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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO
martes, 15 de junio de 2010
El mal como espectáculo
Sucedió en un programa de televisión dedicado al regodearse en lo infame. Varios individuos transmutados en víboras y autocalificados como “periodistas” se dedicaban a despellejar viva a su “invitada”. Según parece, es una práctica que repiten semanalmente ante las cámaras. Para mi desgracia aquel día estaba de huésped en una casa y me era imposible huir del salón, así que durante un buen rato tuve que soportar la maldad convertida en espectáculo.
La víctima voluntaria (e imagino que bien remunerada) en aquella ocasión era una actriz que estaba inmersa en un proceso de divorcio. Se la veía visiblemente emocionada cuando se refería a su único hijo; un niño que debía tener tres o cuatro años. Afirmaba reiteradamente quererlo mucho y ponerlo por encima de todo. Es lo propio en una madre, así que no cuesta entender y encomiar esta actitud amatoria. Lo que sí costaba más comprender era la ceguera de aquella mujer a la hora de percibir la realidad de su retoño. La mayor parte del tiempo lo dedicó a vilipendiar a su “ex”, y daba la casualidad de que el mencionado “ex” era a la par el padre de la criatura; con lo cual la famosa no hacía sino poner públicamente de vuelta y media al padre del niño al que afirmaba amar hasta el infinito.
Ortega y Gasset escribió una frase que muestra una comprensión extraordinaria de lo humano. Dice así: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Traduzcámosla al caso que nos ocupa. Si alguien denigra públicamente a nuestro padre o a nuestra madre, probablemente se nos causa un daño mucho mayor que si los atacados somos nosotros mismos. Y eso es porque nuestros padres constituyen una de las realidades más propias y sagradas que poseemos. Dicho orteguianamente, forman parte de nuestra circunstancia más íntima, y si no se pone a salvo, si se la ataca, se nos golpea a nosotros. Nuestros padres no son meros accidentes, sino personas sustancialmente nuestras. Por eso cuando aquella actriz ultrajaba ante las cámaras al padre de su hijo, el daño que hacía al pequeño era inmenso, lo primero por la ofensa pública infligida al progenitor del niño, y en segundo lugar por provenir de aquella frente a la cual el niño no tenía defensa, su “mamá”. Así el carácter sacro de los padres quedaba profanado por ser objeto (el padre) y sujeto (la madre) de un auténtico escarnio.
Es muy triste que millones de personas asistiéramos a ese sacrilegio convertido en espectáculo. Me cuesta entender que algo así guste, es obsceno. Pero es que aunque tuviese algún encanto, que no lo tiene, no dejaría por ello de ser perverso y dañino.
Aquella velada acabé solo en la cocina de la casa con un libro. Es posible que no pareciera muy educado a mis anfitriones, pero mi capacidad estomacal había llegado a su límite.
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