Transcribo el siguiente artículo que me publicó en su momento (mayo de 2009) la revista "Cuenta y Razón". Versa, precisamente, sobre la existencia del "sentido" y su vinculación con un Dios trascendente.
Advertencia: apto sólo para personas con algún gusto por la Filosofía.
Y EL MUNDO HABLÓ
Rafael Hidalgo Navarro
Camino por la calle con mi hija de tres años. Inesperadamente tira de mi mano y se detiene ante un escaparate. Es una juguetería. Nos quedamos mirando el mosaico de tesoros que,
seductores, reclaman nuestro interés. Sus grandes ojos los recorren uno tras otro devorándolos con fruición. Un artilugio acaba por monopolizar su atención. Nunca antes había visto nada parecido.
-Papá, ¿qué es eso?
Ambos contemplamos un mismo objeto. Está ahí, delante de nuestras narices. Pero para la pequeña Belén carece de significado. “¿Qué es eso que hay allí?” Hay una realidad que le desafía, que visible se oculta a su comprensión. ¿Cómo ubicar en su vida un elemento extraño?
Decía Ortega que “la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto de cada hombre1”. Sin ser consciente de ello, es lo que mi hija está tratando de hacer. Finalmente salgo en su ayuda.
-Es un aparato parecido a una lámpara que, en vez de iluminar todo el cuarto, alumbra sólo unos puntitos sobre el techo imitando a las estrellas del cielo.
-¿Entonces la habitación se ve como si fuera de noche? –pregunta para confirmar que lo ha entendido bien.
-Exactamente. Eso es lo que hace.
Ahora ya no sólo hay “algo” ante ella, sino que además eso que hay es un objeto determinado, un aparato para producir estrellas. Ha entrado a formar parte de su mundo.
Marías, en sus comentarios a las Meditaciones
del Quijote orteguianas, lo expresaba así: “La
reabsorción de la circunstancia consiste en su
humanización... El destino del hombre, cuando
es fiel a su situación, es decir, su destino concreto, es imponer a lo real su proyecto personal,
dar sentido a lo que no lo tiene, extraer el logos
a lo inerte, brutal e «i-lógico», convertir eso que
simplemente «hay ahí en torno mío» (circunstancia) en verdadero mundo, en vida humana
personal2”.
De lo dicho se deduce el carácter interpretativo de mi vida. Y bajo esa interpretación late un finalismo, un para qué. Ortega dirá que este papel antes que el objeto papel es algo para escribir. Lo cual implica que el ser de la realidad es netamente circunstancial, vinculado inextricablemente a mi situación concreta. El sentido de cada una de las cosas que me circundan dependerá del emplazamiento que tengan en mi vida.
El fantasma del absurdo
Lo aquí planteado, ¿no me puede conducir a pensar que soy una criatura necesitada de sentido precipitada en un mundo absurdo? ¿Y si cualquier sentido que encuentro en la realidad no es más que una fantasmagoría carente de fundamento, una muleta que no se apoya en ningún suelo? ¿Y si lisa y llanamente el sentido no existe?
De lo dicho se deduce el carácter interpretativo de mi vida. Y bajo esa interpretación late un finalismo, un para qué. Ortega dirá que este papel antes que el objeto papel es algo para escribir. Lo cual implica que el ser de la realidad es netamente circunstancial, vinculado inextricablemente a mi situación concreta. El sentido de cada una de las cosas que me circundan dependerá del emplazamiento que tengan en mi vida.
El fantasma del absurdo
Lo aquí planteado, ¿no me puede conducir a pensar que soy una criatura necesitada de sentido precipitada en un mundo absurdo? ¿Y si cualquier sentido que encuentro en la realidad no es más que una fantasmagoría carente de fundamento, una muleta que no se apoya en ningún suelo? ¿Y si lisa y llanamente el sentido no existe?
ENSAYOSCuenta y Razón | mayo 2009
Hacia el final de El nombre de la rosa Eco nos
presenta este dilema. El monje Guillermo de Baskerville se lamenta ante su discípulo Adso de
Melk del fracaso de su empresa y le dice:
“ ... He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo.
—Pero, sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo...
—Gracias, Adso, has dicho algo muy bello. El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido3.”
En definitiva, el sentido sería una ficción que necesitamos crear para mantenernos a flote en medio del caos.
Mas si prestamos atención, podremos encontrar en el propio dilema la respuesta a nuestra inquietud. A semejanza de lo que hiciera Descartes, nuestro razonamiento reza así: si dudamos de si el sentido existe, el hecho mismo de cuestionárnoslo ya tiene sentido para nosotros, luego el sentido sí existe. El absurdo es como el silencio, que con nombrarlo se desvanece.
