Como suele suceder, una cosa te lleva a la otra. Empiezas indagando en un tema, y ese tiene un asunto que te pone en relación con otro, que a su vez conecta con no sé qué. Total, que del Banquete de Platón he ido a parar a Arquíloco. Un singular poeta griego, hijo de un noble y una esclava -bastardo, para entendernos-, que osó escribir poesía en la cual es él, ¡él! ¡un hombre! quien cae presa del amor de una mujer. Algo impensable en la Hélade donde sólo las féminas sufrían esa pérdida de autodominio. ¡Por los dioses!
Arquíloco, poeta y mercenario, cuenta en uno de sus versos cómo combatiendo a los bárbaros arrojó su escudo para salvar la vida, con cuya obtención se estará jactando alguno de sus enemigos:
"Algún saiano se ufana con mi escudo, arma excelente que abandoné a pesar mío junto a un matorral. Pero salvé la vida. ¿Qué me importa aquel escudo? Váyase enhoramala: ya me procuraré otro que no sea peor".
Sin duda su acción puede ser práctica, pero para un griego la huida, y más abandonando su escudo, era un acto cobarde. ¡Y lo dice un hombre que aún encima se declara enamorado de Neóbula, cuyo padre no permitió que se casara con él! Ver para creer.
Así que no es de extrañar que Critias lo pusiera a caer de un burro por deslenguado, procaz, adúltero, y lo peor de todo, por haber "arrojado su escudo" y aún encima contarlo.
En boca cerrada no entran moscas (ni nace la poesía, ¡shhhh!)
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