrevistado apenas unos días antes....

Todas estas cuestiones sobre las que me ahorro los calificativos, sí han merecido comentarios, cientos de comentarios en forma de artículos, titulares, portadas, tertulias en radio y televisión. ¿Acaso no era lo que buscaban?

Ahora, a través de la radio, escucho las primeras declaraciones de los portavoces políticos. Han hecho recuento del botín de votos y empiezan a hablar con seriedad, serenidad y solemnidad. “Podrían haberlo hecho antes”, me digo; “a lo mejor así, quien pidió más “higiene” con un pedazo de papel de baño habría votado algo distinto”.

Apago el transistor y continúo lavando platos. Eran mis quince minutos de paz y me gustaría disfrutar del silencio durante el poco tiempo que me queda. Los últimos días ha habido demasiado ruido.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El día que un ángel se coló en nuestra familia


Dadas las simpatías que ha despertado mi sobrina Carmen, me animo a escribir una pequeña crónica de sus hazañas y gestas:

Érase un matrimonio con ocho hijos que vivía entre la anarquía y la providencia. Podríamos decir que era una familia anarcocatólica.

Los esposos habían cruzado el umbral de los 45, y a la par que se alegraban de ver crecer a sus vástagos, sentían cierta melancolía al darse cuenta de que nunca más tendrían un bebé en casa.

Dios, que los quería mucho, percibiendo su añoranza, decidió darles un regalo muy especial: haría un ángel para ellos. De este modo siempre los acompañaría una criatura con la inocencia de un niño y un único afán: amar. Un ser así vive sin preocupación alguna con la felicidad del auténtico menesteroso. Para que no cupiera duda de que era un ángel, Dios le imprimió su señal en el cromosoma 21. (Es lo que hace con todos los ángeles que manda a las familias especiales. La pena es que los espectros de las tinieblas lo saben y han arrastrado a los hombres a procurar su aniquilación).

Antes de nacer, las ecografías delataron que su corazón no estaba nada bien. Convertido en una cavidad única, la sangre oxigenada y la venosa se confundían en una mezcla fatal.

Cuando vio la luz le pusieron por nombre Carmen. Las cosas no fueron fáciles. Por ejemplo, las comidas duraban una eternidad, pues ingerir lo más mínimo la fatigaba enormemente. Estaba ojerosa y se amorataba fácilmente. Antes de los seis meses habría que practicarle una operación paliativa para ayudarla a ganar peso. Después, si todo iba bien, se le podría operar a fondo el corazón.

Hay que mencionar, inevitablemente, a la doctora Carmen Marín, auténtica hada madrina de nuestra protagonista. Siendo claros y concisos, le debe la vida.

Cuando llegó el momento de operar surgió el primer contratiempo: la máquina de circulación extracorpórea de la Seguridad Social en Zaragoza se había estropeado. Habría que derivarla a otra comunidad autónoma. Saturación, listas de espera... ¡El tiempo corría en contra! Finalmente la Seguridad Social la envió a Barcelona, al Hospital San Juan de Dios. Y vino a resultar que allí acudía a operar desde Valencia una vez por semana el doctor José María Caffarena, que según supimos, es un crack en esta especialidad. Lo que debería haberse realizado en un mínimo de dos operaciones espaciadas en el tiempo, se llevó a cabo en una sola y con excelentes resultados. Las enfermeras y médicos, matrícula de honor. Lo voluntarios que asisten a las familias, sobresaliente cum laude. Los religiosos, la gloria celestial. Carmen volvía a casa repuesta.

Once meses después se le detectó leucemia. El problema volvía a estar en la sangre; esta vez en forma de cáncer. Ahora el tratamiento sí pudo realizarse en el Hospital Infantil de Zaragoza. Al personal de allí hay que darle las mismas notazas que a los de Barcelona: Copa de Oro y mención especial. Fabulosos.