Además, la propia inteligibilidad manifiesta en este escrito y la misma duda sobre si el sentido existe, lo demuestra de forma manifiesta.
Marías decía: “...el absurdo depende del sentido, se mueve, como diría Hegel, en el «elemento» del sentido. Como cuando decimos que algo es falso, nos movemos en el elemento de la verdad. El sentido es previo al absurdo. La vida humana es ya sentido, es el elemento del sentido. Y dentro de ella, dentro de ese sentido radical y originario, decimos que hay cosas que tienen sentido y otras que no, porque son absurdas. El absurdo es derivado, como un quiste o infarto de ese gran orden del sentido4.”
Ahora bien, podemos pensar que el sentido está prisionero en los muros de nuestra mente la cual, vanamente, trata de encontrarlo más allá de sus propias lindes. ¿No es ese el fondo de lo que manifiesta Guillermo de Barkerville? Analicemos esta cuestión.
“ ... He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo.
—Pero, sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo...
—Gracias, Adso, has dicho algo muy bello. El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido3.”
En definitiva, el sentido sería una ficción que necesitamos crear para mantenernos a flote en medio del caos.
Mas si prestamos atención, podremos encontrar en el propio dilema la respuesta a nuestra inquietud. A semejanza de lo que hiciera Descartes, nuestro razonamiento reza así: si dudamos de si el sentido existe, el hecho mismo de cuestionárnoslo ya tiene sentido para nosotros, luego el sentido sí existe. El absurdo es como el silencio, que con nombrarlo se desvanece.
Además, la propia inteligibilidad manifiesta en este escrito y la misma duda sobre si el sentido existe, lo demuestra de forma manifiesta.
Marías decía: “...el absurdo depende del sentido, se mueve, como diría Hegel, en el «elemento» del sentido. Como cuando decimos que algo es falso, nos movemos en el elemento de la verdad. El sentido es previo al absurdo. La vida humana es ya sentido, es el elemento del sentido. Y dentro de ella, dentro de ese sentido radical y originario, decimos que hay cosas que tienen sentido y otras que no, porque son absurdas. El absurdo es derivado, como un quiste o infarto de ese gran orden del sentido4.”
Ahora bien, podemos pensar que el sentido está prisionero en los muros de nuestra mente la cual, vanamente, trata de encontrarlo más allá de sus propias lindes. ¿No es ese el fondo de lo que manifiesta Guillermo de Barkerville? Analicemos esta cuestión.
El camaleón despistado y la araña catatónica
Por un momento volvamos nuestra atención hacia un singular saurio, el camaleón. Este simpático reptil de ojos saltones tiene entre sus muchas peculiaridades la de adaptar el color de su piel a las condiciones ambientales. Cuando valoramos esa capacidad decimos que cambia de color para confundirse con el entorno y pasar desapercibido ante sus predadores.
Asimismo hay algunos tipos de araña que si se sienten atacadas adoptan una pose estática, rígida, diríamos que “simulan” su muerte ante su atacante para evitar que les hostigue.
Ni el camaleón ni la araña son conscientes de este hecho. Ignoran la consistencia de sus cualidades. Ahora bien, previamente a mi contacto con ellos ya son capaces de desarrollar esas acciones todo lo brutas e «i-lógicas» que se quiera (usando la terminología de Marías), pero provistas de un componente funcional claro.
Fácilmente intuimos un «propósito» intrínseco a esas dotes camaleónicas y arácnidas; propósito ajeno a las posibilidades animales, los cuales, según hemos señalado, carecen de la capacidad interpretativa.
Cuando doy con el sentido de ese cambio de color incorporándolo a mi vida, descubro que ya estaba allí, que me precedía, que ese “para qué” funcionaba antes de mi hallazgo. Sólo he quitado el velo (Aletheia) a lo que ya era. Si esto es así, en cierto modo el sentido preexistiría. ¿Es esto posible? ¿Cabe una suerte de sentido independiente del conocimiento humano? ¿No decíamos que lo real carecía de sentido previamente a mi interpretación?
¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?
“¡Quién sabe, quién sabe si en el porqué y el para qué del hacer humano se esconde la clave de un problema acaso el más fundamental de todos, tanto que no sólo no ha sido nunca esclarecido pero que ni siquiera se había atrevido a plantear la filosofía: el problema de la inteligibilidad misma, es decir, cómo se explica, o por lo menos, se esclarece un poco el hecho absoluto y misterioso de que en el universo exista eso que llamamos sentido, nous –lo inteligible como tal, lo que da ocasión a que entendamos o no entendamos- y, por tanto, a que pensemos5...”.
