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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO
miércoles, 9 de junio de 2010
Moreno tiene que ser el hombre que me camele
A menudo miramos las épocas pasadas con cierta conmiseración. Pobrecitos, pensamos, qué brutos e ignorantes eran. Olvidamos que si disfrutamos de tantos avances ha sido, precisamente, gracias a ellos. La ciencia, el arte, la técnica, nada de eso se improvisa. Es fruto de un esfuerzo multisecular del que ahora somos los máximos y ensoberbecidos beneficiarios.
Por otra parte, muchas de las cosas que nos parecen antiguallas o ridiculeces superadas tienen su correspondencia en nuestro tiempo, aunque frecuentemente no reparemos en ello. A este respecto más de una vez he pensado en el modelo de belleza femenina que ha prevalecido durante siglos. Por lo que sabemos, a lo largo de la edad media, moderna y gran parte de la contemporánea, la mujer hermosa tenía la tez blanca, y cuanto más, mejor. Sólo hay que asomarse a la literatura para constatarlo: “la nívea piel”, “blanca como la leche”, etcétera. La razón fundamental era que sólo aquéllas que ocupaban un cierto estatus podían librarse de las faenas al aire libre (como lavar, pastorear, cultivar). Gracias a su privilegiada posición disponían de la holgura necesaria como para cuidarse y embellecerse. Como todos los extremos son malos, las que velaban por su blancura de una manera excesiva, podían padecer ciertos males, avitaminosis por no recibir los rayos del sol o problemas circulatorios por ajustarse en demasía la ropa para conseguir mayor lividez y mejor figura.
Recuerdo haber oído contar a mi padre (nacido en el primer cuarto del siglo XX) que una chica que tenía mi abuela empleada, tomaba buenos sorbos de vinagre para conseguir un aspecto más pálido; es decir, para estar guapa. Lo que ella probablemente ignoraba era que dicho efecto era consecuencia de acabar con sus glóbulos rojos.
Hoy el modelo estético ha cambiado. Gustan las “morenitas”. En piscinas, playas, parques, terrazas y donde se tercie, contemplamos a personas de todas las edades tendidas como lagartijas con el único objeto de broncear su piel. Hay quien dice que le gusta tomar el sol. Permítanme dudarlo. Estar en pleno verano a más de cuarenta grados, sudando la gota gorda, es cualquier cosa menos gozoso.
Lo que sí complace es el resultado final, sentirse atractiva, oír la frasecita: “pero qué morena estás”, que es interpretada como un “qué guapa estás”.
La actual moda se inicia a finales de los años cincuenta del siglo XX, y tiene el mismo componente elitista que la anterior. Sólo los prósperos disponen de la holgura necesaria como para estar ociosos tomado el sol. El resto, en una sociedad que gira cada día más en torno al sector servicios, vive condenado a trabajar “a la sombra”, esto es, en lugares cerrados.
Como no se han extinguido las profesiones que se desarrollan a la intemperie, habrá que establecer una distinción para impedir que se confundan las churras con las merinas, esto es, los “guais” con los “pringaos”. De modo que unos tendrán el “moreno playa” (casi integral) y otros el “moreno albañil” (con partes pálidas por las prendas que usan mientras trabajan).
Respecto a la falta de salubridad de esta nueva práctica, sólo hay que echar un vistazo a las estadísticas que muestran los índices de cáncer de piel para comprender las nefastas consecuencias que trae.
Por concluir, podemos decir que los tiempos cambian que es un barbaridad, pero las personas, en el fondo, no somos tan diferentes a como fueron nuestros antepasados.
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