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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 2 de marzo de 2017

Oscurantistas y jueces

A menudo se nos presenta la Edad Media como un tiempo oscurantista e ignorante donde el fanatismo ahogaba cualquier atisbo de conocimiento. Edad Oscura, llamó Petrarca al periodo que media entre la caída de Roma y el año mil. Luego esta visión sombría se extendió hasta las puertas del propio Renacimiento. Todo era penumbra, miedo, acechanza.

Y en el centro de ese tiempo tenebroso una institución cobra protagonismo, y con él culpabilidad, la Iglesia Católica. Ella es la responsable del atraso, de la persecución de las ideas y de la ciencia, la defensora de los opresores frente a los oprimidos, la maestra de la mentira. Al menos desde la Ilustración hasta nuestros días estas ideas se ha ido afirmando con fuerza hasta el punto de ser un lugar común que no necesita justificación.

Es verdad que la Iglesia tuvo poder, y donde hay poder menudean los abusos (para ver eso no hay que irse a la Edad Media), pero ¿cómo ha llegado hasta nosotros la cultura clásica? ¿Quién escribía letra a letra (o más bien dibujaba) los libros con textos griegos y romanos dedicando las horas del “labora” a tan ardua faena? Seguramente elfos de los bosques ocultos a la mirada pérfida de los religiosos, no hay otra explicación.

“Es inútil decir que todos los problemas de la Europa moderna, tal como los sentimos hoy, se forman en el Medievo: de la democracia comunal a la economía bancaria, de las monarquías nacionales a la ciudad, de las nuevas tecnologías a las revueltas de los pobres: el Medievo es nuestra infancia a la que debemos volver para hacer la anamnesia”. Esto escribía Umberto Eco hace ya algunos años, pero seguramente hablaba desde su ignorancia. Qué sabía él de la terrorífica Edad Media. Si nosotros le contáramos…

Somos afortunados. Nos hallamos en la cresta de la ola, libres de prejuicios, o casi, porque todavía quedan atisbos de mojigatería por sofocar. No tememos a la verdad, si es que ésta existe, porque la verdad en el fondo es el imperio nuestra voluntad. Cualquier cosa que le pone freno es tiránica, fascista, sectaria, la naturaleza mismo lo puede ser... Además, disponemos de la generación mejor preparada de la Historia. ¿Quién ha podido presumir de algo así?

Desde nuestra superioridad moral juzgamos la Historia y emitimos condenas. ¡Incluso sancionamos mediante leyes lo que hicieron nuestros antepasados! Memoria histórica, lo llaman, consistente en borrar cualquier rastro que no concuerde con el discurso dominante. No es algo nuevo, pero sí desagradable.

Pero en fin, en nuestro tiempo creemos en la ciencia, esa que está por encima de todas las cosas y pone fin a las discusiones. Hoy leía una entrevista a Ernesto Cardenal en la que decía que “las religiones dividen a los pueblos y la ciencia no”. Vaya, qué curioso. En realidad la ciencia vive en una división interna continua, pues indagar supone estar dispuesto a cuestionar y eso hace que los científicos a menudo anden a la gresca entre ellos, pero eso no importa frente a un dogma, y el de nuestro tiempo es que ciencia progresa indefinidamente, como lo demuestra la multiplicación de artilugios. Es el triunfo de la técnica (espectacular, reconozcámoslo).

Pero algo escapa; queda fuera un no sé qué inquietante. No acabamos de estar satisfechos. A cada nuevo aparatito siempre nos parece que nos falta algo. ¿Qué será?

¿Y si el ser humano es algo más que un homo habilis? ¿Y si más allá de manejar maquinitas necesitáramos saber quiénes somos, para qué estamos aquí, qué sentido tiene todo esto?

Olvidémoslo. ¡La ciencia! ¡Que hable la ciencia! ¡Fuera prejucios! De acuerdo, que hable la ciencia:

La ciencia dice que desde el momento de la concepción hay una nueva vida, singular, única, de la misma especie que sus progenitores (esto no es una verdad de fe, ni un artículo religioso, ni fruto de la revelación, es pura y simple biología). Conclusión: provocar un aborto a una mujer es matar a un individuo de la especie humana, es decir, a una persona, sea en la semana uno de gestación o al noveno mes. Que matar a un inocente pueda ser visto como un derecho escapa al ámbito de la biología, no el hecho de en qué momento hay una nueva vida. Pero llamemos a las cosas por su nombre.

La ciencia dice que los hombres pertenecemos a una especie sexuada (como todos los mamíferos, dicho sea de paso), con dos sexos, hombre y mujer, y eso significa que existe una polaridad, una tensión y una mutua referencia estimulante, lo cual no sólo abarca el plano biológico, sino también el psicológico, el social, etcétera. Conclusión: No hay un tercer sexo, ni un cuarto, ni un duodécimo, ni una persona asexuada.