Por un momento volvamos nuestra atención hacia un singular saurio, el camaleón. Este simpático reptil de ojos saltones tiene entre sus muchas peculiaridades la de adaptar el color de su piel a las condiciones ambientales. Cuando valoramos esa capacidad decimos que cambia de color para confundirse con el entorno y pasar desapercibido ante sus predadores.
Asimismo hay algunos tipos de araña que si se sienten atacadas adoptan una pose estática, rígida, diríamos que “simulan” su muerte ante su atacante para evitar que les hostigue.
Ni el camaleón ni la araña son conscientes de este hecho. Ignoran la consistencia de sus cualidades. Ahora bien, previamente a mi contacto con ellos ya son capaces de desarrollar esas acciones todo lo brutas e «i-lógicas» que se quiera (usando la terminología de Marías), pero provistas de un componente funcional claro.
Fácilmente intuimos un «propósito» intrínseco a esas dotes camaleónicas y arácnidas; propósito ajeno a las posibilidades animales, los cuales, según hemos señalado, carecen de la capacidad interpretativa.
Cuando doy con el sentido de ese cambio de color incorporándolo a mi vida, descubro que ya estaba allí, que me precedía, que ese “para qué” funcionaba antes de mi hallazgo. Sólo he quitado el velo (Aletheia) a lo que ya era. Si esto es así, en cierto modo el sentido preexistiría. ¿Es esto posible? ¿Cabe una suerte de sentido independiente del conocimiento humano? ¿No decíamos que lo real carecía de sentido previamente a mi interpretación?
¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?
“¡Quién sabe, quién sabe si en el porqué y el para qué del hacer humano se esconde la clave de un problema acaso el más fundamental de todos, tanto que no sólo no ha sido nunca esclarecido pero que ni siquiera se había atrevido a plantear la filosofía: el problema de la inteligibilidad misma, es decir, cómo se explica, o por lo menos, se esclarece un poco el hecho absoluto y misterioso de que en el universo exista eso que llamamos sentido, nous –lo inteligible como tal, lo que da ocasión a que entendamos o no entendamos- y, por tanto, a que pensemos5...”.
40
Estas palabras, pronunciadas por Ortega en Lisboa en 1944, plantean el fondo de la cuestión que
estamos tratando de dilucidar.
Aparentemente nos hallamos en un mundo que camina hacia ninguna parte, carente de finalidad o sentido, i-lógico. Y frente al cual, no obstante, tenemos que desplegar nuestras dotes interpretativas, para poder vivir, para poder relacionarnos con nuestra circunstancia.
Es entonces cuando nos sale al paso un problema. Si el mundo carece de sentido propio y es el hombre quien para poder vivir se lo otorga, ¿cómo es posible que dicho hombre haya sido engendrado dentro de la matriz de ese mismo universo? Nadie da lo que no tiene; ¿cómo un mundo «hueco», insustancial, ha podido parir una realidad como la humana, necesitada de contenido, de significaciones? Y, dando un paso más, ¿cómo es posible que esa anomalía que mira con asombro cuanto le rodea, sea capaz de desenvolverse en su vida gracias a una capacidad consistente en dotar de porqués y para qués a un mundo anodino?
Imaginemos un orbe carente de luz, sumido en una eterna oscuridad. ¿Sería concebible que en dicho firmamento surgiese una criatura vidente cuya función vital nuclear consistiese en ver? Incluso si se tratase de un puro accidente cósmico, ¿es verosímil que este ser se desenvolviese con éxito precisamente gracias a sus dotes visuales? Yo puedo crear una ilusión óptica porque existe la luz, ¿pero cómo hacerlo si carezco de ella?
¡Dios a la vista!
Así titulaba Ortega un escrito suyo de 1926. En él explicaba cómo hay épocas en que predomina una actitud agnóstica, caracterizada por negar la posibilidad de conocer aquellas realidades que no son inmediatas. Son tiempos en los que el pensamiento se aleja del problema de Dios y sólo la religión se ocupa de él. Sin embargo, reclamaba Ortega la existencia de un Dios laico al que se vinculan todos aquellos aspectos trascendentales no necesariamente religiosos. Y es este Dios al que ve aproximarse por el horizonte.
Aparentemente nos hallamos en un mundo que camina hacia ninguna parte, carente de finalidad o sentido, i-lógico. Y frente al cual, no obstante, tenemos que desplegar nuestras dotes interpretativas, para poder vivir, para poder relacionarnos con nuestra circunstancia.
