La he vuelto a ver después de unos años y no ha perdido un ápice de intensidad, de frescura, de capacidad de penetración en el alma humana. Administra magistralmente los ingredientes de una gran obra: el rito, el humor, el drama, la melancolía. La interpretación, soberbia. Ricardo Darín en su papel protagonista, insuperable. La he disfrutado como la primera vez.
“El hijo de la novia” es lisa y llanamente una maravilla.
Rafael Belvedere (Ricardo Darín) es un cuarentón divorciado
y con una hija que actualmente convive con la hermosa y dulce Naty (Natalia
Verbeke). Es propietario de un arruinado restaurante heredado de su padre quien
conserva un amor limpio e intenso por su esposa, la madre de Rafael, aquejada
de alzheimer.
Con un extraordinario acierto la película muestra el drama
de la vida con una extraordinaria intensidad y cercanía. Así, asistimos a la
frustración y fracaso de Rafael, inmerso en un frenesí desbocado, siempre con
un móvil en la mano, queriendo demostrar su valía, pero a la postre
insatisfecho. Pretende hacer grandes cosas pero no encuentra la felicidad y,
por tanto, no es capaz de compartirla. En un momento dado reparará en que lo importante
en la vida no es cosechar unos éxitos que nunca llegan, sino llegar a ser
alguien que merezca la pena, ser persona.
Rafael está lleno de debilidades: es incapaz de mantener una
relación afectiva estable, sostiene su negocio trampeando, la vorágine en la
que anda metido le ha llevado a desentenderse de su madre a la que, sin embargo,
ama. Pero estas flaquezas lejos de hacernos antipático al personaje lo
convierten en próximo porque en el fondo nos vemos reflejados en él, un hombre
de nuestro tiempo que aspira a grandes cosas y luego se ve desnudo de los
recursos personales necesarios para llevarlas adelante.
Rafael no es un malvado, aunque a veces haga mal y tenga sus
egoísmos, sino alguien aquejado de carencias que nos son familiares. De hecho
enseguida se arrepiente del daño causado, se disculpa, trata de enmendar,
aunque vuelva a caer y se resienta de ello.
Y luego, impregnándolo todo, está el amor de sus padres. Un
amor que se yergue por encima de las “convicciones” del padre (“¿qué pasó con
tus principios, papi?”) y de la enfermedad de la madre; un amor que rompe todas
las barreras y muestra que es posible amar toda la vida y desear seguir haciéndolo
por toda la eternidad.
¡Pero qué maravilla, Rafael! Me encanta tu interpretación de la película. A ver si puedo volver a verla. Me han entrado ganas.
ResponderEliminarMaite, ¡pues manos a la obra!
EliminarLlevo años oyendo hablar de ella, tendré que verla ya. Gracias Rafael.
ResponderEliminarJM Mora, como diría un fenomenólogo: "¡A la película misma!"
EliminarGracias a ti.
Es una película que me gusta mucho. Además, con unos grandes actores.
ResponderEliminarNo me importaría verla de nuevo.
Un beso.
Amalia, un deleite.
EliminarMe alegras muchísimo de que seas uno de los que retoman películas antiguas para volverlas a saborear. El loco mundo consumista que nos ahoga, reclama una y otra vez novedad tras novedad, así te encuentras a veces los bodrios que te encuentras ciniematograficamente hablando. Se hace cualquier película. Me alegra también que traigas esta como tema de tu entrada. ¡Genial con unas interpretaciones fantásticas! Voy a retomar yo también mi costumbre de hablar de películas ya olvidadas.
ResponderEliminarUn abrazo
Ángelo, salvar los clásicos en una labor de reciclaje. Como bien dices, hay que "retomar".
EliminarUn abrazo para ti