Acaba de salir publicado un libro que, o mucho me equivoco, o no va a ser calibrado en su verdadero alcance salvo por algunas personas especialmente alertas (lo cual, dicho sea de paso, sería una verdadera lástima). Se titula Aiki-Control. Impedir herir sin herir y aparece firmado por José Santos Nalda y sus hijos Pablo y Natalia.
El maestro Nalda es ante todo un buscador, un espíritu abierto que desea comprender para actuar como es debido. Tradicionalmente a eso se le ha llamado sabiduría; por algo Descartes la definía como "juzgar correctamente para obrar correctamente". El ámbito en el que Santos Nalda ha centrado sus esfuerzos ha sido el de las artes marciales; fundamentalmente el aikido y el bujutsu. En ellos ha aunado la práctica y la investigación. Y, como hombre fecundo que es, no se ha limitado a atesorar hurañamente sus hallazgos, sino que los ha puesto a disposición de los demás en el tatami y a través de sus más de treinta libros publicados.
El último de sus escritos es este Impedir herir sin herir. En el mismo da un paso más; un paso maduro, audaz, innovador. ¿En qué sentido? Por expresarlo de una manera concisa, ha hecho una cosa de no poca gravedad: se ha tomado en serio las enseñanzas del fundador del aikido, Morihei Ueshiba. Eso es algo que sólo puede afrontar de veras alguien con un bagaje tan rico como el que Nalda ha acumulado a lo largo de su feraz vida.
Lo que habitualmente hacen los profesores de esta disciplina (y si somos sinceros, de cualquier otra) es repetir los saberes recibidos. Así, la pedagogía se convierte en mera transmisión de lo preexistente. Es como un mantra o como un eco que trata de mantener de la forma más literal posible lo que un día fue establecido, aunque no se sea consciente de lo que se está diciendo.
Pero a menudo viene a resultar que eso que se está diciendo no se corresponde con aquello que se está haciendo. Es decir, que teoría y práctica caminan por sendas diferentes. Entonces, casi sin darnos cuenta, nos sumimos en un escolasticismo, en un estudio de lo que otros dijeron sin prestar atención a la realidad que se pretendía explicar. Otra consecuencia frecuente es la caída en el puro activismo; desaparecido el sentido de las cosas, sólo queda la acción ciega, bruta, mecánica.
El verdadero maestro no obra así. Mira y escucha, reflexiona y valora, y, finalmente, obra. Es lo que ha hecho Nalda. Primero ha atendido a los principios que Ueshiba proclamó, complementándolos con una antropología actual. Ha analizado la consistencia de la armonía, la no violencia, la victoria sobre uno mismo, la incorporación del adversario a la causa de la justicia, etcétera. Luego ha cotejado esos planteamientos con las técnicas marciales que el propio Ueshiba desarrolló. Es entonces cuando ha puesto de manifiesto que muchas de dichas técnicas no son coherentes con el espíritu que debería animarlas: causan daño al adversario no versado, son duras, destructivas. Y Santos Nalda en vez de olvidarlo y asentir acríticamente a lo que le han contado, se ha puesto a la faena de introducir las rectificaciones precisas para purificarlas de aquellas imperfecciones que las alejaban del auténtico espíritu del aikido. ¡Ahí es nada!
Decía el filósofo Julián Marías que "no se puede innovar más que en continuidad, que es lo contrario de lo que se llama «continuismo»" Este libro es un buen ejemplo de innovación, porque asume todo el legado pretérito pero sin quedarse en él. El agua que se estanca, se emponzoña; el río que ignora el caudal que lo precedió, se seca.
El maestro Nalda es ante todo un buscador, un espíritu abierto que desea comprender para actuar como es debido. Tradicionalmente a eso se le ha llamado sabiduría; por algo Descartes la definía como "juzgar correctamente para obrar correctamente". El ámbito en el que Santos Nalda ha centrado sus esfuerzos ha sido el de las artes marciales; fundamentalmente el aikido y el bujutsu. En ellos ha aunado la práctica y la investigación. Y, como hombre fecundo que es, no se ha limitado a atesorar hurañamente sus hallazgos, sino que los ha puesto a disposición de los demás en el tatami y a través de sus más de treinta libros publicados.