Es entonces cuando nos sale al paso un problema. Si el mundo carece de sentido propio y es el hombre quien para poder vivir se lo otorga, ¿cómo es posible que dicho hombre haya sido engendrado dentro de la matriz de ese mismo universo? Nadie da lo que no tiene; ¿cómo un mundo «hueco», insustancial, ha podido parir una realidad como la humana, necesitada de contenido, de significaciones? Y, dando un paso más, ¿cómo es posible que esa anomalía que mira con asombro cuanto le rodea, sea capaz de desenvolverse en su vida gracias a una capacidad consistente en dotar de porqués y para qués a un mundo anodino?
Imaginemos un orbe carente de luz, sumido en una eterna oscuridad. ¿Sería concebible que en dicho firmamento surgiese una criatura vidente cuya función vital nuclear consistiese en ver? Incluso si se tratase de un puro accidente cósmico, ¿es verosímil que este ser se desenvolviese con éxito precisamente gracias a sus dotes visuales? Yo puedo crear una ilusión óptica porque existe la luz, ¿pero cómo hacerlo si carezco de ella?
¡Dios a la vista!
Así titulaba Ortega un escrito suyo de 1926. En él explicaba cómo hay épocas en que predomina una actitud agnóstica, caracterizada por negar la posibilidad de conocer aquellas realidades que no son inmediatas. Son tiempos en los que el pensamiento se aleja del problema de Dios y sólo la religión se ocupa de él. Sin embargo, reclamaba Ortega la existencia de un Dios laico al que se vinculan todos aquellos aspectos trascendentales no necesariamente religiosos. Y es este Dios al que ve aproximarse por el horizonte.
Retomando nuestro análisis. Nos encontramos con que el mundo carece de un sentido inmanente. Precisamente nuestra labor consiste en dar significación a lo que supuestamente no la tenía, a lo que a priori se limita a estar, todo lo dinámicamente que se quiera, pero de manera muda. Y viene a resultar que esa realidad es capaz de amoldarse al sentido.
Los rayos de la razón desvelan que bajo la negra capa de la noche se ocultaban vívidos colores
Si el hombre, arrojado a la existencia, no ha podido recibir el nous del mundo, significa que Otro que el mundo se lo ha tenido que otorgar. Y a ese Otro, padre y señor del sentido ¿no le llamamos Dios? Aquí no se trata de echar sobre los hombros de la divinidad todo aquello que nos resulta incomprensible. Es que la facultad misma de la comprensibilidad apunta a Él como su origen.
Julián Marías señala en esta misma dirección cuando plantea que “si el mundo ha sido creado por Dios, es inteligible que sea inteligible, pues es el resultado de una donación de una Divinidad que lo ha «imaginado» -si vale la expresión evidentemente antropomórfica- en sus menores detalles o, si se prefiere, en la clave de su desarrollo. En la mente divina estaría todo lo real y todo lo posible, y por tanto le pertenecería al mundo una inteligibilidad que el hombre puede rastrear y parcialmente descubrir6.”
Precisamente en el prólogo de su último libro, despidiéndose de sus lectores, escribía: “La razón es divina, como nos recuerda Lope de Vega. Dios es Logos, es Razón. Y la ha depositado en nosotros, aunque a veces se debilite debido a nuestra fragilidad7”. Él es el principio y el final; en él vivimos, nos movemos y somos. Es el hontanar de la razón, porque Él es Logos. En un mundo menesteroso de sentido, Dios es el único que ha podido depositarlo en nosotros.
ENSAYOS
Cuenta y Razón | mayo 2009
NOTAS
1. Ortega y Gasset, José. Obras Completas I. Alianza Edito- rial y Revista de Occidente. Madrid. 1997, p. 322
2. Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote. Comentario por Julián Marías. Ed. Cátedra. Fuenlabrada (Madrid) 1984, p. 75 y 76
3. Eco, Umberto. El nombre de la rosa. RBA. Barcelona. 1992, p. 464
1. Ortega y Gasset, José. Obras Completas I. Alianza Edito- rial y Revista de Occidente. Madrid. 1997, p. 322
2. Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote. Comentario por Julián Marías. Ed. Cátedra. Fuenlabrada (Madrid) 1984, p. 75 y 76
3. Eco, Umberto. El nombre de la rosa. RBA. Barcelona. 1992, p. 464
4. Marías, Julián. Sobre el cristianismo. Ed. Planeta, Barce-
lona. 1998, p. 156
5. O.C. XII, p. 281
6. Marías, Julián. Razón de la filosofía. Alianza Editorial. Madrid. 1993, p. 287 y 288
7. Marías, Julián. La fuerza de la razón. Alianza Editorial. Madrid. 2005, p. 12
5. O.C. XII, p. 281
6. Marías, Julián. Razón de la filosofía. Alianza Editorial. Madrid. 1993, p. 287 y 288
7. Marías, Julián. La fuerza de la razón. Alianza Editorial. Madrid. 2005, p. 12
La hija de una amiga, con ocho años, no sabía lo que era una cerilla. Alucinante¡¡
ResponderEliminarMiriam, donde esté un buen fuego de campamento...
