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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

miércoles, 10 de abril de 2019

Un reencuentro inesperado y efímero



Salía del trabajo y en la otra acera, ante una tienda de alimentación, estaba Carlos, mendigando. Se lo veía joven, menos de treinta. Cuando yo cruzaba hacía amago de marcharse por acabar su jornada, pero yo lo llamaba y él se acercaba para corresponder a mi saludo. No recuerdo si nos abrazábamos, puede que sí. A mí me sonaba que había muerto y, sin embargo, lo tenía ante mí, hablándome. No, de haber muerto sería en otra parte, no allí. Tras intercambiar algunas frases amistosas me hacía el propósito íntimo de cruzar todos los días a charlar con él, para que no se sintiera menospreciado ni solo. En ese momento el despertador lo ha arrancado de mi lado.

Carlos murió hace bastantes años. Por lo que sé, a causa de la droga con la que empezó a flirtear siendo un crío. 

No era mal chico, lo puedo asegurar. Y eso que el único encontronazo de mi vida lo tuve precisamente con él. Teníamos unos siete años, y no sé por qué razón comenzó a pegarme; yo era pacífico y cobardón, de modo que me limitaba a protegerme como podía. Nos descubrió nuestro tutor, lo cual, lejos de mejorar la situación, la empeoró. Siguiendo sus recetas espartanas nos hizo ponernos delante de toda la clase: "¡Ahora pegaos!". En ese instante se desvanecieron todas mis esperanzas de salvación. A los golpes se sumaría la humillación. Aquel genio de la pedagogía gustaba repetir: "dos no pelean si uno no quiere", concluyendo que víctima y victimario tenían la misma calificación moral. Comprobé en mis carnes que también los adultos yerran, incluso los maestros. Carlos dio y yo recibí, hasta que el maestro decidió parar la pelea, si es que a lo que allí sucedió podía dársele ese nombre. 

Confieso que nunca más tuve un solo problema con Carlos. No lo recuerdo violento. Sí con dificultad para los estudios.

Un día vino un responsable del colegio y comentó algo a nuestro tutor. Hicieron salir a Carlos a la pizarra: "Muy bien, escribe la palabra mapa". Carlos trazó con tiza "mampa". Su problema era que había oído decir que delante de la pe va la eme.

Jugaba bien al fútbol.

Con doce o trece años se juntó personas no recomendables, de esas que te llevan por el mal camino, el que no tiene retorno.

Hoy lo he visto, y me he alegrado mucho de hablar con él. De verdad que no era mal chico, lo puedo asegurar. De hecho me habría gustado acercarme a saludarlo todas las mañanas.

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