Allí conocieron a otros niños con la misma enfermedad, aunque no eran Down. Algunos se fueron al cielo (mi hermana me pide que no ponga sus nombres, así que me limito a las iniciales): La pequeña J. de 3 años, el menudo M. de 5, y el simpático M. natural de Jaca, que con 11 años era más vivo que el hambre. “¿Cuándo te echarás novia?”, le preguntaba un día la “enfermera 57” (las llamaba numerándolas por la edad, para provocar, decía él). “Espera que me crezcan las neuronas”, respondía con desparpajo.

La dulce C. se encariñó especialmente de Carmen. Ahora tiene 13 y desde hace unos tres años se le reproducen tumores. Tampoco tiene la marca en el cromosoma 21, pero es un auténtico ángel y deseamos de todo corazón que se cure definitivamente y pueda abandonar el hospital para siempre.

Bueno, el caso es que Carmen sanó. Normalmente la quimioterapia debería haberla dejado hecha polvo, pero yo siempre que la veía la encontraba como una moto. Hasta el punto de que le decía a mi hermana (la mamá de la criatura, como ya os habréis imaginado hace rato): “si está así enferma, ¡cómo estará cuando esté buena!” Bien, confirmo que estando curada, goza de actividad y alegría a prueba de adultos. ¡Incombustible!

Dada la recuperación, en el posado navideño de este año lucirá una buena mata de pelo. Y como prueba de ello, la foto que acompaña esta entrada en la que se la ve alimentando a su hermana mayor con un peine. La mencionada y gracil hermana es María -¡MARÍA, ya te tengo en cuenta, para que veas!-. Para los interesados, su teléfono es el.... ¡Se me ha olvidado! ; D

Hay que decir que la realización de la fotografía ha corrido a cargo de otra hermana, la muy profesional Inma, quien, como se puede comprobar, ha decidido darle un toque artístico enforcando la lámpara, la estantería y el espejo del fondo, siempre siguiendo la línea de la escuela flamenca.

Y como me he alargado más de la cuenta y el futuro está por hacer, concluyo aquí mi relato. Espero que os haya gustado y que compartáis con nosotros la felicidad de saber que un ángel sonriente sigue campando por sus respetos en la sede principal del anarcocatolicismo español. ¡Salud y bien!

jueves, 2 de diciembre de 2010

Un Belén para el Papa



"Ángelo", que escribe el magnífico blog Siete en familia, nos propuso a sus lectores que le enviáramos fotos de Belenes caseros para hacer un montaje navideño y regalárselo al Papa. Acepto feliz su invitación y aporto mi granito de arena. Aquí está la foto de mi Belén familiar. Son los tres hijos menores de mi hermana (al resto también os quiero mucho pero tenéis peor posado que vuestros hermanos).

Santi en el papel de San José, rompiendo con la representación clásica de “santo con boca cerrada”. ¿Por qué San José no iba a cantar villancicos?, ¿eh? ¡Bien, Santi! Quedamos entonces en la lograda caracterización de San José entonando un villancico mientras rasca al niño Jesús, al que debe picarle el hombro. Se trata de la típica actitud rascadora tan bien ilustrada por pintores de la talla de Fra Angélico, Rafael o Velázquez. (Que todavía no se hayan encontrado esos cuadros es otro cantar; pero tiempo al tiempo).

La Virgen María es Pilar -somos de Zaragoza y en algo se tiene que notar. ¡Viva la Virgen del Pilar!-. Es un rato guapa, ¿verdad? Es que la mitad de los genes proceden de mi familia y está claro que en su caso han debido ser los dominantes. El padre es muy simpático, mejor persona, y con un excelente gusto para elegir mujer; pero el físico... ¿Por dónde íbamos?