EliminarGracias por traernos este artículo ensayo aquí. Estar alerta y sensible como tú aquel día a la reacción de tu hija, ayuda a encontrar porqués y para qué a nuestra vida cotidiana.
ResponderEliminarManuel, gracias a ti. Un placer tenerte aquí.
EliminarTe felicito por tan magnífico artículo.
ResponderEliminarLos interrogantes sobre el sentido de la vida son muchos.
Saber desarrollarlos, así, como tu lo haces, es estupendo.
Leerte es aprender.
Un beso,Rafael.
Amalia, eres muy generosa. O, como dirían mis sobrinos e hijas, megagenerosa.
EliminarUn abrazo.
Muy bueno, muy bueno, Rafael, enhorabuena. Y me va a ser útil. Un abrazo.
ResponderEliminarJM Mora, muchas gracias. El hombre en búsca de sentido...
EliminarOtro abrazo para ti.
Rafael enhorabuena ¡¡¡vaya artículo!!!
ResponderEliminar¿Escribes en algún periódico o revista? Me suscribo pero ya!! :))
Un cariñoso saludo :)
Belén, muchas gracias.
EliminarLos que tenemos poco que contar nos limitamos a mandar algún artículo a alguna revista y a soltar barbaridades en las páginas de Facebook de gente maja, paciente y con buen humor como tú.
Un abrazo.
Ho bisogno di un po' di tempo per leggerlo e meditarlo. Un abbraccio
ResponderEliminarMartina, si la paciencia es signo de santidad, tú deberías estar en los altares.
EliminarMuchas gracias y un abbraccio.
Preferisco restare ancora su questa terra, non mi spedire già all'altro mondo! Lo so che sarà più bello di questo......ma ho ancora tante cose da fare, qui........
EliminarUn grande abbraccio
Rafael, me ha gustado mucho este artículo. Sigo adentrándome en Julián Marías.
ResponderEliminarEn la misma línea que "Filosofía para Peatones" ¿por qué no escribes uno que se llame "Ortega y Marías quince minutos antes de que salga el tren"?
Prometo no cobrar copyright...
Abrazos:
Paco, ese libro tenemos que escribirlo a dúo.
EliminarPor cierto, no sé si sabes que Julián Marías fue premio extraordinario de bachillerato ... ¡en la rama de Ciencias!
Para que veas que tenéis más de una afinidad.
Un abrazo.
Buenos días Rafael.Un artículo muy interesante. ¿Qué pensarán del electromagnetismo?. ¿Crees que se puede seguir abarcando el conocimiento de un objeto del universo bajo la dictadura del escaso rango visual del ojo? La microscopía, los elementos y sus enlaces, el vacío, los campos generados entre ellos...si se desprecian o no se consideran distorsionan el sentido buscado. "Si el mundo ha sido creado por Dios..." indica la necesidad de ir al principio para obtener el sentido buscado. En fuerzas; existiendo la dirección (Camino) habrá que saber el origen de partida,aspecto primordial para establecer el sentido de la fuerza. Papel para escribir o envolver como la palma de la mano, pero papel, necesita el conocimiento de los materiales, enlaces, propiedades, etc. y todo parte del origen. El mundo pretende encontrar sentido sin, topándose una y otra vez con la necesidad de nuestra imagen semejante, pero no quiere ver ni encontrar nada que no sea en la tiniebla-absurdo, ser sin el que Es. Jesús en el Calvario tiene sed, sed el hombre, sed de Dios,su palabra es vida más allá de la fosa, es el sentido que creo yace en Jn 1,3.
ResponderEliminar¡Buff, es la segunda vez que trato de redactarlo y vaya rollo más largo ha salido, discúlpame!
Un abrazo.
Xtobefree, antes de nada, gracias por la paciencia. La verdad es que me ha sorprendido que hubiera varios comentarios a esta entrada. Temía que no la iba a leer nadie.
EliminarEl sentido está incardinado en nuestra vida. Para vivir, necesitamos encontrar sentido al mundo. No tenemos un programa prefabricado de interpretaciones más allá de las históticas, que nos vienen dadas por el entorno social. Pero incluso estas son adquiridas. No nacemos con ellas.
Bueno, esto da para un libro.
Un abrazo para ti también.