El presente artículo lo escribí para la revista de la asociación de familias numerosas 3ymás "Atresvete". Apareció publicado en junio de 2007.
Conecto la radio y un locutor se encarga de explicarme el asco que da todo. Pongo la televisión: crímenes, fracaso escolar, caos en la inmigración, crispación política; de vez en cuando alguna noticia curiosa salpica la información para no hacer el noticiario absolutamente indigesto y aterrador. Veo a dos compañeros de trabajo discutir acaloradamente, según parece, sus posiciones políticas están encontradas y ambos ven "la culpa de lo que pasa" en la actitud del partido contrario. Demandas, reclamación de derechos, sentimientos de agravio, indignación, polémicas, escándalos, son el alimento básico con el que nos nutren la mayor parte de los medios de comunicación. Con este panorama la actitud de mucha gente oscila entre el pasotismo y la indignación. Está todo tan mal...
En un artículo periodístico publicado en la primera década del siglo pasado Ortega, que había sido buen amigo de Ramiro de Maeztu, mostraba su descontento intelectual para con las posiciones adoptadas por el pensador vasco. El autor de La Rebelión de las Masas decía: "Estimo sobremanera las intenciones de Maeztu y su fuego patriótico; pero no cumpliría el deber de franqueza que le debo si no censurara la irrespetuosidad con que toca cuestiones que sólo pueden ser resueltas con medios técnicos difícilmente improvisables. Su energía espiritual le impele a lanzarse dentro de selvas problemáticas y el ardor de su sangre valiente al golpearle las venas le enciende tanto que no advierte los tallos, los arbustos y los gérmenes que al paso destroza..." Ortega presuponía que, ciertamente, las intenciones de Maeztu eran nobles, pero eso no le legitimaba para no actuar con rigor ante lo más respetable que existe, la realidad. Y es que la realidad es compleja, tiene “tallos, arbustos y gérmenes” por los que hay que velar. Las fórmulas excesivamente simplificadoras la aniquilan, la falsean.
El problema más importante con el que hoy nos encontramos es, precisamente, la falta de respeto por la realidad. En el fondo de esta actitud late una falta de estima por esa misma realidad. No parece valiosa, por eso no interesa ponerla a salvo y se puede hacer con ella cualquier cosa. Este proceder es absolutamente demoledor. La posición de las personas fecundas es justamente la opuesta. Veamos un ejemplo.
Félix Rodríguez de la Fuente ha sido, con toda probabilidad, la persona que más ha hecho en España por la protección del medio ambiente. Estamos hablando de un país en el que hasta hace no tanto se buscaba conscientemente la extinción de la mayor parte de nuestra fauna. Hoy nos puede chocar pero todavía en 1.953 se publica un decreto que ordena la extinción de todas la alimañas, es decir, de las especies cazadoras entre las que se encuentran todas las rapaces (diurnas y nocturnas), el lince, el gato montés, el zorro, el oso y un larguísimo etcétera. En aquellos momentos estas medidas tenían una aceptación social plena. Se acabó con más de dos millones de animales, por cuyas muertes se pagaba una prima. Pues bien, en poco más de una década un hombre rebosante de ilusión es capaz de dar la vuelta a esta situación hasta el punto de que en 1.966 consigue la protección del halcón peregrino y las rapaces nocturnas a través de sus estudios de campo y, sobre todo, de la enorme labor divulgativa que lleva a cabo. Se trata de la primera ley conservacionista de esta índole en toda Europa, la cual será un referente para las futuras legislaciones de los demás países.
Más tarde le tocará el turno a otras especies, como el lobo, extinguido en Francia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Dinamarca... y salvado en España gracias a Félix cuando sólo quedaban 400 ejemplares (hoy se estima que su número oscila entre los 2.000 y los 2.500). ¡Y qué decir de los espacios naturales! El parque de Doñana, Daimiel, Gallocanta, la Isla de Cabrera, etcétera, hoy existen gracias a su incansable tesón.
Pero la principal revolución que desarrolló el amigo de los animales no se cifra en el cambio de una legislación, sino en el de millones de corazones. ¿Cómo fue capaz un hombre de mudar la mentalidad de toda una sociedad hasta el punto de convertir al animal repudiado en criatura merecedora de respeto? La respuesta está en la capacidad de entusiasmarse y contagiar ese mismo entusiasmo. Los programas de Félix seguían indefectiblemente el mismo esquema: primero enamoraba, luego buscaba nuestra complicidad para poner a salvo eso que nos había mostrado que merecía la pena. Sin el primer paso el segundo se convierte en pura disciplina, en rígida norma. ¿Por qué he de cuidar los bosques? ¿Por qué he de conservar la fauna? Porque son valiosos, porque valen la pena, porque son hermosos, porque son amables (dignos de ser amados), porque me son queridos.
Sin amor habrá orden, pero no libertad. Sin amor habrá disciplina, pero no alegría. El amor es la potencia más transformadora del universo. Un espíritu crítico que no ama es una apisonadora, aplasta la misma realidad que pretende defender. Sin embargo quien ama es capaz de poner a salvo lo valioso que hay en cada ser, no quiebra la "caña cascada" ni apaga el "pábilo vacilante".
En una ocasión preguntaron a Jesús cuál era el principal mandamiento, Él respondió que amar al prójimo como a uno mismo y a Dios sobre todas las cosas. Si hubiera que cifrar esto en una sola palabra habría que decir: "ama", "enamórate", déjate arrebatar, ábrete al mundo entero. ¿Sufrirás? Por supuesto que sí, quién dijo que los enamorados no sufren. Pero cambiarás la faz del cosmos y tu vida habrá merecido la pena.
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