¡Ah, sí! Ahora le toca el turno al niño Jesús. Lo sé, parece un Buda bendiciendo con una mano y haciendo ejercicios de estiramiento con la otra, pero es el niño Jesús. Hay que decir que “el pequeño” tiene trampa, porque es “niña”, pero no pasa nada: no se ven los pendientes y el pelado craneal facilita su caracterización. Jesús en realidad se llama Carmen, y aún conserva los mofletes pese a lo mucho que intento quitárselos a besos cada vez que la cojo. Nunca me han gustado los favoritismos entre hermanos: ni los he padecido de pequeño, ni los he infligido de mayor, pero aquí hago una sola excepción: Carmen ¡te tengo enchufada! Porque sí, porque me parece a mí, y porque lo digo yo.

Cuando se tomó esta foto Carmen estaba siendo tratada de leucemia, de modo que el “corte de pelo” tampoco es tal, sino consecuencia de la quimioterapia. Es una auténtica superviviente. Según la ley española (la de antes y la de ahora) su vida en el útero materno no valía nada. Según la ley inscrita en los corazones de mi hermana y mi cuñado, su vida lo valía todo. Ya veis, diferentes legislaciones con respecto a los niños con síndrome de Down. ¿Multiculturalismo? Dejémoslo estar.

Carmen vino al mundo con un serio problema cardiaco que hubo de ser operado a los pocos meses (en las ecografías ya lo habían detectado). ¡Qué horror para los contribuyentes cargar a la Seguridad Social “algo” así! Pues quedó muy bien, gracias (gracias a Dios y a unos médicos, enfermeras y voluntarios fabulosos, y gracias también a los cotizantes a la Seguridad Social que ahora podéis tener la satisfacción de saber que al menos una parte de vuestro dinero ha ido destinada a que este ángel esté entre nosotros. Así que gracias a vosotros también). El arreglo del corazón le permitió sobreponerse al tratamiento de la leucemia que se le detectó después; si no, ni en broma.

Y con estos estupendos modelos ya tenemos la foto del nacimiento, realizada con una sofisticada técnica fotográfica de nombre algo largo y farragoso, el cual enunciaré para disfrute de los expertos en imagen que me leen. Se llama: “aprieto el botón de la cámara y rezo porque se enfoque bien sola y salte el flas de una puñetera vez o de lo contrario Carmen se cansará y no habrá mueca, ruido, ni objeto que la haga estarse quieta y mirar hacia aquí”.

Espero que os guste, y aprovecho para desearos por anticipado a todos (a todos sin excepción) unas felices navidades. (Por no excluir no excluyo ni siquiera a los Herodes que habrían justificado el asesinato de este “niño Jesús”). ¡Feliz Navidad!



PD. Para otro año se admite cesión temporal de mula y buey. Abstenerse ganado con piojos, ya que trienalmente conseguimos nuestro propio lote donado anónimamente por algún generoso niño del colegio.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La pizza políglota



Era la primera vez que viajaba al extranjero y mi estancia iba a prolongarse durante todo un curso. Agraciado con la Beca Erasmus, mi destino era la ciudad inglesa de Portsmouth.

Después de todo un día viajando (Zaragoza-Barcelona-Londres-Portsmouth) un grupo de seis estudiantes aragoneses llegábamos felices y cansados a nuestro destino. A mí me asignaron una especie de pensión familiar regentada por un marinero miembro de la cofradía del puño –no, no era comunista, era un “agarrado”-.

El caso es que pese a lo avanzado de la hora (las 11:00 PM es muy tarde en el país de los Beatles) el casero no se dignó darme la cena, de modo que hube de acudir en solitario a una cercana pizzería.

Allí atendía una dependienta heavy acompañada, en mi lado del mostrador, por dos colegas de largas melenas. La música sonaba a todo volumen en un radiocasete que había sobre una balda.

He de aclarar que en aquel entonces mi inglés no es que fuera malo, sencillamente no era. Como decía Parménides: “el ser es, y el no ser no es”. Bueno, pues en mi caso no era. Comparado con mi nivel lingüístico, Tarzán de los monos era una eminencia académica y catedrático de Filología.