La ciencia constata que la naturaleza funciona con notable coherencia. No pone cerebros de oso en cuerpos de golondrinas ni sesos de hombres en cuerpos de mujer. Suena muy cartesiano eso del cuerpo por un lado y el alma por el otro, pero no es muy científico. Lo que sí puede haber es una afectividad alterada por múltiples razones (en casos extremos, incluso anatómicas). La realidad es compleja, y la humana más; no somos una ecuación. El recto sentido moral –aquí ya pasamos a otro plano- nos dice que debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros, con respeto. Cada uno hacemos nuestra vida apechugando con nuestras deficiencias y como mejor sabemos, ninguno somos perfecto (por lo visto don Perfecto se murió). De hecho, el gran reto humano consiste, precisamente, en llegar a ser más desde nuestra circunstancia particular, con nuestros talentos y nuestras deficiencias.

Dicho lo cual, no se puede poner como modelo lo que es una deficiencia o una anomalía. Una persona puede nacer sin ojos y tendrá que encarar su vida de la mejor forma posible, quizá incluso con una brillantez que lo haga superior, pero no es legítimo que se dedique al proselitismo de la ceguera animando a la gente a extirparse los ojos.


Lo dejo aquí. Sólo lanzo al aire una par de preguntas para que cada cual se las conteste a sí mismo: ¿realmente nuestro tiempo está tan libre de prejuicios como afirma? ¿Somos dignos jueces de la Historia?

11 comentarios:

  1. The big question is this. What can the natural sciences teach us about human life, about the difference between a scientific understand of the universe and the ordinary way of understand ourselves and other? To my mind, those two ways of understanding shall never converge. Sincerely, Thor Olav Olsen alias Mohammad Iman Ibn Ali. Doctor Philosophiae in Metaphysics & Ethics. Philosopher & Writer.

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    1. Precisely, before reading your comment, I was thinking of Socrates. According to the oracle he was the wisest man of his time. And what was peculiar about Socrates? First, he was aware of his ignorance. The second, he was not satisfied with it, but sought the truth. Third, he had ceased to worry about celestial things (of physics, we might say) to deal with virtue. about human life. He saw, like you, that ethics was more important than the natural sciences, and that their ways were different.

      Thank you very much, doctor Olsen. Best regards.

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  2. Unas buenas preguntas para meditar sus respuestas.

    Un fuerte abrazo. Feliz fin de semana.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Rafael, estoy de acuerdo con lo que escribes! Creo que la ciencia de nuestro tiempo es llena de prejuicios y habla desde su ignorancia porque ha perdido la razón, su camino y su finalidad.
    Un abrazo

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    1. Ortega y Gasset en "La rebelión de las masas" escribía sobre los nuevos bárbaros, los hombres masa. Esas personas ignorantes que pretenden juzgarlo todo, dictaminar, hacer valer su "opinión" en cualquier ámbito. Entre los "nuevos bárbaros" los más peligrosos son los "especialistas", por ejemplo científicos, por el hecho de que sabiendo mucho de su reducido campo de su especialidad se saben "sabios" en el mismo, y de ahí concluyen que son "Sabios" tienen autoridad moral para opinar de todo.

      El libro de Ortega y Gasset no puede tener más actualidad.

      Un abbraccio, Martina

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  5. Una de las mayores injusticias que creo certera es que realmente el mundo de hoy no tiene los jueces justos que la historia se merece. Excelente entrada, Mr. Rafael. Un fuerte abrazo

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  6. Que queremos decir, cuando decimos y que nos entienden cuando decimos. Es todo un fenómeno de la comunicación muy interesante en si mismo, y no tan sencillo de desentrañar como puede parecer a primera vista.
    Estaremos de acuerdo que si un "emisor" otorga un significado particular a una palabra que si varía de como la entiende ese significado el "receptor" ya tenemos un "lío" importante.
    En este artículo, se nos habla de "términos" como "Ciencia", "Religión" "Historia" "Realidad"... con el que se construye un legitimo discurso por su autor y hasta aquí mis aplausos para él...pero, me asalta una duda, referente a que entiende el receptor del articulo, por las mencionadas palabras de Ciencia, Religión, Historia...parece una obviedad que todos entendemos lo mismo ante una misma palabra y de ahí el error.
    Si hiciéramos un sencillo experimento con personas seleccionadas al azar y les pidiéramos que nos definieran una serie de palabras al azar, aunque por que no, las que ya he referido de Ciencia,Religión....los resultados de esas definiciones nos sorprenderían y veríamos que no todos entendemos los mismo con las mismas palabras, por lo cual los discursos que con ellos fabricamos no siempre coincidirán con el de nuestra primigenia intención, al menos no al cien por cien.

    Es solo una reflexión.

    Saludos.

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    1. Llevado a sus últimas consecuencias podríamos decir con Gorgias de Leontini: "Nada existe. Si algo existe no puede ser conocido. Y si algo puede ser conocido no se puede comunicar". El problema es que llegados a este punto la comunicación resulta imposible.

      Sin embargo el lenguaje es adquirido como uso social, es decir, a partir de un conjunto de experiencias compartidas. Ciertamente la "posición" del emisor y el receptor condicionan su inteligibilidad, pero confiemos en que no la hagan imposible o tendremos que dar la razón al bueno de Gorgias.

      Un saludo cordial

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