El último de sus escritos es este Impedir herir sin herir. En el mismo da un paso más; un paso maduro, audaz, innovador. ¿En qué sentido? Por expresarlo de una manera concisa, ha hecho una cosa de no poca gravedad: se ha tomado en serio las enseñanzas del fundador del aikido, Morihei Ueshiba. Eso es algo que sólo puede afrontar de veras alguien con un bagaje tan rico como el que Nalda ha acumulado a lo largo de su feraz vida.
Lo que habitualmente hacen los profesores de esta disciplina (y si somos sinceros, de cualquier otra) es repetir los saberes recibidos. Así, la pedagogía se convierte en mera transmisión de lo preexistente. Es como un mantra o como un eco que trata de mantener de la forma más literal posible lo que un día fue establecido, aunque no se sea consciente de lo que se está diciendo.
Pero a menudo viene a resultar que eso que se está diciendo no se corresponde con aquello que se está haciendo. Es decir, que teoría y práctica caminan por sendas diferentes. Entonces, casi sin darnos cuenta, nos sumimos en un escolasticismo, en un estudio de lo que otros dijeron sin prestar atención a la realidad que se pretendía explicar. Otra consecuencia frecuente es la caída en el puro activismo; desaparecido el sentido de las cosas, sólo queda la acción ciega, bruta, mecánica.
El verdadero maestro no obra así. Mira y escucha, reflexiona y valora, y, finalmente, obra. Es lo que ha hecho Nalda. Primero ha atendido a los principios que Ueshiba proclamó, complementándolos con una antropología actual. Ha analizado la consistencia de la armonía, la no violencia, la victoria sobre uno mismo, la incorporación del adversario a la causa de la justicia, etcétera. Luego ha cotejado esos planteamientos con las técnicas marciales que el propio Ueshiba desarrolló. Es entonces cuando ha puesto de manifiesto que muchas de dichas técnicas no son coherentes con el espíritu que debería animarlas: causan daño al adversario no versado, son duras, destructivas. Y Santos Nalda en vez de olvidarlo y asentir acríticamente a lo que le han contado, se ha puesto a la faena de introducir las rectificaciones precisas para purificarlas de aquellas imperfecciones que las alejaban del auténtico espíritu del aikido. ¡Ahí es nada!
Decía el filósofo Julián Marías que "no se puede innovar más que en continuidad, que es lo contrario de lo que se llama «continuismo»" Este libro es un buen ejemplo de innovación, porque asume todo el legado pretérito pero sin quedarse en él. El agua que se estanca, se emponzoña; el río que ignora el caudal que lo precedió, se seca.
El libro de Santos Nalda no sólo acrisola las técnicas del aikido desde el cinturón amarillo hasta el negro, sino que se fija en cuestiones tales como la estrategia, la psicología del combate o la actitud ética exigible para cada nivel.
Sí me atrevo a introducir una salvedad menor a la obra. Dado el hondo calado de la misma, no estoy seguro de que las ilustraciones humorísticas que la acompañan no despisten al lector no avisado, trivializando algo su contenido. Creo que en sus últimos libros Santos Nalda ha dado un salto en los contenidos que, posiblemente, exigirían una revisión en el formato de su presentación.
En todo caso que ningún aikidoka se despiste. Tenemos ante nosotros un gran libro que conviene valorar en todo su alcance. Si alguien cree que Ueshiba no engendró un manual de instrucciones sino un arte vivo, debería adentrarse en Aiki-Control. Impedir herir sin herir con los ojos bien abiertos.
El clan Nalda (pues el maestro Santos se ha querido acompañar por sus hijos) nos ofrece una lección magistral de progreso. Qué mejor forma de cerrar el presente artículo con una cita de Julián Marías referida a su maestro Ortega y Gasset. En la misma bien se podría sustituir el nombre de Ortega por el de Ueshiba sin que perdiera un ápice de validez.
Todo intento de dar a Ortega por terminado y concluso es una absoluta impiedad. Todo intento de repetirlo de manera inerte es la forma más refinada de infidelidad, de deslealtad. Hay que seguir pensando, como Ortega pedía cuando se le decía algo que no estaba del todo mal. En ese «seguir pensando» consiste la filosofía, y también la historia, porque es la condición irrenunciable de la vida humana.
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