El caso es que cuando miré el menú me tope con una larga serie de palabras ininteligibles y dos únicos precios (en libras, para más INRI). ¿Dónde estaban la “pizza Carbonara”, la “Fruti di Mare”, la “Napolitana”? Mi primer contacto con las letras inglesas y no entendía una papa.

La dependienta me miraba expectante. ¿Qué iba a pedir?

Me eché el mundo por montera y señalé uno de los precios -el más barato, que como rezaba el lema reivindicativo de aquellos tiempos: “¡Somos estudiantes y no maleantes!”-.

Pensé que tenía la cuestión resuelta, pero parecía ser que no, pues la chica comenzó a preguntarme algo que a mí me sonaba a suajili. Tenía que explicarle que no la entendía, así que con mi acento macarrónico le dije:
- I don´t know.
En aquel momento yo estaba convencido de que le estaba diciendo: “No entiendo”. ¡Pobre de mí! En realidad afirmaba “No lo sé”. Así que ante mi respuesta, la pizzera continuaba lanzándome nuevas preguntas y yo contestando una y otra vez lo mismo. Como aquello parecía que no iba a acabar, decidí que lo mejor sería darle la razón y decirle “sí” a todo. Pregunta, pues yo “yes”. Otra pregunta: “yes”. Otra más: “yes”. Yo veía que a cada “yes” mío la chica marcaba una crucecita en el papel; de modo que no lo debía estar haciendo mal del todo. Yes, yes, yes, yes... Al cabo de un rato había perdido la cuenta de los “yes” que había pronunciado, pero mi interrogadora por fin dejó de hacer cruces y se puso a preparar la dichosa pizza. Mi oratoria la había derrotado. ¡Victoria!

El relieve de aquella pizza es indescriptible. Tenía de todo, literalmente. Jamón, champiñones, atún, huevo, anchoa, salmón, maíz, todos los tipos de queso que puedan producir los mamíferos en general y las vacas en particular, carne picada, sucedáneo de cangrejo, olivas, piña, etc., etc., etc.

He de confesar que en aquellos momentos lo que menos me preocupaba era lo voluminoso del asunto. Lo único que quería era pagar y salir de allí con mi trofeo. Le entregué el billete más grande que tenía y me dio las vueltas. ¡Prueba superada! Mi primera toma de contacto con la lengua de Shakespeare había sido todo un éxito. Al menos eso pensaba yo.

Naturalmente, pese al mucho apetito que tenía, no me pude comer más de una cuarta parte de aquel engendro. La casera me guardó el resto en la nevera por si lo quería para otro momento, pero al cabo de un par de días fue a parar a la basura.

Lo más grave del caso es que hasta transcurrida una semana yo no comprendí lo que había pasado. El sistema de petición de pizzas allí es diferente. Uno pide la base que quiere (afortunadamente pedí la mediana y no la grande) y a partir de ahí empieza a elegir los ingredientes que quiere añadirle. La dependienta comenzó preguntándome si quería cebolla o lo que fuera; al tratar de responderle que no la entendía, lo que le decía era “no lo sé”. Imagino que pensaría: “si no lo sabe él, lo voy a saber yo”. Así que repetía su pregunta de nuevo, hasta que me decidí a decirle sí a todo. En ese momento comenzó el maratón gastronómico: “¿Pepinillo?” Yes. “¿Pimiento?” Yes. “¿Mozzarella?” Yes. “¿Salchicha?” Yes... Ellos siempre dicen “yes”.

Si la música era heavy, la pizza lo fue más. Traducido a lo musical, una mezcla de Iron Maiden, ACDC y Mötorhead agitados y bien revueltos. Con todos aquellos ingredientes, del precio mejor ni hablamos.

Sólo diré que aquella experiencia me hizo aprender un par de cosas: que un estómago a los veinte años lo aguanta todo, y que si aprender un idioma es caro, no saberlo todavía lo es más.