Con lo guapo, listo y bueno que era él, ¿cómo no lo iba a ser querido? Alguien tan bien dotado era digno de admiración. Quienes carecían de sus cualidades contaban con su conmiseración, nada más. Pobres criaturas, tan miserables apenas merecían su generosa atención.
Un accidente lo ató a una silla de ruedas, su cuerpo y su rostro se hincharon y desapareció todo atisbo de belleza en él. Sintió que el mundo se le venía encima; ahora era él la criatura inútil, el ser despreciable y maldito.
Un día leyó una frase de Kierkegaard y entonces, comprendió:
La alegría de Dios consiste en vestir a los lirios con mayor magnificencia que a Salomón, pero si pudiéramos hablar de comprensión, el lirio se encontraría en una penosa ilusión si, al contemplar sus nobles ropajes, pensara que las vestiduras son el motivo de ser amado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario